Название: La agricultura, siglos XVI al XX
Автор: Esperanza Fujigaki
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9786070254420
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Ante los cambios del mercado o de los precios, los hacendados respondían con la variación de la extensión de cada uno de estos sectores. Por eso, las haciendas eran "unidades económicas fundamentalmente mercantiles", ya que la producción para autoconsumo estaba subordinada a la de mercancías. A fines del siglo XIX, durante el porfiriato, con mayor integración del país, el crecimiento de las ciudades y la mejoría del transporte gracias a los ferrocarriles, fue posible la salida de los productos a áreas lejanas del mercado nacional e, incluso, la exportación de muchos cultivos; por lo que se acentuaron los rasgos mercantiles de las haciendas.
En la bibliografía sobre la hacienda abundan los estudios de caso, que van desde las haciendas coloniales y jesuítas hasta los grandes latifundios y las modernas haciendas porfirianas; en ellos se intenta una cuantificación de las variables económicas —como valor y volumen de la producción, tipos de productos y monto de los pagos a los trabajadores—, según los datos encontrados. En muchas ocasiones los archivos de las mismas haciendas se estudian dentro del ámbito regional para resaltar sus vínculos con los mercados locales y con zonas urbanas o regiones más alejadas. También hay estudios sobre los hacendados y otro tipo de propietarios, que incursionaban en distintas actividades, entre ellas las agropecuarias. Se ha avanzado en el estudio de los orígenes del capital productivo; en ocasiones, el capital acumulado en las haciendas se invertía en otras actividades económicas o, por el contrario, las ganancias obtenidas en el comercio, la minería, la industria o la especulación se canalizaban a la compra de haciendas; también se ha destacado la importancia del desarrollo del crédito, tanto eclesiástico como civil, y su empleo en las actividades agrícolas.18
La hacienda fue el centro de la vida rural mexicana desde la época colonial, a partir principalmente del siglo XVII, cuando se afianzó su desarrollo, y su dominio duró hasta la cuarta década del siglo XX. Su desempeño trascendió, desde un principio, el ámbito económico para abarcar lo social, lo político y lo cultural. El hacendado dominaba los recursos naturales —tierras, aguas, bosques, subsuelo— de sus haciendas; además de la fuerza de trabajo y los mercados regionales y locales donde vendía sus productos. Caracterizada por la posesión privada de la tierra, la hacienda articulaba la producción para el autoconsumo y la producción para el mercado. Muchas haciendas tenían un núcleo permanente de trabajadores fijos que vivían en ella, los peones acasillados; pero la presencia e importancia de este tipo de trabajadores variaba según la región y época.
Otras formas de trabajo que se presentaban en la hacienda eran: la de los trabajadores eventuales, generalmente asalariados; la de los aparceros, medieros y arrendatarios —con estas tres últimas clases de trabajadores los hacendados realizaban diferentes tipos de contratos para el reparto de las cosechas—, y la de los capataces, mayorales, vaqueros y pastores. En las distintas regiones surgieron diferentes tipos de haciendas: azucareras, maicero-ganaderas (o mixtas), cerealeras, pulqueras, henequeneras, algodoneras. Los dueños de las grandes haciendas eran, en muchas ocasiones, ausentistas; y la organización y el cuidado de la producción quedaban en manos del administrador y de los capataces y mayordomos. Las haciendas medianas y pequeñas, que eran numerosas, las administraban, por lo general, directamente sus dueños.
Conforme la hacienda era más rica y grande, más amplias y suntuosas resultaban sus instalaciones, sobre todo en los estados del centro; su mobiliario era semejante al de las casas de la clase alta de las ciudades. Además de la casa principal, muchas tenían casas para el administrador y los empleados, capilla, tienda de raya, tlapixquera (cárcel), escuela, establos, cobertizos, trojes y las casas de los peones. En numerosas ocasiones, la hacienda contaba con ranchos anexos, los que por lo general arrendaba, y con grandes extensiones de tierra sin cultivar. A finales de siglo XIX, varias de las haciendas disponían de agua entubada, baño amueblado con elegancia, luz eléctrica y teléfono.
Con esta breve revisión podemos damos cuenta de la variedad de análisis sobre la hacienda, que reflejan la complejidad de esta unidad básica de la estructura agraria mexicana. La historia de la hacienda es de largo plazo, pero no puede entenderse sin los estudios de casos particulares y sus variaciones en el mediano y corto plazos. En 1810, con una población de 6.12 millones de habitantes, existían en la Nueva España 32 ciudades, un centenar de villas, más de 4 600 pueblos, 200 reales de minas y 4000 haciendas.19 Un siglo después, a fines del porfiriato, tanto la población como el número de ciudades y haciendas había crecido notablemente. Varios investigadores han tratado de cuantificar el número de haciendas, por medio de los censos de población de 1895, 1900 y 1910;20 otros han señalado los problemas de su empleo debido a que las categorías usadas en la clasificación de los habitantes del campo y su relación con la tierra no son muy claras en los censos, e impiden una buena medición de los distintos tipos de unidades.21 Guerra plantea que para 1910 existían 247 ciudades, 487 villas, 5 042 pueblos, 721 minerales y 8 421 haciendas.22
A este estudio debe incorporarse el de los ranchos, y también el de las plantaciones y las monterías, que para ciertas zonas es determinante; y cuyo mayor desarrollo se alcanza a fines del siglo XIX. Esta estructura agraria, que prevaleció durante la Colonia y el siglo XIX, presenció profundas mutaciones a partir de la Revolución de 1910 y de la reforma agraria de 1934-1940.
Los ranchos eran unidades productivas de menor tamaño, que podían ser dependientes de las grandes haciendas que los arrendaban; o bien, independientes de su control, y pertenecer a pequeños propietarios. La tierra era trabajada por el ranchero y su familia; en ocasiones se empleaba trabajo eventual. El ranchero ocupaba una posición intermedia entre la masa de peones desposeídos y la pequeña elite de hacendados. Existían regiones donde predominaban los ranchos, sobre todo en las zonas montañosas, densamente pobladas, del centro de México. Los rancheros administraban en forma directa sus tierras y participaban activamente en el comercio local e, incluso, en el procesamiento de los productos agrícolas que cultivaban. Las dimensiones de los ranchos, aun los grandes, tendían a ser menores que las de las haciendas pequeñas.
Los rancheros se convirtieron en un "conglomerado social concreto y con características propias", que empezó a formarse en la época colonial y se consolidó en el siglo XIX. A finales del siglo XVII, la Corona empezó a otorgar concesiones de tierras a pobladores y soldados españoles de poca jerarquía; sobre todo en el centro y occidente de la Nueva España, quienes "no tenían ningún derecho a disponer del tributo o el trabajo de las comunidades indígenas del área". Una gran parte de esas posesiones mantuvo su integridad territorial por mucho tiempo, mientras que otras se fraccionaron. Su origen se encuentra en las "peonías" y "caballerías".23
Surgieron así dos tipos de propietarios, el "ranchero aislado", cuya propiedad era individual, ya fuera el dueño de ella o la arrendara a una hacienda; y los "rancheros pueblerinos", integrados "a una estructura comunitaria de tipo corporativo que los articulaba y definía como grupo social", quienes fueron muy importantes en regiones del norte, como Chihuahua. Estos últimos tenían un sentimiento arraigado de pertenecer a un conglomerado social específico. Muchas de estas comunidades de rancheros pueblerinos se desarrollaron en las zonas periféricas y poco habitadas del septentrión, vinculadas con los presidios militares que defendían el territorio de las incursiones apaches.
En estas explotaciones se sembraban tanto cultivos europeos (trigo, cebada y árboles СКАЧАТЬ