Novelas completas. Jane Austen
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Novelas completas - Jane Austen страница 96

Название: Novelas completas

Автор: Jane Austen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211188

isbn:

СКАЧАТЬ ni estilo, ni gusto, ni belleza. La señora Hurst pensaba lo mismo y añadió:

      —En resumen, lo único que se puede decir de ella es que es una magnífica caminante. Nunca olvidaré cómo apareció esta mañana. Sin duda parecía medio salvaje.

      —Ciertamente, Louisa. Cuando la vi, casi no pude frenarme. ¡Qué falta de juicio venir hasta aquí! ¿Qué necesidad había de que corriese por los campos solo porque su hermana tiene un resfriado? ¡Cómo presentaba los cabellos, tan despeinados, tan desaliñados!

      —Sí. ¡Y las enaguas! ¡Si las hubieseis visto! Con más de una cuarta de barro. Y el abrigo que se había puesto para taparlas, desde luego, no le servía para nada.

      —Tu retrato puede que sea muy exacto, Louisa —dijo Bingley—, pero todo eso a mí me pasó inadvertido. Creo que la señorita Elizabeth Bennet tenía un aspecto magnífico al entrar en el salón esta mañana. Casi no percibí que llevaba las faldas sucias.

      —Estoy segura de que usted sí que se fijó, señor Darcy —dijo la señorita Bingley—; y creo que no le agradaría que su hermana ofreciese parecido espectáculo.

      —Desde luego.

      —¡Caminar tres millas, o cuatro, o cinco, o las que sean, con el barro hasta los tobillos y sola, completamente sola! ¿Qué querría demostrar? Para mí, eso demuestra una execrable independencia y orgullo, y una indiferencia por el decoro propio de la gente del campo.

      —Lo que demuestra es un estimable cariño por su hermana —dijo Bingley.

      —Creo, señor Darcy —observó la señorita Bingley en un susurro—, que esta aventura habrá afectado bastante la admiración que sentía usted por sus hermosos ojos.

      —De ningún modo —respondió Darcy—; con el ejercicio se le pusieron todavía más brillantes.

      A esta intervención siguió un breve silencio, y la señora Hurst volvió.

      —Le tengo gran afecto a Jane Bennet, es en verdad una muchacha encantadora, y desearía con todo mi corazón que tuviese mucha suerte. Pero con semejantes padres y con parientes de tan poco brillo, creo que no va a tener muchas ocasiones.

      —¿Verdad que te he oído decir que su tío es abogado en Meryton?

      —¡Magnífico! —añadió su hermana. Y las dos se echaron a reír a carcajadas.

      —Aunque todo Cheapside estuviese lleno de tíos suyos —exclamó Bingley—, no por ello serían las Bennet menos atractivas.

      —Pero les disminuirá las posibilidades de casarse con hombres que representen algo en el mundo —respondió Darcy.

      Bingley no realizó ningún comentario a esta observación de Darcy. Pero sus hermanas asintieron encantadas, y estuvieron un rato chanceándose a costa de los plebeyos parientes de su querida amiga.

      —¿Prefieres leer a jugar? —le dijo—. Es muy raro.

      —La señorita Elizabeth Bennet —manifestó la señorita Bingley— odia las cartas. Es una gran lectora y no encuentra placer en nada más.

      —No merezco ni ese elogio ni esa censura —exclamó Elizabeth—. No soy una lectora empedernida y encuentro placer en muchas cosas.

      —Como, por ejemplo, en cuidar a su hermana —intervino Bingley—, y espero que ese placer crezca cuando la vea completamente curada.

      Elizabeth se lo agradeció de corazón y se dirigió a una mesa donde había varios libros. Él se ofreció enseguida para traer otros, todos los que hubiese en su biblioteca.

      —Desearía que mi colección fuese mayor para beneficio suyo y para mi propio prestigio; pero soy un hombre negligente, y aunque no tengo muchos libros, tengo más de los que pueda llegar a leer.

      Elizabeth le aseguró que con los que había en la habitación tenía bastante.

      —Es raro —atajó la señorita Bingley— que mi padre haya reunido una colección de libros tan pequeña. ¡Qué magnífica biblioteca tiene usted en Pemberley, señor Darcy!

      —Ha de ser buena —respondió—; es obra de muchas generaciones.

      —Y además usted la ha aumentado en gran manera; siempre está comprando libros.

      —No puedo entender que se descuide la biblioteca de una familia en los tiempos que corren.

      —¡Descuidar! Estoy segura de que usted no descuida nada que se refiera a acrecentar la belleza de esa noble estancia. Charles, cuando construyas tu casa, me conformaría con que fuese la mitad de bonita que Pemberley.

      —Ojalá pueda.

      —Pero yo te aconsejaría que adquirieses el terreno cerca de Pemberley y que lo tomases como modelo. No hay condado más bonito en Inglaterra que Derbyshire.

      —Ya lo creo que lo haría. Y adquiriría el propio Pemberley si Darcy lo vendiera.

      —Me refiero a posibilidades, Charles.

      —Sin tapujos, Caroline, preferiría adquirir Pemberley comprándolo que remendándolo.

      Elizabeth estaba demasiado pendiente de lo que ocurría para poder prestar la menor atención a su libro; no tardó en abandonarlo, se acercó a la mesa de juego y se colocó entre Bingley y su hermana mayor para observar la partida.

      —¿Ha crecido la señorita Darcy desde la primavera? —preguntó la señorita Bingley—. ¿Será ya tan alta como yo?

      —Creo que sí. Ahora será de la estatura de la señorita Elizabeth Bennet, o la pasará.

      —¡Qué ganas tengo de volver a verla! Jamás he conocido a nadie que me agrade tanto. ¡Qué figura, qué modales y qué talento para su edad! Toca el piano de una forma sublime.

      —Me sorprende —dijo Bingley— que las jóvenes tengan tanta paciencia para asimilar tanto, y lleguen a ser tan perfectas como lo son todas.

      —¡Todas las jóvenes perfectas! Mi querido Charles, ¿de qué vas?

      —Sí, todas. Todas pintan, forran biombos y hacen bolsitas de malla. No conozco a ninguna que no sepa hacer todas estas cosas, y nunca he oído hablar de una damita por primera vez sin que se me dijera que era perfecta.

      —Tu lista de lo que abarcan comúnmente esas perfecciones —dijo СКАЧАТЬ