Название: Sola ante el León
Автор: Simone Arnold-Liebster
Издательство: Автор
Жанр: Биографии и Мемуары
isbn: 9782879531670
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—No eches tanto que no tengo hambre.
Me sentía fatal. Papá sobrevivía a base de cigarrillos. Inmediatamente después de cenar, se levantaba de la mesa e iba a fumar un cigarrillo mientras escuchaba las noticias de la noche. Zita lo miraba, esperando que la acariciara. Pero papá no parecía darse cuenta de aquellos ojos implorantes. Sin embargo, tan pronto llegaba la hora de sacar a Zita, papá no nos lo pedía ni a mamá ni a mí. Él mismo se encargaba de sacarla a dar un largo paseo.
Ya no hablábamos como una familia. E incluso cuando yo no estaba, mamá y papá tampoco hablaban. Una y otra vez llegaba a la misma conclusión: Papá tenía que estar enfermo, quizás había contraído algo contagioso. Si salía al balcón, se ocultaba detrás de la persiana para evitar hablar con nuestra curiosa vecina, la señora Huber. Es más, nuestros vecinos debían pensar que todos teníamos algo contagioso, porque ellos también nos evitaban.
En el colegio, mi popularidad había disminuido. Ya no era la líder o la profesora. De algún modo había dejado de ser popular. “No importa”, me repetía a mí misma. Mamá siempre decía:
—Tú no debes ser como todo el mundo, tú debes ser una señorita.
Y durante bastante tiempo, este se convirtió en otro de mis objetivos en la vida. Algún día yo también calzaré zapatos de piel de cocodrilo y llevaré un collar de tres vueltas y guantes.
Mi maravillosa mamá colaboraba para que yo alcanzase mi objetivo de ser una señorita. Cierto día acompañé a mamá a una tienda de telas, pues quería escoger un retal. Yo necesitaba un nuevo abrigo sólo para los domingos. Mientras la dependienta nos mostraba algunos tejidos, decía:
—Este está de moda. Este o aquel lo escoge todo el mundo.
Inclinándose hacia mí, mamá dijo:
—Simone, escoge tú, pero recuerda que tú no debes ser como el resto de la gente. Debes ser tú misma. Solo hay una Simone Arnold. Cada persona tiene su propio gusto y tú debes ser una señorita. Las señoritas no copian, crean. Crean su propio estilo.
El asombro de la anciana dependienta se reflejaba en sus ojos. Simplemente nos miraba boquiabierta. ¡Menos mal que no había moscas volando por allí!
—Eres muy joven para hacer tu propia elección —acertó a decir finalmente.
¿Pero es que no se daba cuenta de que ya no era una niña? ¡Tenía siete años!
—La calidad y el precio son los únicos límites que te pongo —añadió mamá.
—¿Podría mostrarnos este, ese y aquel, por favor? —dije señalando varias telas.
Mamá preguntó el precio y luego dijo:
—Esta es muy cara, Simone. Estoy segura de que no quieres que tu padre tenga que trabajar toda una semana completa para pagar tu abrigo, ¿verdad? —Acto seguido la devolvió a su sitio en la estantería—. Puedes escoger entre estas dos.
¡Era tan emocionante! Yo sería diferente. Lo haría a mi gusto.
“No debes hacerte una imagen tallada; ojos tienen, pero no pueden ver; oídos tienen, pero no pueden oír. Todos los que confían en ellos llegarán a ser como ellos.” Correspondía a la lectura de la Biblia de ese día. Antes de que mamá hubiera terminado de leerla por segunda vez y la taza de chocolate caliente estuviese vacía, yo ya había arrancado las medallas de la Virgen María de la cadena y de la pulsera, las había arrojado al inodoro y había tirado de la cadena. Inmediatamente después, corrí a mi habitación y rompí en pedazos mi altar. Mi madre se quedó muda y paralizada. Cuando regresé para terminar de desayunar, mamá dijo:
—Podríamos haber regalado esas medallas de oro a Angele.
—Mamá, si Dios no quiere imágenes, ¡Angele también estaría pecando por tenerlas!
Era jueves. Yo estaba en casa cuando papá llegó del trabajo. Por alguna razón se dirigió derecho a mi cuarto. Se puso igual de blanco que el día que casi se electrocuta en la cocina de la abuela. Tuve miedo. Sin mediar palabra, se encaminó a la cocina. Mamá estaba preparando la comida en silencio. Decidí mantenerme aparte. La expresión colérica de papá me recordó una tormenta.
—¿Dónde está el altar de Simone? —preguntó ásperamente.
Mamá siguió preparando la comida.
—Lo rompió en pedazos.
—¡Tú le dijiste que lo hiciera!
—No, sólo le leí las normas escritas en la Biblia.
—Me dijiste que no le enseñarías tus nuevas ideas. Me lo prometiste.
—Adolphe, es una Biblia católica y Simone salió corriendo antes de que yo terminara de leer. No puedo entenderte. Nunca te gustó el altar de Simone, ni sus estampitas ni sus velas. ¿Por qué? ¿Por qué te molesta tanto? —Y quitando el plato de delante, añadió—: Te lo calentaré una vez más. Por favor, cómelo, por tu bien.
Papá masculló algo que ninguna de las dos entendió. Parecía que la tormenta se había calmado, pero mi pregunta seguía sin respuesta. ¿Por qué se habría enfadado tanto papá? Había conseguido atemorizarme. Pensé que quizás las estatuas fueran muy caras. ¿Habría pasado papá muchos días trabajando para pagarlas?
♠♠♠
Haber quedado con la tía Valentine fue una novedad reconfortante. Era una nublada tarde de octubre y me alegraba poder escapar de la incómoda situación que reinaba en casa. La tía Valentine nos esperaba en la parada del tranvía. Para abrigarse del frío llevaba alrededor del cuello su piel de zorro con ojos de cristal que miraban fijamente. El olor a bolas de naftalina la rodeaba. Angele no estaba con ella.
Tenía que escoger un regalo de la tía Valentine para mí, mientras mamá compraba uno para Angele. Opté por un juego de costura.
El aroma de las castañas asadas llenaba el aire de la zona comercial de Mulhouse. Al aproximarnos a la estación, pasamos al lado de un hombre con una enorme sartén de hierro sobre el carbón. Mientras las castañas se asaban, él hacía pequeños cucuruchos con papel de periódico. Con el dinero en la mano, la tía Valentine le pidió unas cuantas y me ofreció las castañas recién asadas. ¡Fue una tarde maravillosa! Me olvidé del enfado de papá.
Debido a lo tarde que era, apresuramos el paso. Yo estaba muy contenta con mi regalo. Era el primer regalo que recibía de mi tía ¡y lo pude escoger yo!
—Mamá, papá también estará contento, ¿verdad?
—Seguro, ¿pero no te das cuenta de lo cansado que está? Últimamente no ha jugado mucho contigo. Ni siquiera revisó tus deberes. A lo mejor esta noche tampoco le apetece, así que no insistas. Sería mejor que fueras a tu habitación y conversaras con Claudine.
Los dos tramos de escaleras me parecieron apenas unos escalones. Corrí directa a papá.
—¡Mira lo que tengo papá!
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