El Cristo preexistente. Gastón Soublette
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Название: El Cristo preexistente

Автор: Gastón Soublette

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9789561425378

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СКАЧАТЬ mito chino del paraíso y la caída incluye también el mito metalúrgico, destacando al que podría llamarse el Caín mongólico llamado Tchi Yeu, monstruo que comía arena y piedras dice el relato, aludiendo al trabajo de extracción de minerales, y quien fue vencido por el emperador Hoang Ti (2705 – 2597 a.C.), apodado el “emperador Amarillo”, señor de la tierra, santo patrono del taoísmo. Es interesante un pasaje del relato en que se dice que gracias a su gran ascendiente espiritual Hoang Ti logró convocar a muchas manadas de animales feroces y enjambres de insectos que se aliaron a él para vencer a Tchi Yeu. Hoang Ti es calificado por los historiadores como el ancestro común a todos los linajes de soberanos chinos y en ese sentido viene a ser algo así como el Abraham de los chinos.

      En comparación con la versión bíblica del paraíso y la caída, la versión china presenta, en apariencia, diferencias considerables en cuanto una procede de la tradición sapiencial del extremo oriental y 1a otra de la tradición profética del monoteísmo hebreo. Con todo, profundizando en la versión bíblica, esas diferencias se van atenuando hasta permitirnos hallar finalmente una semejanza de base, disimulada por las formas de expresión, y por cuanto ambas están referidas a un mismo hecho reconocido en todas las tradiciones espirituales del mundo.

      Antes dijimos que la versión bíblica estaba fuertemente influida por las exigencias de la fe monoteísta del pueblo de Israel, Con todo, el mito bíblico, al igual que otros, se remonta a un estado de la humanidad en que los hombres vivieron íntegramente insertos en el orden natural, desnudos, sin sufrir daño ni avergonzarse. Y dado que se trata de un mito, lo mismo que dicen los relatos de la tradición oral china sobre la vinculación del cielo y la tierra, el texto hebreo lo expresa mediante la metáfora de la presencia manifiesta de Dios en el jardín de Edén, y la posibilidad de que esta situación venturosa daba a los hombres de dialogar con el autor de la vida y conocer directamente su voluntad (esto es, el sentido). En consecuencia, la posterior expulsión del paraíso de la pareja primordial equivale necesariamente a una expulsión lejos de la presencia divina (desvinculación del cielo y la tierra).

      Hasta aquí el relato parece dirigido a todos los hombres, pero la irrupción del tentador sitúa el relato en la ortodoxia monoteísta hebrea. El texto bíblico correspondiente se halla en los capítulos 2 y 3 del Génesis. El primer texto dice: “El Señor Dios dio este mandato al hombre: Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que comieres de él, morirás”.

      La mención del tentador aparece más adelante en el capítulo 3 en los siguientes términos: “La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho; y dijo a la mujer: ¿Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín? La mujer respondió a la serpiente: Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solo que del fruto del árbol que está en medio del jardín, nos ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, porque si lo hiciereis moriréis. La serpiente replicó a la mujer: No es verdad que moriréis, bien sabe Dios que cuando comáis de él, se abrirán vuestros ojos, y seréis como los dioses conociendo el bien y el mal”.

      La serpiente fue escogida por el redactor del texto por varias razones, al parecer. Una de esas razones es la ambivalencia simbólica de que este animal está dotado. Símbolo de la energía de la tierra, de la sexualidad por su semejanza con el miembro masculino, símbolo de la cautela astuta, y divinidad de la fertilidad en Canaán, en cuyo territorio se asentaron definitivamente las doce tribus de Israel.

      Por las narraciones antiguas de Israel que figuran en la Torah y demás libros del Antiguo Testamento, entendemos que los hebreos, inicialmente monoteístas, vivieron siempre bajo la tentación de confiar su existencia como nación a las divinidades paganas de los pueblos nativos de Canaán a los que dominaron, pero en cuya vecindad tuvieron que vivir durante dos milenios. Esa tentación se explica en cuanto las divinidades paganas son potestades civilizadoras y, por tanto, aparecen como más inmediatamente capaces de dar a los hebreos lo que ellos creen necesario para vivir una vida semejante a la de los demás pueblos; desentendiéndose así de la misión espiritual que Iahvé les ha confiado por el ministerio de sus patriarcas, sus jueces y sus profetas, porque se advierte claramente en las narraciones históricas contenidas en la Biblia que la tendencia espontánea de esa sociedad de doce tribus era seguir el ejemplo de los países civilizados que ellos habían conocido. Por eso el primer acto de rebelión contra el monoteísmo Iahvista ocurrió cuando Moisés permaneció demasiado tiempo en la cima del monte Sinaí, mientras recibía de Iahvé el código fundamental de su pueblo. Se trata del conocido episodio del “Becerro de oro”, réplica de la divinidad taurina egipcia y por ser solo un novillo parece ser un primer anuncio simbólico de que este pueblo de pastores caminaba hacia un futuro de sociedad sedentaria agrícola. Nótese además que el oro con que fue hecho había sido sustraído a los mismos egipcios en el momento de la liberación (Ex. 12,35-36).

      Este y otros episodios semejantes ilustran una situación de divorcio casi total entre el inspirado profeta, cuyo rostro resplandece hablando cara a cara con Dios, y las expectativas terrenales de su pueblo estimulado por el ejemplo de las culturas paganas del Medio Oriente.

      En los capítulos 12 y 13 del libro de Moisés llamado “Números”, se dice que el profeta antes de hacer entrar al pueblo a la tierra de Canaán envió exploradores para recabar información completa de cómo era el país y sus habitantes. Estos, después de una ausencia de cuarenta días, volvieron e informaron a Moisés en los siguientes términos: “Hemos viajado al país donde tú nos has enviado. En verdad es un país donde mana leche y miel, y he aquí una muestra de sus frutos. Pero el pueblo que lo habita es poderoso, las ciudades son fortificadas y muy grandes”. Enseguida declararon: “No podemos marchar contra ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros”. Más adelante describen a los hombres de la región como de muy elevada estatura, entre los que incluyeron hasta algunos gigantes (hijos de Anak), frente a los que ellos se vieron semejantes a langostas.

      Por lo que dice la continuación de este relato, estos exploradores espías fueron castigados con una plaga que los hizo morir rápidamente. Y eso, porque en tales testimonios se transparentaban dos cosas graves. Primero, la desconfianza en la constante protección que Iahvé ejercía sobre su pueblo, y segundo, una no confesada admiración por la civilización pagana, hacia la cual miraba el grueso del pueblo, ambicionando sus modos de vida y el consecuente sometimiento a la protección de sus dioses; esto contrastaba fuertemente con la riesgosa experiencia monoteísta que el profeta los inducía a vivir, no obstante haber presenciado todos los prodigios que su Dios había realizado a su favor. En ese sentido se puede decir que Moisés aparecía ante ellos exigiéndoles poner su confianza en algo que para ellos no tenía un asidero seguro en la realidad, y que por momentos parecía una aventura sin destino.

      En pasajes como este de la Torah de Israel también se transparenta el contraste que presenta la tendencia común de los hombres a renunciar al desarrollo de sus facultades espirituales superiores, lo cual conlleva un esfuerzo y un sacrificio que pocos están dispuestos a asumir, a cambio de una existencia más segura en lo material y psicológico. Especialmente clara parece esta propensión en el hecho de que el pueblo de Israel, liberado de la esclavitud a que estuvo sometido en Egipto, con prodigios del poder de Dios que debieran haber reforzado su fe, murmuró contra Moisés por haberlo sacado de esa tierra, donde, no obstante la servidumbre a que estaba sometido vivía una existencia más segura. La enseñanza que contienen estos pasajes de la Torah es de gran trascendencia, aunque en apariencia sean episodios circunstanciales de una narración histórica.

      Estos y otros antecedentes semejantes es necesario invocar a la hora de abocarnos a la interpretación del pasaje de la Torah en que se narra la caída de la humanidad. Pues si esa versión que da la Biblia hebrea de un hecho común a todas las mitologías del origen está influida por las exigencias del monoteísmo israelita, no es muy difícil reparar en que el dilema que se establece entre obedecer a Dios o a la Serpiente es la misma que reaparecerá СКАЧАТЬ