Novelas completas. Jane Austen
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Название: Novelas completas

Автор: Jane Austen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211188

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СКАЧАТЬ suya.

      —Me temo que su pluma no le va bien. Déjeme que se la afile, lo hago extraordinariamente bien.

      —Gracias, pero yo siempre afilo mi propia pluma.

      —¿Cómo puede conseguir una escritura tan uniforme?

      Darcy no hizo ningún comentario.

      —Por favor, dígale a su hermana que me alegro de saber que ha hecho muchos progresos con el arpa; y le ruego que también le diga que me gusta muchísimo el diseño de mesa que hizo, y que creo que es infinitamente mejor al de la señorita Grantley.

      —¿Me permite que aplace su entusiasmo para otra carta? En la presente ya no tengo espacio para más alabanzas.

      —¡Oh!, no tiene importancia. La veré en enero. Pero, ¿siempre le escribe cartas tan largas y dulces, señor Darcy?

      —Generalmente son largas; pero si son dulces o no, no soy yo quien debe juzgarlo.

      —Para mí es como una norma, cuando una persona escribe cartas tan largas con tanta desenvoltura no puede escribir groserías.

      —Ese cumplido no vale para Darcy, Caroline —interrumpió su hermano—, porque no escribe con facilidad. Analiza demasiado las palabras. Siempre busca palabras complicadas de más de cuatro sílabas, ¿no es así, Darcy?

      —Mi estilo es totalmente diferente al tuyo.

      —¡Oh! —exclamó la señorita Bingley—. Charles escribe sin ningún aliño. Se come la mitad de las palabras y emborrona el resto.

      —Las ideas me vienen tan deprisa que no tengo tiempo de expresarlas; de forma que, a veces, mis cartas no comunican ninguna idea al que las recibe.

      —Su humildad, señor Bingley —intervino Elizabeth—, tiene que desarmar todos los peros.

      —Nada es más engañoso —dijo Darcy— que la apariencia de humildad. En general no es otra cosa que falta de opinión, y a veces es una forma indirecta de ensalzarse.

      —¿Y cuál de esos dos calificativos aplicas a mi reciente acto de humildad?

      —Una forma indirecta de ensalzarse; porque tú, en realidad, estás orgulloso de tus defectos como escritor, puesto que los atribuyes a tu rapidez de pensamientos y a una dejadez en la ejecución, cosa que crees, si no muy estimable, al menos muy interesante. Siempre se estima mucho el poder de hacer cualquier cosa deprisa, y no se presta atención a la imperfección con la que se hace. Cuando esta mañana le dijiste a la señora Bennet que si alguna vez te decidías a dejar Netherfield, te irías en cinco minutos, fue una especie de elogio, de cumplido hacia ti mismo; y, sin embargo, ¿qué tiene de elogiable marcharse súbitamente dejando, sin duda, problemas sin resolver, lo que no puede ser positivo para ti ni para nadie?

      —¡No! —exclamó Bingley—. Me parece demasiado recordar por la noche las tonterías que se dicen por la mañana. Y te doy mi palabra, estaba convencido de que lo que decía de mí mismo era cierto, y lo sigo estando ahora. Por lo menos, no adopté sin necesidad un carácter precipitado para vanagloriarme delante de las damas.

      —Sí, creo que estabas convencido; pero soy yo el que no lo está de que te fueses tan rápidamente. Tu forma de actuar dependería de las circunstancias, como la de cualquier persona. Y si, montado ya en el caballo, un amigo te dijese: “Bingley, quédate hasta la próxima semana”, probablemente lo harías, probablemente no te marcharías, y sería suficiente una palabra más para que te quedaras un mes más.

      —Con esto solo ha probado —dijo Elizabeth— que Bingley no hizo justicia a su carácter. Lo ha favorecido usted más ahora de lo que él lo había hecho.

      —Estoy extraordinariamente agradecido —dijo Bingley— por convertir lo que manifiesta mi amigo en un cumplido. Pero me temo que usted no lo interpreta de la forma que mi amigo deseaba; porque él tendría mejor opinión de mí si, en esa tesitura, yo me negase en redondo y partiese tan rápido como pudiera.

      —¿Consideraría entonces el señor Darcy justificada la imprudencia de su primera intención con el empecinamiento de mantenerla?

      —No soy yo, sino Darcy, el que debe ofrecer explicaciones.

      —Quieres que dé cuenta de unas opiniones que tú me atribuyes, pero que yo jamás he hecho más. Volviendo al caso, debe recordar, señorita Bennet, que el supuesto amigo que desea que se quede y que retrase su plan, simplemente lo desea y se lo pide sin ofrecer ningún argumento.

      —El ceder pronto y sin resistencia a la persuasión de un amigo, no tiene ningún mérito para usted.

      —El ceder sin convicción habla poco en favor de la inteligencia de ambos.

      —Me da la sensación, señor Darcy, de que usted nunca permite que le influyan el afecto o la amistad. El respeto o la estima por el que pide puede hacernos ceder a la petición sin aguardar ninguna razón o argumento. No estoy hablando del caso particular que ha supuesto sobre el señor Bingley. Además, deberíamos, quizá, esperar a que se diese la circunstancia para discutir entonces su comportamiento. Pero en general y en casos normales entre amigos, cuando uno quiere que el otro cambie alguna decisión, ¿vería usted mal que esa persona complaciese ese deseo sin aguardar las razones del otro?

      —¿No sería recomendable, antes de proseguir con el tema, dejar claro con más precisión qué importancia tiene la demanda y qué intimidad existe entre los amigos?

      —Ciertamente —dijo Bingley—, fijémonos en todos los detalles sin dejar a un lado el comparar estatura y tamaño; porque eso, señorita Bennet, puede tener mayor peso en la discusión de lo que parece. Le aseguro que si Darcy no fuera tan alto comparado conmigo, no le tendría ni la mitad de consideración que le tengo. Confieso que no conozco nada más apabullante que Darcy en determinadas ocasiones y en determinados lugares, sobre todo en su casa y en las tardes de domingo cuando está ocioso.

      El señor Darcy sonrió; pero Elizabeth se dio cuenta de que se había ofendido mucho y contuvo la risa. La señorita Bingley se molestó un tanto por la ofensa que le había hecho a Darcy y censuró a su hermano por decir tales sandeces.

      —Conozco tu sistema, Bingley —dijo su amigo—. No te agradan las discusiones y quieres poner punto final a esta.

      —Probablemente. Las discusiones se parecen demasiado a las peleas. Si tú y la señorita Bennet posponéis la vuestra para cuando yo no esté en la habitación, estaré muy agradecido; además, así podréis decir todo lo que os venga en gana de mí.

      —Por mi parte —dijo Elizabeth—, no hay objeción en hacer lo que desea, y es mejor que el señor Darcy finalice la carta.

      Darcy siguió su consejo y terminó la carta. Concluida la tarea, se dirigió a la señorita Bingley y a Elizabeth para que les deleitasen con algo de música. La señorita Bingley se apresuró al piano, pero antes de sentarse invitó cortésmente a Elizabeth a tocar en primer lugar; esta, con igual amabilidad y con toda sinceridad rechazó la invitación; entonces, la señorita Bingley se sentó e inició el concierto.

      La señora Hurst cantó con su hermana, y, mientras se empleaban en este cometido, Elizabeth no podía evitar percibir, cada vez que volvía las páginas de unos libros de música que había sobre el piano, de la frecuencia con la que los ojos de Darcy se fijaban en ella. Le era difícil pensar que fuese objeto de admiración СКАЧАТЬ