Название: Sola ante el León
Автор: Simone Arnold-Liebster
Издательство: Автор
Жанр: Биографии и Мемуары
isbn: 9782879531670
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OTOÑO DE 1938
Mis padres intentaron reconciliarse sin transigir en cuanto a sus creencias. Sin embargo, ¿no habían fijado nuestros parientes un precio muy alto, fuera de nuestro alcance? ¿Cómo podríamos fingir nuestra vuelta a la Iglesia sólo para satisfacerles, sin sacrificar la paz de nuestros corazones? ¿Cómo podríamos negar la verdad de la Biblia? Tras muchos intentos de hablar con ellos, se nos puso claramente de manifiesto que su postura era inamovible. Para abrirnos sus puertas y corazones, nos exigían que volviéramos a la Iglesia.
—No puedo actuar en contra de mis convicciones, de lo contrario, ¡sería un hipócrita! —concluyó papá.
—Aunque mi madre me eche de su casa por bautizarme, he hecho un voto. ¡Y lo cumpliré, sin importar lo que me cueste! —dijo mamá.
♠♠♠
Los Testigos celebraron una asamblea en Basel ese otoño. De pie junto a la piscina de Basel, con mi padre abrazándome, me entristecía no poder bautizarme por ser todavía ¡una “niña”! Estaba tan cerca de papá, que pude sentir su profunda emoción cuando mamá se introdujo en la piscina. Entonces, una lágrima resbaló por su mejilla y susurró:
—Se ha cumplido. —Me miró y añadió—: A partir de este momento, tu madre pondrá a Dios antes que a nadie, aunque tenga que morir por Él si es necesario.
—¿Y tú, papá?
—Yo todavía no estoy listo.
Más tarde pregunté:
—Mamá, ¿qué quiso decir papá con que todavía no estaba listo? ¿Es que papá no quiere a Dios?
—Tu padre se toma las cosas muy en serio. Tiene unas normas muy elevadas. Tan pronto como se bautice, tendrá que asumir unas responsabilidades muy importantes en la congregación. Y él todavía no se siente preparado para eso.
¿Sería porque podía estallar una guerra?
Cuando Hitler exigió la autonomía para los alemanes de la zona de los Sudetes se originó una crisis internacional. En la conferencia de Munich, el 28 y 29 de septiembre de 1938 los dirigentes de Francia, Gran Bretaña e Italia se reunieron con Hitler. Como resultado, Alemania se anexionó los Sudetes el 10 de octubre de 1938.
Durante el conflicto de los Sudetes, papá aceptó una tarea militar no combatiente. Lo apostaron en la oficina de correos de Mulhouse para controlar las conversaciones telefónicas. Yo no entendía el funcionamiento del teléfono, pues nosotros no teníamos, solo los ricos podían permitirse tener teléfonos. Llegué a la conclusión de que papá tendría que pillar las palabras que saliesen del cable eléctrico.
Aunque el peligro de que estallara una guerra se había reducido, la tensión todavía flotaba en el ambiente. Papá había regresado a casa y volvía a vestir su ropa de civil, pero, se quedó callado como tiempo atrás. Su apetito desapareció. Zita no conseguía atraer su atención. Los días se hacían más cortos, las hojas comenzaban a tornarse de color marrón y nosotros nos sentíamos cada vez más tristes. ¿Sería porque habíamos sido expulsados de nuestra familia?
Quizá nuestros parientes pensasen que este aislamiento nos haría recobrar el juicio y regresaríamos a la Iglesia Católica. No obstante, ¿cómo podríamos ir en contra de nuestra conciencia? Mis padres estaban resueltos a apegarse a la Biblia. La pequeña congregación de Bibelforscher satisfacía nuestras necesidades y se había convertido en algo próximo y querido para nosotros.
♠♠♠
La calle principal que iba hasta la estación de tren de Mulhouse discurría al lado de un jardín cuadrado. Estaba rodeado por unos arcos que proporcionaban una fresca sombra a las aceras. A la agradable sombra podíamos pasear a lo largo de una hilera de tiendas. Entre ellas había una barbería con tres sillones y tres sillas para los que esperaban. El local pertenecía al barbero de papá, su mejor amigo, Adolphe Koehl, quien también se convertiría en mi peluquero.
Al aproximarnos a la barbería, podía percibir el maravilloso aroma del agua de colonia que flotaba en la acera. Frente a la entrada, una gran cortina separaba el negocio de la habitación de servicio. Este era un pequeño cuarto con una mesa sobre la que se apilaban las toallas, una silla enfrente y un taburete debajo. Entre los últimos escalones de la escalera de caracol que subía al apartamento y la puerta que conducía al patio interior había sitio suficiente para tres personas. Todos los jueves era el día de cortar el pelo a los niños, el día que dos veces al mes escogían los dos Adolphe para encontrarse, y para cortarme el pelo a mí de paso. Ese día había más probabilidades de que Adolphe pudiera dejar la tienda en manos de su empleado. Los niños rara vez preguntaban por el dueño, a diferencia de sus clientes más selectos: médicos, jueces, directores y demás. Estos solían pedir que los arreglara el dueño, un hombre caballeroso y de encantadora personalidad.
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