Superar los límites. Rich Roll
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Название: Superar los límites

Автор: Rich Roll

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия: Deportes

isbn: 9788499106397

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СКАЧАТЬ un compañero que hacía mucho tiempo que estaba en la alineación. En la pista, era simplemente un desastre. No podía correr las jugadas. Me quedaba paralizado. Tenso y llevado por la ansiedad, solía pasar la pelota al equipo contrario. Lo habitual era que lanzara pelotas al aire. Y a pesar de que practicaba en casa con mi padre, que puso una canasta en la entrada para apoyarme, no tenía arreglo. Y lo pagué con burlas crueles. Pronto me convertiría en la diana de todas las bromas. Y las palizas no tardaron en llegar.

      Un día, estando en los vestuarios después del entrenamiento, me vi rodeado y llevando únicamente una toalla puesta. Un grupo de los miembros de mi equipo me acorralaron. Todd Rollap, con el doble de fuerza que yo, dio un paso al frente y se me pegó a la cara.

      —Éste no es tu sitio. Será mejor que dejes el equipo y vuelvas al lugar de donde saliste.

      —Déjame en paz, Todd —respondí, encogido de miedo.

      Todd se echó a reír. Mis compañeros de equipo se acercaron todavía más y me empujaron en el pecho, retándome a que intentara algo. Al final, me vi obligado a empujar a Todd, que estaba justo delante de mi cara. ¡A jugar! Mis compañeros me devolvieron el empujón y empezaron a pasarme de unos a otros como si fuera una patata caliente.

      —¡Dejadme! ¡Idos! ¡Dejadme en paz!

      Empecé a llorar. Al mostrar debilidad, la multitud reclamaba sangre y se prepararon para atacar. En un intento desesperado por escapar, lancé un puñetazo contra Todd, pero no conseguí acertarle en la cara. Predecible. Como mi tiro en suspensión, puro aire.

      Y entonces... ¡PUM! Todd me atizó un directo a la mandíbula. Lo siguiente que recuerdo es que estaba tumbado boca arriba, mirando a mis compañeros de equipo, que se reían histéricamente por mi embarazosa forma de caer. Coreaban lo que se acabaría convirtiendo en un mantra del ridículo.

      —¡Rich Roll, hombre bajo control! ¡Rich Roll, hombre bajo control!

      Medio desnudo, horrorizado y totalmente humillado, cogí la ropa y salí llorando de los vestuarios, poniendo fin a uno de mis innumerables momentos en Landon.

      Al día siguiente, el entrenador Williams me llevó a una clase vacía.

      —Me han contado lo que ha pasado. ¿Estás bien?

      —Estoy bien —contesté intentando contener las emociones que bullían en mi interior.

      —¿Sabes por qué quería que estuvieras en el equipo? —me preguntó, con su poco poblada frente brillando mientras me miraba a través de sus gafas de montura metálica al estilo John Lennon.

      Con la mirada perdida fijé los ojos en su bigote. Teniendo en cuenta lo que había pasado, no se me ocurría ni una sola razón. Ya no quería saber nada de Landon y mucho menos del baloncesto.

      —No era por tu gran habilidad para jugar —siguió. ¡De verdad!—, sino porque eres un líder. Tienes un raro entusiasmo y un optimismo contagioso. El equipo necesita eso.

      Quizá, pero yo no necesitaba al equipo. Eso era algo que tenía claro. Y no podía entender por qué me veía como un líder. En lo que a mí respectaba, carecía de tales habilidades.

      —Pero lo entendería si quisieras irte. Es decisión tuya.

      Yo estaba loco por irme, pero también sabía que si lo hacía mi destino estaría sellado. No pararían de recordármelo. Así que decidí aguantar. No fue para nada agradable. El ridículo siguió e, incluso, empeoró, pero hice todo lo posible por mantenerme firme. No podía dejarles ganar.

      Pero lo que sí hice fue lo que mejor se me daba: retraerme. Desde ese momento y hasta el día en que me gradué, decidí excluirme de todo lo social que Landon pudiera ofrecerme. Bajé la cabeza, estudié mucho y me encontré completamente solo. Académicamente extraje todo lo que pude de Landon, pero eso era todo.

      A los quince años ya había tocado techo en lo que la YMCA podía ofrecerme en cuanto a mi desarrollo como nadador. Si quería jugar con los niños grandes, había llegado el momento de avanzar. Aunque la Landon hubiera tenido un programa de natación, cosa que no era así, necesitaba el asesoramiento de una mano experta para que extrajera de mí el talento que pudiera tener para pasar al nivel siguiente.

      Así que les dije a mis padres que quería unirme al club de natación Curl, un equipo recién formado por el entrenado Rick Curl, que empezó su carrera lanzando atletas a nivel nacional con el club de natación Solotar, el equipo rival de la otra punta de la ciudad, y que ahora competía por libre con su propio equipo. En la YMCA había sido un pez grande en un estaque pequeño. En Curl sería el pez más pequeño en el estanque más grande disponible. No sólo porque los demás nadadores de mi edad eclipsarían mi talento y habilidad, sino porque también tendría que entrenar diez veces por semana: cuatro sesiones de 45 minutos antes de ir a clase, cinco sesiones de dos horas de lunes a viernes después de clase y un entrenamiento de tres horas los sábados. Desalentador, ciertamente. Como es obvio, mis padres estaban preocupados porque no estaban seguros de que un compromiso de ese calibre fuese lo mejor para mí. Para ellos, la educación era lo primero y, comprensiblemente, no querían que esta sobredosis de natación minara mis notas que, por fin, estaban yendo en la dirección correcta. Pero los convencí de que podría hacerlo. Estaba seguro de que si me entregaba en cuerpo y alma, el cielo sería el límite. Rick podría ayudarme. Pero, sobre todo, necesitaba alejarme de todo lo que tuviera que ver con Landon.

      Sólo había un problema en mi plan. Landon estaba muy orgullosa de sus actividades deportivas extraescolares obligatorias. Todos los estudiantes tenían que practicar algún deporte del centro cuando tocaba la campana a las tres de la tarde. Sin excepciones. Si quería nadar, realmente nadar, tenía que encontrar alguna forma de esquivar esta norma. Así que, con la ayuda de mis padres, solicité una exención al director Malcolm Coates y al director deportivo Lowell Davis. Pensé que no supondría un problema. Teniendo en cuenta el gran énfasis que ponía el centro en la excelencia deportiva, creí que querrían apoyar a un estudiante que ansiaba llevar su deporte al máximo nivel posible, algo que Landon no podía ofrecerme.

      No podía estar más equivocado. Desde el principio, el director deportivo, Davis, estuvo totalmente en contra de la idea. Desde que Landon fue fundada en 1929, ningún estudiante había recibido nunca una exención a ese orgullo de Landon que era su programa deportivo y no iban a empezar ahora. ¿Cuál era el problema? No es que me necesitaran en el campo de fútbol. ¿Los deportes no iban de construir la confianza en uno mismo? En Landon, la mía no podía estar más baja. Y tampoco es que les estuviera pidiendo no hacer nada. Más que marcar un triple a los requisitos del Landon, todo lo que quería era el simple derecho a entrenar como un auténtico deportista, con vigor, intensidad y dedicándole el tiempo necesario. Pero la puerta estaba cerrada. Dispuesto a no ceder, puse mi petición por escrito, defendiendo mi caso como el abogado de apelación en el que luego me convertiría. Todo lo que conseguí fue una serie de reuniones intimidatorias con los poderes fácticos. Estaban preocupados por el precedente que eso supondría. Y me instruían con poca convicción sobre cómo debería desarrollarme correctamente como joven. ¿Y qué pasa si necesitas jugar al tenis o al golf para hacer negocios? Entonces, ¿qué harías? Bueno, de todas formas, eso no iba a pasar.

      Durante aquella época, cada noche me acostaba con un único pensamiento en mente: ¿tanto les cuesta dejarme nadar?

      A su favor tengo que decir que el director Coates respondió a mi persistencia escuchando mi caso con amabilidad. Debido a los infatigables esfuerzos que puse en mi petición, al final persuadió a Davis para que me concediera lo que pedía. Hasta donde yo sé, sigo siendo el único estudiante de Landon al que se le ha concedido una exención. СКАЧАТЬ