Название: Sola ante el León
Автор: Simone Arnold-Liebster
Издательство: Автор
Жанр: Биографии и Мемуары
isbn: 9782879531670
isbn:
—Una enfermedad. Pero, ¿por qué lo preguntas?
Debía vigilar la respuesta.
—Bueno, hablamos de ella cuando pasamos enfrente de la casa de Jacqueline. Blanche dice que no la dejan ir al colegio.
—Es cierto. Tiene tuberculosis. Ya la tenía cuando Frida era pequeña y la cuidaba.
—¿Se la pasó a Frida?
—Seguramente. Eso se llama contagiar. Por eso, Simone, cuando te insisto en que no te sientes en la acera, no es solo porque los perros la ensucian, sino también ¡porque mucha gente escupe!
—¡Sí, es cierto! ¡He leído que incluso escupen sus propios pulmones!
—¿Qué has dicho?
—He dicho que me da miedo que escupan sus propios pulmones. ¿Es esa la enfermedad de la que murió el tío Louis?
—Así es.
—Entonces, ¿la tía Eugenie tiene tuberculosis?
—¡Gracias a Dios no!
Ya había reunido la suficiente información y las explicaciones necesarias. Podía ir al colegio y advertir a las niñas de que no recogieran nada de la calle porque podía haber pedazos de pulmones tirados por ahí. Como enfermera, era mi obligación hacerles temer la tuberculosis como la temía yo.
Por fin llegaron las vacaciones de verano para mí y, por primera vez en su vida, para papá. No quería tomarse los días libres. “Pero, no me queda más remedio. La fábrica permanecerá cerrada durante dos semanas.” Como resultado de las concesiones obtenidas por los huelguistas, a partir de 1937 todas las fábricas de Francia estaban obligadas por ley a cerrar por vacaciones. Al menos, con estas vacaciones forzosas el humor de papá podría mejorar.
Papá tenía un nuevo tema de conversación.
—Emma, ¿por qué no nos compramos las bicicletas?
—¿Podemos permitírnoslas?
Mi muñeca de cinco francos que estaba sobre la estantería hizo que me sintiera incómoda una vez más.
—Bueno, tendríamos que pedir prestado el dinero al banco. No me gusta la idea porque podría surgir algún imprevisto. Pero, por otro lado, las bicicletas también son una inversión. Podríamos ir en bicicleta por la montaña.
Nuestras flamantes bicicletas nuevas se convirtieron en objeto de admiración de todo el vecindario. Las dos resplandecientes bicicletas eran de color rojo oscuro con adornos dorados y tenían tres velocidades. Llevaban un asiento especial para mí en el manillar de la bicicleta de papá y otro en la parte de atrás de la bicicleta de mamá. Si subíamos la montaña, me sentaba en la de papá, pero, para bajar, lo hacía con mamá. Planeamos subir hasta los lagos Longemer y Gerardmer. Más tarde, me enteré de que tendríamos que llevar a mi primo Maurice con nosotros. Malas noticias para mí.
Maurice tenía catorce años, pelo rubio y ojos azules (como el acero). Nunca dejaba de jactarse. Mamá dijo que era un “pobre huérfano” que sólo nos acompañaría en bicicleta y que lo llevaríamos de vuelta a casa antes de llegar a Bergenbach. Así que no me quedaba más remedio que soportarlo.
Pensé en cómo podría manejarlo. Imitaría todo lo que él hiciese, escalaría y correría sin quejarme una sola vez, y cuando él confesara que estaba agotado, yo le respondería:
—¡Pues yo no!
De vuelta en casa de la abuela, le dije orgullosamente a mi sorprendida prima Angele:
—De ahora en adelante soy un chico.
Y para demostrárselo, me encaramé al ciruelo amarillo para agitar las ramas más altas llenas de pequeñas ciruelas dulces. En el momento de saltar, el vestido se enganchó en una rama. Me balanceé hacia delante y hacia atrás hasta que la falda se rasgó y quedé libre. Caí al suelo sobre el estómago. Angele escapó gritando y Joly, el cachorro alsaciano, tiró de mí por el vestido hasta hacerlo pedazos. Me levanté lenta y dolorosamente. ¿Los niños lloran? Decidí morderme el labio y fingir que estaba bien. Tenía la cesta llena de ciruelas. Arrastré aquella pesada carga hasta casa con mucho esfuerzo.
Todos los animales de la granja de la abuela tenían caras bonitas. De lo contrario, la abuela los vendía. Joly era un perro bonito y musculoso. También era muy fuerte. Pensé que era una lástima que Joly sólo se ocupase de ladrar mientras el tío Germain y el abuelo tenían que traer el heno sobre un inmenso trineo.
—Angele, ¡podríamos adiestrar al perro para que tirase del trineo cargado!
Subimos cuesta arriba con Joly y el trineo fabricado por el tío Germain a la parte de atrás de la casa. Atamos a Joly al trineo. En un principio el perro se negaba a andar y tuvimos que tirar de él. Pero tan pronto notó que algo lo seguía, comenzó a correr cada vez más rápido cuesta abajo. Al principio, nos reíamos, pero pronto nuestra risa se tornó en pánico. Joly bajó corriendo los ocho escalones entre el taller de Germain y el corral. Los ruidosos golpes del trineo contra los escalones de piedra hicieron salir a todo el mundo de casa, excepto al tío Germain que era sordo y estaba aserrando madera. Joly quería librarse de sus arreos. Saltó a la fuente labrada en granito e hizo pedazos el trineo al tiempo que salpicaba a todos los presentes. Los ojos se le salían de las órbitas y la lengua le colgaba. A nosotras se nos mandó a la cama a causa de lo que los adultos llamaron “travesura”. No comprendieron en absoluto nuestra brillante idea.
♠♠♠
Mamá me llamó mientras sacaba un enorme libro negro del bolso.
—Mira lo que he comprado: una Biblia católica.
—¿Qué es una Biblia?
—Es la Palabra de Dios, escrita por hombres como guía para la vida.
Intenté leer algo de ella, pero la letra era tan pequeña que tropezaba con las palabras.
—Todas las mañanas te la leeré, mientras desayunas.
¡Al menos mi madre no me trata como a un bebé!
—Siéntate a mi lado —dijo, y abriéndola por la primera página, me mostró las firmas de algunos cardenales y obispos—. ¿Ves? Tiene la aprobación de la Iglesia Católica y del Papa. Todo párroco tiene un ejemplar. Papá no podrá prohibirnos leer una Biblia católica, ¿verdad?
—No, claro.
—La pondré aquí al lado de la radio. No queremos esconderla, ¿verdad que no?
—No, así papá también podrá leerla.
Pero no lo hizo.
Las semanas que papá trabajaba de turno de mañana, disfrutaba de la prometida lectura de la Biblia mientras comía mis emparedados de mermelada y mantequilla y bebía chocolate caliente, cuyo olor impregnaba todo el apartamento. A veces, mamá me leía una o dos oraciones un par de veces, y añadía: “Recuerda esto” o “¿Lo has entendido?”, y me volvía leer unas cuantas palabras de la oración anterior. Así me facilitaba el aprendizaje y la repetición de los versículos. Gracias СКАЧАТЬ