Superar los límites. Rich Roll
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Название: Superar los límites

Автор: Rich Roll

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия: Deportes

isbn: 9788499106397

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СКАЧАТЬ que me había propuesto, optando por burritos sin carnitas, hamburguesas vegetarianas en lugar de las de ternera y salidas en bicicleta los sábados por la mañana en vez de brunches de tortilla de queso.

      Pero mi motivación no tardó mucho en decaer. Aparte de tirarme de vez en cuando a la piscina y salir a correr o montar en bici ocasionalmente, mi sobrepeso no desaparecía y seguía en los 93 kilos, muy lejos de los 72 de nadador en la universidad. Pero lo más desconcertante era que los niveles de energía no tardaron en bajar a los niveles de estado de letargo anterior a la depuración. Estaba contento de haber vuelto a practicar deporte, y me había recordado el amor que tanto había sentido por el agua y los deportes de exterior. Pero lo cierto es que tras seis meses de dieta vegetariana, no me sentía mejor que aquella noche en las escaleras. Todavía con un sobrepeso de 18 kilos, estaba desanimado y considerando la posibilidad de abandonar el plan vegetariano en general.

      De lo que en ese momento todavía no me había dado cuenta es de que se puede comer muy mal siendo vegetariano. Estaba totalmente convencido de que estaba sano, pero cuando me paré a reflexionar sobre lo que en realidad estaba comiendo, me di cuenta de que mi dieta estaba dominada por comida procesada alta en colesterol del que obtura las arterias, sirope de maíz alto en fructosa y productos lácteos grasos (cosas como pizza con queso, nachos, refrescos, patatas fritas, patatas chips, sándwiches de queso y una amplia gama de aperitivos salados). Técnicamente, era «vegetariano». ¿Pero sano? Ni lo más mínimo. Sin saber realmente nada de nutrición, hasta yo sabía que este no era un buen plan. Había llegado el momento de volver a evaluar la situación. Esta vez, yo mismo tomé la decisión radical de eliminar por completo de mi dieta no sólo la carne, sino también todos los productos de origen animal, lácteos incluidos.

      Decidí hacerme totalmente vegano.

      A pesar del compromiso vigilante de Julie con una forma de vida sana, ni ella era vegana. Así que, al menos en lo que respecta a la familia Roll, estaba entrando en terreno desconocido. Sólo recuerdo la necesidad de subir la apuesta o de tirar la toalla, todo a la vez. De hecho, convencido de que no funcionaría, recuerdo en especial que pensé que debía probar eso de ser vegano porque así tendría vía libre para volver a comer mis adoradas hamburguesas con queso. Si eso llegara a pasar, me sentiría reconfortado por la idea de que lo había intentado todo.

      A título informativo: de entrada, no me sentía nada cómodo con la palabra «vegano», dado que se asocia mucho a un punto de vista político y a una imagen que se alejaba totalmente de cómo yo me percibía a mí mismo. Siempre había tenido tendencias políticas de izquierdas, pero tampoco tenía nada que ver con un hippie o con esos que van por ahí abrazando árboles, ese tipo de personas a las que yo siempre había asociado la palabra vegano. Incluso hoy en día, todavía me sigue costando que me apliquen el término vegano. Pero, a pesar de todo, ahí estaba yo, dándole una oportunidad. Lo que pasó después fue un milagro, algo que ha cambiado mi trayectoria vital para siempre.

      Cuando empecé mi fase vegetariana postdepuración, me di cuenta de que eliminar la carne de mi dieta no había sido tan difícil. Apenas si noté la diferencia. ¿Pero eliminar los lácteos? Eso era otra historia. Consideré la posibilidad de concederme de vez en cuando permiso para degustar mis adorados queso y leche. De todas formas, ¿qué había de malo en un delicioso vaso de leche fría? ¿Acaso podía haber algo más sano? No nos precipitemos. Empecé a estudiar la comida con más atención y lo que descubrí me sorprendió mucho. Resulta que los lácteos están asociados a las enfermedades cardíacas, a la diabetes del tipo 1, a la formación de cánceres relacionados con las hormonas, a problemas congestivos, a la artritis reumatoide, a las deficiencias de hierro, a ciertas alergias alimentarias y, aunque pueda parecer un contrasentido, a la osteoporosis. Dicho de otra forma, los lácteos debían desaparecer. Pero la tarea se hizo aún más desalentadora cuando un estudio más pormenorizado me hizo ver hasta qué punto todo lo que comía (y, en ese sentido, lo que la mayoría de la gente come) contenía alguna forma de producto lácteo o derivado. Por ejemplo, ¿sabías que la mayoría de los tipos de pan contiene extractos de aminoácidos derivados de la proteína del suero de la leche, un subproducto del queso? ¿Y que la proteína del suero de la leche o su prima láctea, la caseína, puede encontrarse en muchos de los cereales envasados, las galletitas saladas, las barritas, los productos «cárnicos» vegetarianos y los condimentos? Yo no tenía ni idea. ¿Y qué pasa con mis adorados muffins? Olvídalo.

      Cuanto más sabía, más me sentía de vuelta en desintoxicación. Los primeros días fueron brutales; me moría de hambre. Me sorprendí a mí mismo mirando fijamente esa cuña de queso cheddar que todavía quedaba en el frigorífico, transpuesto. Observaba con envidia cómo mi hija se bebía una botella de leche. Sólo con pasar con el coche delante de una pizzería, literalmente ya se me caía la baba.

      Pero si algo sabía era cómo capear una desintoxicación. Era algo que me resultaba familiar. Y de una forma retorcida, daba la bienvenida a este doloroso reto.

      Por suerte, tras tan sólo una semana, desapareció el deseo de comer queso e, incluso, de beberme un vaso de leche. Y, para mi sorpresa, al décimo día volvió el mismo grado de energía que experimenté durante la depuración. En este período, mis patrones de sueño fueron irregulares, pero tenía los niveles de energía disparados. Inundado por una sensación de bienestar, empecé casi literalmente a subirme por las paredes. Antes me sentía demasiado letárgico como para jugar al escondite con Mathis, pero ahora estaba persiguiéndola febrilmente por toda la casa hasta que ella paraba porque ya no podía más, que no es poca cosa. Y me vi por primera vez jugando al fútbol con Trapper en el jardín. Estaba claro que había fracasado mi deseo de probar que eso de ser vegano no tenía sentido. De hecho, me había convencido.

      Por primera vez en casi dos décadas empecé a entrenar casi a diario: correr, montar en bicicleta y nadar. No tenía intención de volver al deporte de competición; sólo me estaba poniendo en forma. Después de todo, ya tenía casi 41 años. Todo deseo de competir en algo físico había acabado cuando tenía veinte y pocos. Sólo necesitaba un canal saludable para quemar mis reservas de energía. Nada más.

      Pero después llegó lo que llamo «la huida».

      Como un mes después de empezar mi experimento vegano, salí temprano una mañana de primavera para lo que se suponía que iba a ser un simple trote hasta la cercana «pista Mulholland», una tranquila pero montañosa pista forestal de 15 kilómetros que cruza la prístina línea de riscos que corona las colinas del Topanga State Park, cerca de Los Ángeles. Este camino de tierra, que une Calabasas con Bel Air y, más allá, Brentwood, es un oasis de naturaleza inalterada en mitad de la gran urbe de L.A., el hogar arenoso por el que corretean conejos y coyotes y aparece alguna ocasional serpiente de cascabel, que ofrece unas vistas impresionantes del valle de San Fernando, el océano Pacífico y la ciudad. Aparqué la camioneta, estiré un poco y empecé a correr. No tenía planeado correr más de una hora como máximo, pero hacía un día estupendo y me sentía vigorizado por el aire puro, así que seguí.

      Y seguí.

      No sólo me sentía bien y genial. Me sentía libre. Mientras ascendía sin camiseta, sintiendo esa sensación cálida del sol dorándome los hombros, el tiempo se plegó en sí mismo como si, de repente, hubiera perdido la conciencia, y el único sonido de mi respiración tranquila y las piernas bombeando sin esfuerzo debajo de mí. Recuerdo que pensé: «Esto debe ser lo que llaman meditar». Y quería decir realmente meditar. Por primera vez en la vida tuve esa sensación de «unicidad» que sólo conocía de haberlo leído en textos espirituales. De hecho, estaba teniendo una experiencia extracorpórea.

      Así que en vez de volverme a los 30 minutos como tenía planeado, seguí corriendo, con la mente desconectada y el espíritu totalmente comprometido. Tras dos horas, estaba cruzando praderas onduladas por encima de Brentwood y el afamado Getty Museum sin una sola alma a la vista y sin sentir el más mínimo dolor. Y como si saliese de un estado de СКАЧАТЬ