Название: Oscar Wilde y yo
Автор: Oscar Wilde
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789506419943
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8. Ambiente literario, grupo social unido por intereses comunes de cualquier tipo (en francés en el original).
9. Frank Harris (1856-1931) fue autor, editor y periodista irlandés. En 1922 publicó en Berlín su autobiografía My Life and Loves, editada en cuatro volúmenes entre 1922 y 1927. Esta obra le hizo fama de pornógrafo y fabulador. Harris también escribió cuentos y novelas, además de dos libros sobre Shakespeare, una serie de biografías tituladas Contemporary Portraits y biografías de sus amigos Oscar Wilde y George Bernard Shaw.
10. Frank Harris, Vida y confesiones de Oscar Wilde, Emecé, Buenos Aires, 1942.
11. “Alfred Douglas presidió el entierro en el funeral, un entierro de sexta clase. El ataúd era barato, y el coche fúnebre, de aspecto lastimoso” (Richard Ellman, Oscar Wilde, Edhasa, Barcelona, España, 1990).
12. Ver http://www.gutenberg.org/ebooks/36017
13. El editor John Lang convenció a Alfred Douglas para que escribiera un libro a modo de descargo. Douglas estaba devastado por los resultados del proceso Ransome, necesitaba dinero y acaso también dar a conocer su punto de vista sobre el asunto, pero estaba psicológicamente exhausto. Entonces encargó a Crosland la redacción del libro. Crosland utilizó esta obra para expresar su profundo odio por Wilde. Como Douglas no podía confesar sus antiguas prácticas sexuales sin arriesgarse a ser condenado, las afirmaciones contenidas en la presente obra deben ser relativizadas a la luz de estos reparos. De hecho, en su Autobiografía Douglas admite que Oscar Wilde y yo no presenta una imagen verdadera de sí mismo sino de lo que él deseaba o suponía que era.
14. Mi mujer, con la cual hace tiempo que estoy reconciliado, y mi hijo –que ya es oficial de la Guardia Escocesa– se encuentran sentados en mi habitación, en tanto redacto este prólogo (nota del autor).
15. Según algunos biógrafos, esta acusación respondía a una estrategia jurídica, pues no acusaba directamente a Wilde de sodomita sino “de posar” como tal.
16. Del latín, término legal que significa “no estar dispuesto a perseguir”. Es una frase utilizada en muchos contextos de juicio penal de derecho común para describir la decisión de un fiscal de suspender voluntariamente los cargos penales, ya sea antes del juicio o antes de que se emita un veredicto.
Introducción
Las causas insignificantes suelen suscitar los peores efectos. Es probable que mi primer encuentro con Wilde no fuera para mí sino un accidente menor. No digo que el hecho de conocer a un hombre de su cultura y de su talento no hiciera mella en mi espíritu; pero debo confesar que, al principio, no me hizo especial impresión. De no haberlo conocido, no habría perdido nada. ¡Solo que el destino lo quiso así, y estaba escrito que nuestra relación nos acarrearía los más graves desastres, no solo a mí sino a todos mis deudos y amigos! El objeto de este 1ibro no es quejarme de lo ocurrido ni atacar a Oscar Wilde, que por espacio de años fue mi mejor amigo y me tuvo fascinado durante la mayor parte de nuestra intimidad, bajo el mandato del que yo creía su genio. Porque pienso que nadie le negaría lo que hemos convenido en llamar genio, por más que haya estado de moda hablar de él como un decadente o un simple poseur17. Si nuestra amistad hubiera conservado un carácter privado, como la mayor parte de las amistades de Wilde, en lugar de habérsela ventilado a diestra y siniestra, seguramente no hubiera tenido que escribir este libro. Pero a partir de que Wilde se hizo célebre, el mundo se empeñó no solo en asociar nuestros nombres sino también en ayuntarlos con un sentido escandaloso. Muchas personas que viven todavía fueron amigos de Wilde en la cima de su grandeza y prosperidad, sin que tal amistad —que yo sepa— haya redundado en su contra; antes bien, en ciertos casos, y desde muchos puntos de vista, ha podido resultarles hasta provechosa. Pero lo que en esas personas se estima favorable, en mi caso parece un crimen. Yo no me he ufanado jamás de mis relaciones con Wilde, y a pesar de ser muchos los editores que me han propuesto exponer la opinión que él me merecía, ofreciéndome las más lucrativas condiciones, jamás quise aceptar de ellos ni un céntimo. Yo sé que no hay en esta triste amistad nada que pueda ser motivo de sonrojo, y aunque la malicia y la calumnia se hayan apoderado de mi nombre, por decirlo así, desde el desastre de Wilde, esperé, y espero, que el tiempo y la verdad se decanten para justificarme.
A partir de la caída de Wilde, mi vida se ha desarrollado en condiciones que no le deseo a nadie. ¡Desde entonces he tenido que estar combatiendo siempre la pérfida insinuación que no dejaba de abrirse paso, secretando en la sombra, sobre mi honor, su odioso veneno!
En muchas ocasiones he tenido que adoptar medidas legales costosas, con el sencillo objeto de defenderme. Por lo general, las partes contrarias no eran sino testaferros, quienes, luego de que recibían la citación del juzgado, salían del paso presentándome excusas serviles o afirmando que no habían tenido jamás intención de decir lo que habían dicho. Yo he procurado siempre abstenerme de todos esos procedimientos judiciales, salvo en caso de absoluta necesidad. ¿Hice bien? Es asunto mío.
Al principio parece fácil refutar la calumnia. Solo aquellas personas que han sido blanco de diatribas abominables saben que no es así. Aparte de los muchos imbéciles “garrapateadores” que, sin el menor escrúpulo, se han dedicado a difamarme, he tenido también que defenderme, y durante años, de esas personas que tenían cartas que vender o que publicar y se hallaban dispuestas a entregar sus documentos y sus informes confidenciales a cambio de unas monedas. Yo me he limitado siempre a despreciar a esa ralea, que no ha podido sacarme un céntimo. Más tarde, un tal míster Arthur Ransome —que no sabía que yo conocía a Wilde y a quien yo tampoco conocía— tuvo el descaro de afirmar en un libro, presentado como un estudio familiar sobre Wilde, que este atribuía su infortunio a mi influjo, añadiendo que yo había vivido a sus expensas desde la época de su excarcelación, dejándolo luego en el más completo desamparo en cuanto se le acabaron los recursos. Esa fue la causa de que yo me querellara por difamación contra Ransome, sus editores y el Times Book Club.
Mi acción dio por resultado que los editores retiraran de circulación el libro de Ransome, dejando —lo mismo que al Times Book Club— que se defendiera él solo como pudiese. El jurado dio la razón a los defensores en el primer punto; pero declaró que su segunda acusación, a decir verdad, no era tal. Quizás les resulte interesante a las diversas partes de la causa saber que ése era exactamente el fallo que yo preveía. No está demás hacer notar que los pasajes difamatorios que yo objeté han sido suprimidos en la segunda edición. Míster Justice Darling y los abogados de la defensa no hacían sino preguntarse qué motivos podían haberme impulsado a apelar a los tribunales. El Consejo de la defensa dio lectura a una carta que Wilde me había escrito mucho antes de su detención y a otras escritas por mí. El juez, los abogados defensores y el jurado dieron muestras de creer que yo no me hubiera querellado de haber estado al tanto de la existencia de tales cartas. Pero se equivocaban; no solo conocía perfectamente su existencia sino que, antes de iniciar la causa, no faltó quien me advirtiera que mis enemigos iban a presentarlas en mi cargo y que en el banco de los testigos iba a quedar sencillamente lapidado. ¡Y me ofrecí a la lapidación como un corderito, con gran asombro de míster Justice Darling!
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