Название: El libro de las mil noches y una noche
Автор: Anonimo
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
isbn: 9788026834847
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PERO CUANDO LLEGO LA 34ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el capitán contestó a AlíNur:
"Para Bagdad, morada de paz", AlíNur suplicó: "Aguarda, que allá vamos". Y seguido de DulceAmiga, subió a bordo de la nave, que en seguida tendió sus velas y zarpó volando como la enorme ave llamada Roch, según dice el poeta: ¡Mira la nave: su aspecto seduce a quien la ve! ¡El viento quiere igualarle en rapidez, pero no se sabe quién vence en esta gran carrera de velocidad! ¡Es como un ave que con las alas desplegadas se hubiese pr ecipitado sobre el mar, y se balancease en él!
Y el bajel bogaba con viento favorable, llevando a todos los viajeros. Esto en cuanto a AlíNur y DulceAmiga.
Por lo que se refiere a los cuarenta guardias enviados por el sultán para apoderarse de AlíNur, llegaron a la casa de éste, la cercaron por todos lados, echaron abajo las puertas, invadieron la morada y comenzaron a buscar por todas partes, pero no pudieron encontrar a nadie nadie.
Entonces destruyeron totalmente la casa y marcharon a comunicar al sultán lo infructuoso de sus pesquisas. Y el sultán ordenó: "¡Buscadlos por todas artes y registrad si es preciso toda la ciudad!" Y como en aquel momento llegase el visir Ben Sauí, le llamó el sultán, y para consolarle le dió un hermoso ropón de honor, y le dijo:
"¡Te prometo que sólo yo he de vengarte!" Y el visir le deseó larga vida y todas las felicidades.
Después el rey mandó que los pregoneros promulgaran por toda la ciudad el siguiente bando:
"¡Si alguno de vosotros, ¡oh habitantes! encontrase a AlíNur, hijo del difunto visir BenKhacán, se apoderará de él y lo presentará al sultán, y en recompensa se le darán mil dinares y un traje de honor! ¡Pero si alguien le ve y le oculta, sufrirá un ejemplar castigo!" Sin embargo, a pesar de todas las pesquisas, nadie pudo averiguar qué había sido de AlíNur.
Este y DulceAmiga llegaron sin contratiempo a Bagdad, y el capitán les dijo:
"He ahí la famosa Bagdad, la dulce morada.
Es la ciudad feliz que nunca ha sufrido las escarchas del invierno, la ciudad que vive a la sombra de sus rosales en una eterna primavera en medio de flores y jardines, mecida por el canto de sus aguas murmuradoras". Y AlíNur dió las gracias al capitán por sus bondades durante el viaje, le pagó cinco dinares de oro por el pasaje, y saliendo del navío seguido de DulceAmiga, penetró en Bagdad.
Pero quiso el Destino que AlíNur, en vez de tomar el camino usual, emprendiera otro, que le llevó al centro de los jardines que rodean a la ciudad. Y se detuvieron a la puerta de un jardín con una cerca muy grande, cuya entrada estaba bien barrida y regada, y tenía a cada lado un banco. La puerta, que era magnífica, estaba cerrada, y la coronaban hermosas lámparas de todos colores. Contiguo a ella había un estanque lleno de agua muy clara. Más allá de la puerta partía una avenida entre dos hileras de postes con magníficas telas de brocado que ondeaban al viento.
Entonces AlíNur dijo a DulceAmiga:
"¡Por Alah! ¡Hermoso es este lugar!"
Y ella contestó: "Descansemos una hora en estos bancos". Y después de haberse lavado la cara y las manos con el agua fresca del estanque, se sentaron a tomar el aire en un banco, y respiraron deliciosamente la suave brisa que corría. Y tan a gusto se encontraban allí, que no tardaron en dormirse, después de haberse tapado con una manta.
Ahora bien; el jardín a cuya puerta estaban dormidos se llamaba el Jardín de las Delicias, y había en medio de él un palacio llamado de las Maravillas, que era propiedad del califa HarúnAlRaschid.
Cuando el califa sentía el cansancio de la ciudad, iba a distraerse y a olvidar sus preocupaciones en aquel jardín y en aquel palacio. Todo el palacio formaba un inmenso salón con ochenta ventanas, y de cada una pendía una gran lámpara y en el centro había una inmensa araña de oro macizo, resplandeciente como el sol.
Aquel salón sólo se abría cuando llegaba el califa, y entonces se encendían las lámparas y la araña y se abrían todas las ventanas, y el califa se sentaba en un magnífico diván forrado de seda, terciopelo y oro, y mandaba a las cantoras que cantasen y a los músicos que tañesen sus instrumentos; pero lo que prefería era oír al ilustre cantor Ishak, cuyos cantos e improvisaciones admiraba todo el mundo. Y en medio de la calma de la noche y respirando aquel aire perfumado con las flores del jardín, el califa descansaba de las fatigas de la ciudad.
Había nombrado guarda del palacio y del jardín a un buen anciano, llamado el jeique Ibrahim, que vigilaba día y noche para que los paseantes y los curiosos no entrasen en el jardín, singularmente mujeres y niños, que podían estropear o robar las flores y las frutas. Y aquella noche, al dar su vuelta acostumbrada, abrió la puerta principal del jardín y vió dormidas en el banco a dos personas desconocidas, cubiertas con una misma manta. Y se indignó, y dijo: "He aquí dos audaces que han infringido las órdenes del califa, y como me ha autorizado para imponer cualquier castigo a todo el que se acerque a este palacio, voy a hacerles saber lo que cuesta el apoderarse de ese banco, que está reservado a los servidores del califa". Y el jeique Ibrahim cortó una rama de un árbol y se acercó a los durmientes, e iba a darles de latigazos, cuando de pronto pensó:
"¡Oh Ibrahim! ¿Qué vas a hacer? Vas a golpear despiadadamente a personas que no conoces, que tal vez sean extranjeras o mendigos del camino de Alah, a quienes haya encaminado hacia aquí el Destino. Lo mejor es verles primeramente la cara".
Y el jeique Ibrahim levantó la manta que les ocultaba el rostro, y se quedó encantado al ver aquellas dos caras maravillosas, cuyas mejillas había juntado el sueño, y que parecían más hermosas que las flores del jardín. Y pensó: "¿Qué iba yo a hacer? ¿Qué ibas a hacer, ciego Ibrahim? Merecerías que te golpearan a ti, para castigarte por tu injusta cólera". Después les tapó nuevamente la cara, se sentó a sus pies, y empezó a dar masaje a los de AlíNur, que le había inspirado una inmensa simpatía. Y AlíNur, al sentir aquellas manos que lo acariciaban, no tardó en despertarse, y vió a un respetable anciano. Avergonzado de que éste le diera masaje, apartó los pies en seguida, se incorporó, y cogiendo la mano del jeique Ibrahim se la llevó a los labios y luego a la frente.
Entonces el jeique le preguntó: "¿De dónde venís, hijos míos?" Y AlíNur dijo: "¡Oh señor, somos extranjeros!" Y se le arrasaron los ojos en lágrimas. Ibrahim repuso: "¡Oh hijo mío! no soy de los que olvidan que el Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) recomendó en varios pasajes del Libro Noble la hospitalidad para los forasteros, y que se les recibiera cordialmente y con agrado.
Venid, pues, conmigo; os enseñaré este jardín y el palacio, y así olvidaréis vuestras penas y respiraréis a gusto".
Entonces AlíNur le preguntó: "¡Oh señor! ¿de quién es este jardín?" Y el jeique Ibrahim, para no intimidar a AlíNur y algo también por jactancia, dijo: "Este palacio y este jardín me pertenecen, y los he heredado de mi familia". Entonces se levantaron Dulce Amiga y AlíNur, y franquearon la puerta del jardín precedidos por Ibrahim.
AlíNur había visto en Bassra hermosos jardines, pero no había ni soñado con uno parecido a aquél. Formaban la entrada principal magníficos arcos superpuestos, de un efecto grandioso y la cubrían unas parras que dejaban colgar espléndidos racimos, rojos unos como rubíes, negros otros como el ébano. Arboles frutales doblados al peso de la fruta madura sombreaban aquella avenida.
Cantaban los pájaros en СКАЧАТЬ