Novelas completas. Jane Austen
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Название: Novelas completas

Автор: Jane Austen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211188

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СКАЧАТЬ en la que había hablado de la gente del campo—; le aseguro que eso pasa igual en el campo que en la ciudad.

      Todo el mundo se quedó perplejo. Darcy la miró un instante y luego se volvió sin decir nada. La señora Bennet pensó que había logrado una victoria aplastante sobre él y siguió triunfante:

      —Por mi parte no creo que Londres tenga ninguna ventaja sobre el campo, a no ser por las tiendas y los lugares públicos. El campo es mucho más atractivo. ¿No es verdad, señor Bingley?

      —Cuando estoy en el campo —contestó— no deseo marcharme, y cuando estoy en la ciudad me pasa lo mismo. Cada uno tiene sus ventajas y yo me encuentro igualmente bien en los dos sitios.

      —Claro, porque usted tiene muy buen carácter. En cambio ese caballero —dijo mirando a Darcy— no parece que tenga muy buena opinión del campo.

      —Mamá, estás en un error —intervino Elizabeth subiéndosele los colores por la imprudencia de su madre—, interpretas mal al señor Darcy. Él solo quería significar que en el campo no se encuentra tanta variedad de tipos como en la ciudad. Lo que debes reconocer que es verdad.

      —Desde luego, querida, nadie dijo lo contrario, pero eso de que no hay mucha gente en esta vecindad, creo que hay pocas tan grandes como la nuestra. Yo he llegado a cenar con veinticuatro familias.

      Nada, si no fuese su respeto por Elizabeth, podría haber hecho callar a Bingley. Su hermana fue menos delicada, y miró a Darcy con sorna muy expresiva. Elizabeth quiso decir algo para cambiar de tema y le preguntó a su madre si Charlotte Lucas había estado en Longbourn desde que ella se había marchado.

      —Sí, nos visitó ayer con su padre. ¡Qué hombre tan simpático es sir William! ¿Verdad, señor Bingley? ¡Tan distinguido, tan gentil y tan sencillo! Siempre tiene una palabra amable para todo el mundo. Esa es la idea que yo tengo de lo que son los buenos modales; esas personas que se creen muy importantes y jamás abren la boca, no saben lo que es cortesía.

      —¿Cenó Charlotte con vosotros?

      —No, se fue a casa. Creo que la necesitaban para hacer el pastel de carne. Lo que es yo, señor Bingley, siempre dispongo de ayudantes que saben hacer su trabajo. Mis hijas están educadas de otro modo. Pero cada cual que se juzgue a sí mismo. Las Lucas son muy buenas chicas, se lo aseguro. ¡Es una lástima que no sean agraciadas! No es que crea que Charlotte sea muy fea; en fin, sea como sea, es muy amiga nuestra.

      —Parece una joven muy simpática —dijo Bingley.

      —¡Oh! sí, pero debe admitir que es bastante feúcha. La misma lady Lucas lo menciona muchas veces, y me envidia por la belleza de Jane. No me gusta ensalzar a mis propias hijas, pero la verdad es que no se encuentra con frecuencia a alguien tan guapa como Jane. Yo no puedo ser imparcial, naturalmente; pero es que lo dice todo el mundo. Cuando solo contaba con quince años, había un caballero que vivía en casa de mi hermano Gardiner en la ciudad, y que estaba tan enamorado de Jane que mi cuñada aseguraba que se declararía antes de que nos fuéramos. Pero no fue así. Quizá creyó que era demasiado joven. Aunque, le escribió unos versos, y muy hermosos que eran.

      —Y así finalizó su amor —dijo Elizabeth con ansia—. Creo que ha habido muchos que lo vencieron de la misma manera. Me pregunto quién sería el primero en descubrir la eficacia de la poesía para acabar con el amor.

      —Yo siempre he pensado que la poesía es el alimento del amor —dijo Darcy.

      —De un gran amor, sólido y fuerte, quizás. Todo nutre a lo que ya es fuerte de por sí. Pero si es solo una inclinación pasajera, sin ninguna base, un buen soneto la acabaría matando de inanición.

      Darcy se limitó a sonreír. Siguió un silencio general que hizo temer a Elizabeth que su madre volviese a hablar de nuevo. La señora Bennet lo deseaba, pero no sabía qué argumentar, hasta que después de una pequeña pausa empezó a reiterar su agradecimiento al señor Bingley por su amabilidad con Jane y se disculpó por las molestias que también pudiera estar causando Lizzy. El señor Bingley fue amable en su respuesta, y obligó a su hermana menor a ser cortés y a decir lo que la ocasión requería. Ella desempeñó su papel, aunque con poco desparpajo, pero la señora Bennet, quedó satisfecha y poco después pidió su carruaje. Al oír esto, la más joven de sus hijas se adelantó para decir algo. Las dos muchachitas habían estado cuchicheando durante toda la visita, y el resultado de ello fue que la más joven tenía que recordarle al señor Bingley que cuando vino al campo por primera vez había prometido ofrecer un baile en Netherfield.

      Lydia era fuerte, muy desarrollada para tener quince años, tenía buena figura y un carácter muy vivo. Era la favorita de su madre que por la estimación que la guardaba la había presentado en sociedad a una edad muy temprana. Era muy arrebatada y se daba mucha importancia, lo que había crecido con las atenciones que recibía de los oficiales, a lo que las cenas de su tía y sus modales sencillos contribuían. Por lo tanto, era la más idónea para dirigirse a Bingley y recordarle su promesa; añadiendo que sería una vergüenza ante el mundo si no lo cumplía. Su respuesta a este súbito ataque fue encantadora a los oídos de la señora Bennet.

      —Le aseguro que estoy dispuesto a mantener mi promesa, en cuanto su hermana esté repuesta; usted misma, si le place, podrá señalar la fecha del baile: No querrá estar bailando mientras su hermana está en cama.

      Lydia se dio por satisfecha:

      —¡Oh! sí, será mucho más adecuado aguardar a que Jane esté bien; y para entonces lo más seguro es que el capitán Carter estará de nuevo en Meryton. Y cuando usted haya dado su baile —agregó—, insistiré para que den también uno ellos. Le diré al coronel Forster que sería lamentable que no lo hiciese.

      Finalmente la señora Bennet y sus hijas se marcharon, y Elizabeth volvió al instante con Jane, dejando que las dos damas y el señor Darcy hiciesen sus comentarios acerca de su conducta y el de su familia. Sin embargo, Darcy no pudo compartir con los demás la censura hacia Elizabeth, a pesar del genio de la señorita Bingley al hacer chistes sobre ojos hermosos.

      Capítulo X

      Elizabeth se dedicó a una labor de aguja, y tenía suficiente distracción con atender a lo que pasaba entre Darcy y su compañía. Los constantes elogios de esta a la caligrafía de Darcy, a la simetría de sus renglones o a la extensión de la carta, así como la total indiferencia con que eran recibidos, constituían un curioso diálogo que estaba totalmente de acuerdo con la opinión que Elizabeth guardaba de cada uno de ellos.

      —¡Cómo se alegrará la señorita Darcy cuando reciba esta carta!

      Él no respondió.

      —Escribe usted más deprisa que nadie.

      —Se equivoca. Escribo muy lentamente.

      —¡Cuántas cartas tendrá ocasión de escribir al cabo del año! Incluidas cartas de negocios. ¡Cómo las odio!

      —Tiene suerte, pues, que sea yo y no usted, el que tenga que escribirlas.

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