Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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Después de tocar algunas canciones italianas, la señorita Bingley varió un poco el repertorio con un aire escocés más alegre; y al momento el señor Darcy se acercó a Elizabeth y le dijo:
—¿Le apetecería, señorita Bennet, aprovechar esta ocasión para bailar un reel?14
Ella sonrió y no respondió. Él, algo sorprendido por su silencio, repitió la pregunta.
—¡Oh! —dijo ella—, ya había oído la pregunta. Estaba meditando la contestación. Sé que usted querría que respondiese que sí, y así habría tenido el gusto de criticar mis aficiones; pero a mí me encanta echar por tierra esa clase de artimañas y defraudar a la gente que está concibiendo un desaire. Por lo tanto, he decidido decirle que no deseo bailar en absoluto. Y, ahora, desaíreme si osa hacerlo.
—No me atrevo, con sinceridad.
Ella, que creyó haberle ofendido, se quedó sorprendida de su galantería. Pero había tal mezcla de dulzura y malicia en los modales de Elizabeth, que era difícil que pudiese ofender a nadie; y Darcy nunca había estado tan enfrascado con una mujer como lo estaba con ella. Creía realmente que si no fuera por la inferioridad de su familia, se vería en apuros.
La señorita Bingley vio o sospechó lo suficiente para ponerse celosa, y su ansiedad porque se restableciese su querida amiga Jane aumentó con el deseo de librarse de Elizabeth.
Intentaba provocar a Darcy para que se desencantase de la joven, hablándole de su supuesto matrimonio con ella y de la felicidad que ese enlace le traería.
—Aguardo —le dijo al día siguiente mientras paseaban por el jardín— que cuando ese deseado evento tenga lugar, hará usted a su suegra unas cuantas advertencias para que modere su lengua; y si puede lograrlo, evite que las hijas menores corran detrás de los oficiales. Y, si me permite hablar de un tema tan delicado, procure refrenar ese algo, rayando en el orgullo y en la impertinencia, que su dama ostenta.
—¿Tiene algo más que proponerme para mi felicidad doméstica?
—¡Oh, sí! Deje que los retratos de sus tíos, los Phillips, sean colgados en la galería de Pemberley. Póngalos al lado del tío abuelo suyo, el juez. Son de la misma profesión, aunque de distinta clase social. En cuanto al retrato de su Elizabeth, no debe permitir que se lo hagan, porque ¿qué pintor podría hacer justicia a sus hermosos ojos?
—Ciertamente, no sería nada fácil conseguir su expresión, pero el color, la forma y sus bonitas pestañas podrían ser logrados.
En ese instante, por otro sendero del jardín, salieron a su encuentro la señora Hurst y Elizabeth.
—No sabía que estabais paseando —dijo la señorita Bingley un poco azorada al pensar que pudiesen haberles oído.
—Os habéis portado muy mal con nosotras —contestó la señora Hurst— al no comunicarnos que ibais a salir.
Y, tomando el brazo libre del señor Darcy, dejó que Elizabeth pasease sola. En el camino solo cabían tres. El señor Darcy se dio cuenta de tal descortesía y dijo en el acto:
—Este paseo no es lo bastante ancho para los cuatro, salgamos a la avenida.
Pero Elizabeth, que no tenía la menor intención de seguir con ellos, respondió muy sonriente:
—No, no; quédense donde están. Forman un grupo encantador, está mucho mejor así. Una cuarta persona lo echaría a rodar. Adiós.
Se fue alegremente, contenta al pensar, mientras caminaba, que dentro de uno o dos días más estaría en su casa. Jane se encontraba ya tan repuesta, que aquella misma tarde tenía la intención de salir un par de horas de su cuarto.
Juego de cartas, para dos personas, de 32 naipes.
Es uno de los vigorosos bailes nacionales escoceses.
Capítulo XI
Cuando las señoras se levantaron de la mesa después de la cena, Elizabeth subió a ver a su hermana y al darse cuenta que estaba bien abrigada la acompañó al salón, donde sus amigas le dieron la bienvenida con grandes demostraciones de afecto. Elizabeth nunca las había visto tan cordiales como en la hora que transcurrió hasta la llegada de los caballeros. Hablaron de todo. Describieron la fiesta con todo detalle, contaron anécdotas con mucho desparpajo y se burlaron de sus conocidos con gracia.
Pero en cuanto entraron los caballeros, Jane dejó de ser el primer objeto de atención. Los ojos de la señorita Bingley se volvieron de golpe hacia Darcy y no había dado cuatro pasos cuando ya tenía algo que comunicarle. Él se dirigió directamente a la señorita Bennet y la felicitó con amabilidad. También el señor Hurst le hizo una ligera inclinación de cabeza, diciéndole que se congratulaba mucho; pero la efusión y el calor quedaron reservados para el saludo de Bingley, que estaba muy contento y lleno de atenciones para con ella. La primera media hora se la pasó atizando el fuego para que Jane no notase el cambio de una habitación a la otra, y le suplicó que se pusiera al lado de la chimenea, lo más alejada posible de la puerta. Después se sentó junto a ella y ya casi no habló con nadie más. Elizabeth, enfrente, con su labor, contemplaba la escena con agrado.
Cuando terminaron de tomar el té, el señor Hurst recordó a su cuñada la mesa de juego, pero fue inútil; ella intuía que a Darcy no le apetecía jugar, y el señor Hurst vio su petición rechazada de pleno. Le aseguró que nadie tenía ganas de jugar; el silencio que siguió a su afirmación pareció ratificarlo. Así pues, al señor Hurst no le quedaba otra cosa que hacer que tumbarse en un sofá y dormir. Darcy cogió un libro, la señorita Bingley cogió otro, y la señora Hurst, ocupada principalmente en jugar con sus pulseras y sortijas, se unía, ocasionalmente, a la conversación de su hermano con la señorita Bennet.
La señorita Bingley prestaba más atención a la lectura de Darcy que a la suya propia. No paraba de realizarle preguntas o mirar la página que él tenía delante. Sea como fuere, no consiguió sacarle ninguna charla sostenida; se limitaba a contestar brevemente y continuaba leyendo. Finalmente, angustiada con la idea de tener que entretenerse con su libro que había elegido solamente porque era el segundo tomo del que leía Darcy, bostezó claramente y exclamó:
—¡Qué agradable es pasar una velada así! Bien mirado, creo que no hay nada tan divertido como leer. Cualquier otra cosa enseguida te fatiga, pero un libro, jamás. Cuando tenga una casa propia seré desgraciadísima si no poseo una gran biblioteca.
Nadie respondió. Entonces volvió a bostezar, cerró el libro y paseó la vista alrededor de la habitación buscando en qué ocupar el tiempo; cuando al oír a su hermano mencionarle un baile a la señorita Bennet, se volvió de repente hacia él y dijo:
—¿Piensas de verdad ofrecer un baile en Netherfield, Charles? Antes de decidirte te aconsejaría que consultases con los presentes, pues mucho me temo que hay entre nosotros alguien a quien un baile le parecería, más que una diversión, un sufrimiento.
—Si te refieres a Darcy —le respondió su hermano—, puede irse a la cama antes de que se inicie, si lo prefiere; pero en cuanto al baile, es cosa decidida, y tan pronto como Nicholls lo haya preparado todo, enviaré las invitaciones.
—Los СКАЧАТЬ