Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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—Mucho más lógico sí, Caroline; pero entonces ya no se parecería en nada a un baile.
La señorita Bingley no respondió; se levantó poco después y se puso a dar vueltas por el salón. Su porte era elegante y sus andares graciosos; pero Darcy, a quien iba dirigido todo, siguió enfrascado en la lectura. Ella, desesperada, decidió hacer un esfuerzo más, y, volviéndose a Elizabeth, dijo:
—Señorita Eliza Bennet, déjeme que la convenza para que siga mi ejemplo y dé una vuelta por el salón. Le aseguro que es muy saludable después de estar tanto tiempo sentada en la misma posición.
Elizabeth se quedó asombrada, pero accedió en el acto. La señorita Bingley consiguió lo que se había propuesto con su amabilidad; el señor Darcy levantó la vista. Estaba tan sorprendido de la novedad de esta invitación como podía estarlo la misma Elizabeth; mecánicamente, cerró su libro. Seguidamente, le invitaron a pasear con ellas, a lo que se negó, explicando que solo podía haber dos motivos para que paseasen por el salón juntas, y si se uniese a ellas interferiría en los dos. “¿Qué querrá decir?”. La señorita Bingley se moría de ganas por saber cuál sería el significado y le preguntó a Elizabeth si ella podía saberlo.
—De ningún modo —contestó—; pero, sea lo que sea, es seguro que quiere dejarnos en ridículo, y la mejor forma de responderle será no preguntarle nada.
Sin embargo, la señorita Bingley era incapaz de desafiar a Darcy, e insistió, por lo tanto, en pedir que les explicase los dos motivos.
—No tengo el más mínimo inconveniente en hacerlo —dijo tan pronto como ella le permitió hablar—. Ustedes eligen este modo de pasar el tiempo o porque tienen que hacerse alguna confidencia o para hablar de sus asuntos íntimos, o porque saben que paseando realzan mejor su figura; si es por lo primero, al ir con ustedes no haría más que interferirlas; y si es por lo segundo, las puedo admirar mucho mejor sentado junto al fuego.
—¡Qué horror! —exclamó la señorita Bingley—. Jamás he oído nada tan abominable. ¿Cómo podríamos darle un escarmiento?
—Nada tan fácil, si está dispuesta a ello —dijo Elizabeth—. Todos sabemos fastidiar y mortificarnos unos a otros. Búrlese, ríase de él. Siendo tan íntima amiga suya, sabrá muy bien cómo debe obrar.
—No sé, le doy mi palabra. Le confieso que mi gran amistad con él no me ha enseñado cuáles son sus puntos débiles. ¡Burlarse de una persona tranquila, de tanta sangre fría! Y en cuanto a reírnos de él sin más ni más, no debemos tentarle; podría desafiarnos y tendríamos nosotros las de perder.
—¡Que no podemos reírnos del señor Darcy! —exclamó Elizabeth—. Es un privilegio muy singular, y espero que siga siendo singular, no me gustaría contar con muchos conocidos de este carácter. Me encanta reírme.
—La señorita Bingley —contestó Darcy— me ha concedido más importancia de la que merezco. El más sabio y mejor de los hombres o la más sabia y mejor de las acciones, pueden ser histriónicos a los ojos de una persona que no piensa en esta vida más que en burlarse.
—Estoy de acuerdo —respondió Elizabeth—, hay gente así, pero creo que yo no me cuento entre ellos. Espero que jamás llegue a ridiculizar lo que es bueno o sabio. Las sandeces, las tonterías, los caprichos y las inconsecuencias son las cosas que en verdad me divierten, lo confieso, y me río de ellas siempre que me es posible. Pero supongo que estas son las cosas que usted no posee.
—Quizá no sea posible para nadie, pero yo he pasado la vida trabajando para no caer en estas debilidades que exponen a la mofa a cualquier persona inteligente.
—Como la vanidad y el orgullo, por ejemplo.
—Sí, desde luego, la vanidad es un defecto. Pero el orgullo, en caso de personas de inteligencia superior, creo que es positivo.
Elizabeth tuvo que darse la vuelta para disimular una sonrisa.
—Espero que habrá acabado de examinar al señor Darcy —dijo la señorita Bingley, y le suplico que me diga qué ha sacado en claro.
—Estoy plenamente convencida de que el señor Darcy no tiene defectos. Él mismo lo reconoce totalmente.
—No —dijo Darcy—, no he querido decir eso. Poseo muchos defectos, pero no tienen que ver con la inteligencia. De mi carácter no me atrevo a responder; soy demasiado intransigente, en realidad, demasiado intransigente para lo que a la gente le conviene. No puedo olvidar tan pronto como serían necesarias las tonterías y los vicios ajenos, ni las ofensas que contra mí se hacen. Mis sentimientos no se borran por muchos esfuerzos que se realicen para cambiarlos. Es probable que se me pueda acusar de rencoroso. Cuando pierdo la buena opinión que tengo sobre alguien, es para siempre.
—Ese es realmente un defecto —replicó Elizabeth—. El rencor implacable es verdaderamente un factor negativo en un carácter. Pero ha elegido usted muy bien su defecto. No puedo burlarme de él. Por mi parte, está usted a salvo.
—Creo que en todo individuo hay cierta inclinación a un determinado mal, a un defecto innato, que ni tan solo la mejor educación puede vencer.
—Y ese defecto es la tendencia a odiar a todo el mundo.
—Y el suyo —contestó él con una sonrisa— es el interpretar mal a todo el mundo intencionadamente.
—Oigamos un poco de música —propuso la señorita Bingley, cansada de una conversación en la que se encontraba fuera de ella—. Louisa, ¿no te importará que despierte al señor Hurst?
Su hermana no opuso el más mínimo pero, y abrió el piano; a Darcy, tras unos momentos de meditación, no le pesó. Empezaba a rondarle el peligro de prestarle demasiada atención a Elizabeth.
Capítulo XII
De acuerdo con su hermana, Elizabeth escribió a su madre a la mañana siguiente, rogándole que les mandase el coche aquel mismo día. Pero la señora Bennet había calculado que sus hijas estarían en Netherfield hasta el martes en que haría una semana justa que Jane había llegado allí, y no era su voluntad que regresara antes de la fecha citada. Así, pues, su respuesta no fue de su agrado o, por lo menos, no fue la respuesta que Elizabeth hubiera querido, pues estaba deseando volver a su casa. La señora Bennet les respondió que no le era posible enviarles el coche antes del martes; en la posdata añadía que si el señor Bingley y su hermana les insistían para que se quedasen más tiempo, no lo dudasen, pues podía pasarlo muy bien sin ellas. Sin embargo, Elizabeth no estaba en su ánimo de seguir allí por mucho que se lo pidieran; temiendo, al contrario, resultar molestas por quedarse más tiempo sin motivo, pidió a Jane que le solicitase el coche a Bingley enseguida; y, finalmente, decidieron exponer su proyecto de salir de Netherfield aquella misma mañana y pedir que les prestasen el coche.
La noticia provocó muchas manifestaciones de desasosiego; les expresaron una y otra vez su deseo de que se quedasen por los menos hasta el día siguiente, y no hubo más remedio que demorar la salida hasta entonces. A la señorita Bingley le pesó después haber propuesto la demora, porque los celos y la antipatía que sentía por una de las hermanas era muy superior al afecto que sentía por la otra.
Al señor de la casa le causó mucha pena el saber que se iban a ir tan pronto, e intentó de nuevo convencer a Jane de que no sería bueno para ella, porque todavía no estaba totalmente recuperada; pero Jane era firme cuando sabía que obraba como creía que era lo justo.
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