Sola ante el León. Simone Arnold-Liebster
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Название: Sola ante el León

Автор: Simone Arnold-Liebster

Издательство: Автор

Жанр: Биографии и Мемуары

Серия:

isbn: 9782879531670

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СКАЧАТЬ hmm.

      —¿No es precioso, papá?

      —Hmm, hmm.

      —La tía Valentine me lo compró.

      —¿Ah, sí?

      —Pero lo escogí yo.

      —Ya veo.

      Los ojos azules de mamá me decían que dejara descansar a papá.

      Fui junto a mi muñeca Claudine y le mostré mi precioso costurero estampado. Dentro tenía carretes de hilo de colores y unas pequeñas tijeras. Al menos a ella le interesaba.

      Un pesado silencio envolvió a nuestra familia. Mamá no intentaba conversar con papá, que ya nunca hablaba. La enfermedad de papá debía de estar empeorando. Incluso mi habitación parecía extraña, estaba vacía. Lo único que quedó sobre la estantería después de mi ataque de devoción destructiva fue la inocente muñeca. Siempre se había cruzado en mi camino, y ahora me molestaba todavía más. Representaba mi conciencia y me recordaba continuamente que debía tenerla en cuenta. Mamá había insistido en que permaneciera allí sentada. Los días tristones parecían no tener fin.

      De nuevo en el colegio, Mademoiselle aceptaba con indiferencia mis dalias y las ponía en una fea maceta sobre el alféizar de la ventana. Será que ya no le gustan las dalias, pensé. Las flores que solía regalarle las ponía en un bonito jarrón, mientras me sonreía y me daba las gracias. Pero ahora ni las flores la hacían sonreír. También estaría enferma.

      Después de tantos días grises, el sol salió tímidamente. Un débil rayo de sol caía sobre un paquete situado encima de la mesa del salón. Mamá me quitó la cartera y me señaló el paquete envuelto:

      Cuando papá regresó a casa del turno de mañana, entró en el salón, cogió el libro y lo dejó caer ruidosamente sobre la mesa.

      —¡Pues sí que tienen prisa! Les escribí apenas hace unos días.

      Durante algún tiempo, el paquete se quedó esperando a que lo abrieran y los ojos de mamá me decían que callara y esperara.

      ♠♠♠

      Tenía prohibido abrir la puerta cuando llamaban. Mamá me había dicho:

      —Tú eres una niña bien educada y sólo debes abrir cuando yo te lo pida.

      Así que tenía que meterme en una de las habitaciones porque “es de muy mala educación ser curiosa y salir al pasillo a ver quién ha llegado”. ¡Pero lo que mi madre no sabía es que yo iba a un lugar desde el que podía ver quién llamaba a la puerta gracias al reflejo del espejo!

      El tío Germain había venido por última vez antes de que la nieve los aislara en Bergenbach durante todo el invierno. Salí corriendo de la habitación. La mirada de mamá fue suficiente para que me volviera atrás, pero eso no hizo más que incrementar mis sospechas y mi curiosidad: me olía a complot. El tío Germain llegaba cargado. Mamá le hizo pasar rápidamente por la cocina hasta el balcón, donde almacenaba la comida hasta que empezaba a helar. Cuando terminaron de colocarlo todo, mamá me advirtió:

      —¡No vayas al balcón! ¡Son órdenes de papá!

      Papá pone muchas restricciones, pensé para mí. A veces podía ir al balcón, otras veces no. ¡Qué variables pueden ser los adultos!

      El tío Germain había traído unas fantásticas manzanas rojas y nueces, que llenaron el piso con el aroma de Bergenbach. Le hice cosquillas y se echó a reír sorprendido. A través de la ventana de la cocina vi ¡un árbol de Navidad!

      —¿Qué hace ahí fuera?

      Me respondí a mí misma. El niño Jesús tendría mucho trabajo, así que mis padres traían el árbol por él. A fin de cuentas, ¿no se había olvidado el año pasado de traerme algo y me lo llevó a casa de los Koch porque sabía que yo había sido invitada? Sin embargo, ¿por qué lo habrían traído tanto tiempo antes de Navidad?

      ♠♠♠

      Había decidido quedarme en casa con mamá y no ir a la iglesia. Mamá me miró con sorpresa, mientras papá me preguntaba con voz severa:

      —Y ¿por qué?

      —¡Porque yo no soy católica!

      Papá contestó con aspereza:

      —¡Mientras yo mande en esta casa, seré yo el que decida de qué religión eres! ¡Aquí el que manda soy yo!

      Mamá me dio instrucciones rápidamente:

      —¡Simone, apresúrate a vestirte para ir a la iglesia con papá!

      Protegidos bajo los paraguas del viento y la helada lluvia de noviembre que venían de frente, papá me preguntó:

      —¿Mamá te dijo que no eras católica?

      —Oh, no, ¡fueron mis compañeros de clase!

      —¿Acaso hablas de religión con ellos?

      —Sí, claro.

      —Porque mamá te enseña.

      —Sí, todos los días me lee una parte del libro del cura, la Biblia.

      —¿Eso es todo lo que hace? —preguntó con voz dubitativa.

      —Bueno, a veces me lee las mismas palabras dos o tres veces para que pueda aprenderlas y repetirlas exactamente tal y como están escritas en la Biblia católica. —Papá se quedó callado—. Papá, dicen que no soy católica. ¿Lo soy o no?

      —Tú eres católica y ¡ya me encargaré yo de que así siga siendo!

      Durante la misa no podía estarme quieta, estaba muy nerviosa. Dondequiera que miraba veía ojos que no podían ver y oídos que no podían oír. Todos aquellos santos y ángeles de la casa de Dios me obsesionaban. Por un lado, la Palabra de Dios decía que las imágenes estaban prohibidas, pero por otro, su casa estaba llena de ellas. Al final llegué a la conclusión de que Dios era como mis padres: te dicen que no toques el fuego, pero ellos lo tocan; que no subas por la escalera, pero ellos suben.

      A pesar del frío que hacía, papá decidió tomar otra ruta de vuelta a casa. Dijo que nadie nos molestaría.

      —¿Cómo llegaron tus compañeros de clase a esa conclusión? ¿Qué pasó?

      —Fue porque me negué a recitar una poesía con mi muñeca.

      —¿Cómo? СКАЧАТЬ