Название: El coro de las voces solitarias
Автор: Rafael Arráiz Lucca
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788412145090
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Sin embargo, conviene recordar que los movimientos artísticos no suceden de manera unánime y que, mientras en Martí ya se dan las manifestaciones del cambio, otras conciencias permanecen atadas a los preceptos neoclásicos y románticos. Ya sabemos que los tiempos históricos pueden darse de manera simultánea, y mientras unos vislumbran el futuro, otros trasiegan el pasado. Estos últimos, entonces y ahora, castigan a los innovadores con el expediente de ser seguidores de la moda, caprichosos. Conviene recordar que la andanada que recibieron los modernistas no fue carga liviana; los disparos fueron cerrados desde las capillas de la ortodoxia, llámense academias o autoridades críticas de entonces. Los disparos fueron diversos porque el modernismo fue también diverso. No puede pensarse que un movimiento signado por el resurgir de la individualidad pudiera estar regido por patrones estéticos inflexibles. De allí que, a veces, sea difícil encontrar el punto de relación entre unas obras y otras del mismo movimiento. Recordemos que el modernismo fue, como todo movimiento que se respete, una ampliación de los horizontes de la realidad, no un empobrecimiento de los campos de visión. Ya lo decía Borges, refiriéndose al modernismo, en el prólogo a su libro El oro de los tigres (1972): «… pero si me obligaran a declarar de dónde provienen mis versos, diría que del modernismo, esa gran libertad, que renovó las muchas literaturas cuyo instrumento común es el castellano y que llegó, por cierto, hasta España» (Borges, 1974: 1081).
Veamos ahora algunas aproximaciones a la definición del movimiento. La de Federico de Onís, por ejemplo: «… el modernismo —como el renacimiento o el romanticismo— es una época y no una escuela, y la unidad de esa época consistió en producir grandes poetas individuales, que cada uno se define por la unidad de su personalidad, y todos juntos por el hecho de haber iniciado una literatura independiente, de valor universal, que es principio y origen del gran desarrollo de la literatura hispanoamericana posterior» (Schulman, 1966: 21) Aquí habría que precisar que la independencia del modernismo no implica la negación de sus antecedentes. Por el contrario, tanto Martí como Darío les rindieron el tributo debido a los románticos valiosos; de hecho, el prólogo al Niágara de Pérez Bonalde es eso. Lo que se desprende de la definición de De Onís es que lo que el modernismo emprendió fue una ventura propia, no fue la aclimatación de un movimiento europeo a suelo americano ni la criollización de una escuela literaria. También, la precisión epocal es importante: el modernismo sería incomprensible si olvidamos que responde a un momento histórico americano preciso. Las antiguas colonias españolas levantan las paredes de una república y las naciones recientes ya han podido discernir la circunstancia de lo propio, de modo que aquellas sociedades en formación pasan por la afirmación de lo particular y, en ese sentido, nada más afirmativo de los valores individuales que el modernismo. Es un movimiento basado en la necesidad de construir un futuro propio; de allí que algunos desplantes de Darío suenen hoy excesivos, pero entonces eran necesarios para la manifestación de la voluntad cosmopolita del modernismo. Pero el cosmopolitismo del modernismo nos señala el norte de un proyecto: querían subirse al tren de la modernidad, no querían dejar que el futuro pasara a su lado y los dejara en el andén. De modo que la búsqueda de lo propio pasaba por el reconocimiento del lugar donde la modernidad conocía su apogeo: Europa, y especialmente París. Si por una parte el modernismo era la afirmación de una vocación particular e independiente, por la otra buscaba eco en la metrópolis, que de ninguna manera le era indiferente.
En su libro indispensable, Breve historia del modernismo, Max Henríquez Ureña establece dos momentos en el desarrollo del modernismo. Al hacerlo, lo define:
Dentro del modernismo pueden apreciarse dos etapas: en la primera, el culto preciosista de la forma favorece el desarrollo de una voluntad de estilo que culmina en refinamiento artificioso e inevitable amaneramiento. Se imponen los símbolos elegantes, como el cisne, el pavo real, el lis; se generalizan los temas desentrañados de civilizaciones exóticas o de épocas pretéritas; se hacen malabarismos con los colores y las gemas y, en general, con todo lo que hiera los sentidos; y la expresión literaria parece reducirse a un mero juego de ingenio que solo persigue la originalidad y la aristocracia de la forma. (Henríquez Ureña, 1954: 31)
Y en el segundo momento observa:
En la segunda etapa se realiza un proceso inverso, dentro del cual, a la vez que el lirismo personal alcanza manifestaciones intensas ante el eterno misterio de la vida y de la muerte, el ansia por lograr una expresión artística cuyo sentido fuera genuinamente americano es lo que prevalece. Captar la vida y el ambiente de los pueblos de América, traducir sus inquietudes, sus ideales y sus esperanzas, a eso tendió el modernismo en su etapa final, sin abdicar por ello de su rasgo característico principal: trabajar el lenguaje con arte. (Henríquez Ureña, 1954: 31-32)
Esta división es tácitamente suscrita por Octavio Paz en un ensayo publicado en 1964 sobre la obra de Darío, recogido en el libro Cuadrivio y luego recogido en el tomo «Fundación y disidencia» de las Obras Completas de Paz. Allí toma partido por el carácter fundacional de Darío, motivo por el que tres años después le responde Vitier en el prólogo antes mencionado. En verdad, a Paz la figura de Martí, sin negarla, lo seduce menos que la de Darío. Este ensayo del poeta mexicano es sumamente polémico por varios motivos, pero entre ellos por el de buscar ver el fenómeno del modernismo dentro del juego inevitable de las influencias. Por ello afirma:
… la reforma de los modernistas hispanoamericanos consiste, en primer término, en apropiarse y asimilar la poesía moderna europea. Su modelo inmediato fue la poesía francesa no solo porque era la más accesible sino porque veían en ella, con razón, la expresión más exigente, audaz y completa de las tendencias de la época. (Paz, 2004: 140)
Luego, ubica en el primer modernismo la influencia del parnasianismo y en el segundo la del simbolismo. Lo reduce a un juego de asimilación de influencias francesas. Sin embargo, no lo condena por ello, como sí lo hace con el romanticismo hispanoamericano. Luego, a medida que avanza la navegación del ensayo, Paz va fascinándose con la obra y la figura de Darío y llega a estimarla con un entusiasmo notable, para terminar valorando el modernismo con mucha mayor efusividad que al comienzo. Años después, también, en Los hijos del limo y en La otra voz, matiza los juicios emitidos al inicio del ensayo sobre Darío. Con la escritura de Paz ocurre algo que se sistematiza: da vueltas alrededor de un tema y le ve sus aristas desde todos los ángulos, como si estuviera dando vueltas alrededor de un círculo. De allí que en un mismo ensayo afirme y niegue, sin temor a contradecirse, siempre y cuando ello contribuya al esclarecimiento del fenómeno que estudia. Paz no abandona sus presas hasta que las ha vuelto picadillo. Puede ser, entonces, que en la digestión salgan a relucir estas piezas que parecen contradictorias. También ocurre que este método de decir y desdecirse es un anzuelo subyugante para el lector. Leer un ensayo de Paz es una tarea de sobresaltos y de pinchazos a la inteligencia y a la imaginación, de modo que el método se impone por sobre la búsqueda de un texto blindado contra las contradicciones, las sabrosas contradicciones.
Como vemos, las dificultades para la comprensión del fenómeno del modernismo no han sido pocas y las polémicas no han sido escasas. Desde las que no dudan de la americanidad absoluta del movimiento hasta las que se permiten hacerlo. Pero hay un punto de coincidencia en el hecho de considerar el modernismo como un movimiento y no como una escuela poética de aclimatación de un fenómeno europeo. En esto la coincidencia es casi unánime. También lo es en cuanto a su importancia como propuesta de lenguaje, como movimiento que privilegió el tratamiento de la lengua por sobre otros nortes. También lo es en sus características rítmicas y tonales: los modernistas trabajaron a fondo con el verso castellano, con sus cadencias, con sus construcciones, y lograron subvertirlo para devolverle a la lengua una vivacidad que se había perdido en el seco laberinto neoclásico. No eludieron lo prosaico ni lo arbitrario. El ritmo del modernismo fue novísimo porque fue novísimo СКАЧАТЬ