Название: Oscar Wilde y yo
Автор: Oscar Wilde
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789506419943
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Durante su estancia en Reading le dieron licencia para servirse de una pluma, y parece que, para entretener las largas y lúgubres horas de su cautiverio, juzgó conveniente ponerse a escribir, encabezando con mi nombre unas ochenta mil palabras. Parece también que después de terminado el manuscrito, me enviaron una copia por correo... La mitad de esa copia se ha publicado, bajo la égida de míster Robert Ross, y el mundo entero la conoce hoy con el nombre de De Profundis. Esa obra no necesita comentario alguno. No ocurre igual con la parte inédita que, a decir verdad, no es más que una violenta requisitoria contra mí. No tuve en mis manos copia de ese libelo sino poco antes del proceso Ransome. Hasta entonces ignoraba completamente su existencia. En el expediente de la causa se supo que aquel cúmulo de morbosas injurias había sido entregado por míster Ross a las autoridades del Museo Británico, como regalo hecho a la nación, pero que no podría hacerse público hasta después de 1960, es decir en una época en que, probablemente, nadie de nosotros quedaría con vida18.
Es lamentable, en interés del propio Wilde, que míster Ross no haya comprendido hasta qué punto hubiera sido preferible destruir un escrito del que el propio míster Darling declaró que no puede redundar sino en descrédito de su propio autor. En cuanto a saber si ese manuscrito me pertenece, constituye un problema jurídico. Yo he pedido, pero infructuosamente, su restitución al Museo Británico. Es posible que el “regalo a la nación” de míster Ross se conserve, a buen recaudo de curiosos, en los legajos del Museo Británico hasta 1960.
He aquí el regalo que yo les hago a míster Ross y a los admiradores de Wilde. Todo el mundo puede abrirlo y enterarse de su contenido, desde hoy mismo y estando yo con vida. El gesto de míster Ross —si verdaderamente el Museo Británico ha de revelar, después de mi muerte, el contenido del manuscrito—, no surtirá más efecto que deshonrar al propio Wilde.
17. “Presumido”. En francés, en el original.
18. Tal como expresa Douglas, el original fue donado por Ross al Museo Británico en 1909 con la condición inapelable de que no fuera presentado al público hasta cumplidos los cincuenta años de la entrega. Como ya dijimos, cuando en 1960 el manuscrito fue revelado al público fue posible establecer que la copia dactilografiada contenía cerca de cien discordancias.
Capítulo I
Oxford
Al salir de Winchester, donde había ganado el steeplechase19 de la escuela y publicado un diario titulado The Pentagram —que fue, dicho sea de paso, la única de mis fantasías literarias que me ha redituado algo—, ingresé, según costumbre, en Oxford. Me matriculé en el Magdalen College y continué estudiando en la Universidad por espacio de cuatro años.
En aquella época, lo mismo que hoy, Magdalen era considerado como el colegio de moda. Wilde no perdía jamás ocasión de recordar que había estado allí. “Cuando yo estaba en Oxford...”, escribía a cada rato. Y en la conversación solía decir, todavía con más frecuencia: “Cuando yo estaba en Magdalen…”. Y, sin embargo, en mis tiempos Magdalen no tenía nada de extraordinario. El recuerdo que conservo de la vida que llevaba allí me resulta agradable, más que nada por haber disfrutado de la compañía de mi amigo, el difunto vizconde de Encombe, cuya prematura muerte, a los 28 años, me había causado profundo pesar. Por lo demás, en Oxford trabé amistad con cuantas personas gozaban de alguna reputación. Entre ellas figuraba míster Warren, actual presidente del Magdalen y del que recuerdo su barba negra y la amabilidad y solicitud que empleaba con todo el mundo. Era un profundo admirador de Matthew Arnold, cuya poesía me incitaba a estudiar e imitar. Profesaba también un imprevisible entusiasmo por las obras de John Addington Symonds, su amigo personal. Y digo imprevisible, porque la admiración por Matthew Arnold hubiera debido ponerlo a cubierto de toda admiración por Symonds —literariamente hablando, claro está.
Mostraba también una gran parcialidad con respecto a Oscar Wilde. En el transcurso de sus años de estudios habían sido condiscípulos en la Universidad y se profesaban cierto afecto. Cuando Wilde venía a verme a Oxford, no dejaba nunca de hacer una visita a míster Warren, llevándome siempre en su compañía; ocasión que yo aprovechaba para asistir a sus conversaciones sobre alta literatura aunque, en honor a la verdad, jamás me impresionaron, lo cual hace que hoy no recuerde ningún rasgo notable de aquellos diálogos.
Cuando empezaba a ser el amigo íntimo de Oscar Wilde, mi madre, que sentía por él una aversión instintiva, le escribió a míster Warren preguntándole si consideraba a Wilde como alguien con el cual yo pudiera trabar amistad sin peligro. El presidente le contestó, en una larga carta, haciéndole el más cumplido elogio de Wilde y poniendo por las nubes su talento y sus éxitos como estudiante y como escritor. Añadía, además, que yo podía considerarme dichoso de que una personalidad tan eminente se hubiera fijado en mí. Insisto sobre el particular no con ánimo de censurar indirectamente a míster Warren sino con el fin de que los lectores vean de qué reputación gozaba Wilde por aquella época, entre las eminencias de la Universidad.
Allí conocí también a Walter Pater20, al que me presentó Oscar Wilde la primera vez que vino a verme a Oxford. Wilde tenía en altísimo concepto a Pater y hablaba siempre de él con mucho respeto, como del primer prosista contemporáneo. Yo me esforzaba por estimar también a Pater, que personalmente me mostró siempre mucha deferencia; pero carecía del don de la conversación y a veces solía estar sentado durante horas sin soltar más que alguna frase sin importancia. Aparte esto, no he podido sentir por su tan cacareado estilo más que una parca admiración; siempre me pareció artificioso, presuntuoso y rebuscado; en una palabra, particularmente antipático.
Más grato me resulta evocar a míster (luego reverendo doctor) Bussell, amigo íntimo de Pater en Brazenose, pues era un músico consumado y profesaba culto por Haendel y Bach, lo que lo hacía muy simpático.
Inmediatamente después de Encombe, mi mejor amigo entre los estudiantes era el poeta Lionel Johnson21, un muchachito delgado, con la cara más agraciada y el corazón más bueno de toda la Universidad. Hablábamos de poesía —hacíamos versos en colaboración—, y Johnson fue quien me presentó a Wilde. Este último empezaba entonces a darse a conocer como literato. Había dejado atrás el esteticismo y acababa de escribir Intenciones y El retrato de Dorian Gray. Estaban ensayando su primera obra de teatro: El abanico de lady Windermere.
Un día de asueto, Johnson me llevó a casa de Wilde —Tite Street—, y fue en la mesa, durante la comida, cuando empezó esa amistad que había de serme tan funesta. Sea por lo que fuere, aquella noche Wilde hizo por mostrarse ingenioso lo que después no hizo en toda su vida. Aguzó tanto su ingenio y con tan evidente afán de no desperdiciar un solo efecto, que yo, que había ido allí con la disposición del admirador ciego, cuyo entusiasmo literario —rayano en el más craso infantilismo— llega a divinizar el objeto de su admiración, salí profundamente desilusionado, con la impresión de haber asistido a una farsa y haberme encontrado en presencia de una celebridad postiza.
Sin embargo, luego lo traté más y comencé a comprender, o por lo menos creí comprender, su actitud. No tardé en notar en él un continuo sarcasmo y entendí que no había que tomarlo muy en serio, pues, lejos de expresar su verdadero pensar, no se proponía otra cosa que decir frases originales, profundas o ingeniosas, pero sin pizca de sinceridad.
Más adelante descubrí que tenía conciencia no solo del valor de sus frases sino también del valor de las de los demás. Suponiendo que éste o aquél hubieran tenido una ocurrencia aguda, por ejemplo, el lunes, en el almuerzo, ya podía estar seguro de verla incluida por СКАЧАТЬ