Oscar Wilde y yo . Oscar Wilde
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Название: Oscar Wilde y yo

Автор: Oscar Wilde

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9789506419943

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СКАЧАТЬ sucedieron y pueden comprobarse no por mi propio testimonio sino por la evidencia irrefutable de acontecimientos públicos. Cuando Oscar Wilde murió en París, me hallaba en Escocia y no llegué a la capital de Francia hasta dos días después, con el tiempo justo para acudir al entierro, que se hizo a mis expensas11. Ross, con quien estaba entonces en muy buenos términos, se encontraba en París al morir Oscar Wilde, y fue él quien me telegrafió anunciándome su muerte. Estando Wilde de cuerpo presente y antes de llegar yo a París, Ross revisó los documentos y manuscritos que encontró en el cuarto de Wilde. Entre esos papeles halló un fajo dc cartas mías dirigidas a aquél.

      Ross se guardó esas cartas sin decirme una palabra. Yo no pensé lo más mínimo que él hubiese encontrado o robado cartas mías dirigidas a Wilde, y supongo que incluso esos sujetos que profesan admirar a Ross como modelo de leal amistad y le rinden público homenaje, después de que yo lo hice comparecer en 1914 en Old Bailey, habrán de reconocer que robar o apropiarse de cartas ajenas, de un amigo a otro amigo, y finalmente servirse de ellas contra su autor, exhibiéndolas en un tribunal de justicia, es un acto de corrupción, una acción deshonrosa y bochornosa.

      El proceso no llegó a juicio porque mi abogado y antiguo amigo, míster Cecil Hayes, se hallaba —como él sería el primero en confesar— dominado por la partida de abogados contrarios: sir James Campbell, F. E. Smith —ahora lord Birkenhead— y míster Mac Cardie —ahora míster Justice Mc. Cardie—. Míster Hayes era entonces un joven inexperto y carecía de ese ingenio abogadil que luego ha adquirido. El juez que supervisó el proceso, míster Justice Darling, me profesaba gran antipatía y, para mi desgracia, me encontraba atado por una promesa que le hiciera a Cecil Hayes, bajo palabra de honor, de que no habría de atacar al juez por más que me provocase. ¡Así que fui al proceso como cordero al matadero! Y aunque exhibí mis libros de cuentas y demostré haberle dado a Wilde cheques por valor de 390 libras —además de una cantidad en metálico— en el año transcurrido entre la muerte de mi padre y la suya, y por más que demostré que al separarme de Wilde, dejándolo en mi villa de Nápoles, le entregué 200 libras que mi madre le pagó por medio de míster More Adey, al cual cité como testigo, y que en el preciso momento de estarle escribiendo esa desgraciada carta a Ross —que usted por instigación de él reproduce en su libro, página 406, en la que le decía “que yo le había dejado sin un céntimo en Nápoles”— tenía 200 libras de mi dinero en su bolsillo, hecho perfectamente conocido por Ross, que vivía en el mismo cuarto que More Adey al tiempo de efectuarse la entrega; a despecho de todo esto, repito, perdí el proceso, a causa del daño que me hicieron aquellas cartas robadas por Ross y guardadas en secreto durante tantos años.

      Precisamente, eso es un ejemplo del modo cómo Wilde desfigura sistemáticamente la verdad. Dice Wilde en el De Profundis, página 555, apéndice: “Yo no hablo con frases de retórica exageración, sino en términos de absoluta verdad, al recordarte que durante todo el tiempo que estábamos juntos no escribí nunca una sola línea. Lo mismo en Torquay que en Goring, Londres, Florencia o cual­quier otro sitio, mi vida, en tanto tú estabas a mi lado resultaba enteramente estéril e incapaz de creación. Y con pocos intervalos, siempre, lamento decirlo, estabas junto a mí”.

      Porque lo cierto es —según afirmo en mi libro Oscar Wilde y yo— que Wilde planeó y escribió Una mujer sin importancia estando los dos juntos en casa de lady Mount Temple, en Babbacombe, Torquay —lady Mount Temple le había cedido su casa, y yo pasé allí con él, en compañía de un tutor, míster Dogson Campbell, ahora del Museo Británico, una temporada de dos meses— ; que escribió todo el manuscrito de La importancia de llamarse Ernesto estando yo con él en Worthing, y Un marido ideal, parte en Goring, estando juntos, parte en Londres, en el piso que ocupó en Saint James Place, adonde iba diariamente a verlo. También dio remate a la versión final de La balada de la cárcel de Reading en mi villa de Nápoles. ¡Y hasta el De Profundis es una carta dirigida a mí! Me la escribió desde Berneval y empieza “My own darling boy”, escrita justamente en vísperas de reunirse conmigo en Nápoles, y dice: “Comprendo que únicamente contigo soy capaz de hacer algo”.

      Pues no menos falsa es la carta titulada De Profundis. Mentira, mentira y más mentira. Oscar Wilde le dijo a usted mismo que en la cárcel había padecido tremendas decepciones. Parece haber confiado al papel el registro de esas decepciones. La mayor parte de su carta me resulta sencillamente incomprensible. Escenas puramente imaginarias de Voisin y Paillard. El absurdo grotesco que hace de una disputa que tuvimos en Brighton y que suponía que ya habíamos olvidado una semana después de sucedida. Mis supuestas amenazas de suicidio y mi terrible desesperación al encontrarme separado de él en Egipto, donde, a decir verdad, pasé una temporada de tres meses hospedado por lord y lady Cromer en la Agencia Británica, temporada amable y jovial según podrían testificar Reggie Turner y F. E. Benson, que se encontraron allí conmigo y me acompañaron a remontar el Nilo. Sus monstruosas patrañas tocante a las supuestas sumas de dinero que pretende que yo le robé, patrañas que no podría probar con un solo cheque o nota de su libro de gastos. Toda la carta es un frenesí de lunático, de alguien enloquecido de rabia impotente y maldad, y poseído del maligno deseo de injuriar a toda costa al amigo que finge querer y con quien había reanudado relaciones amistosas al salir de la cárcel.