Название: La agricultura, siglos XVI al XX
Автор: Esperanza Fujigaki
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9786070254420
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La estructura agraria
DE LA COMUNIDAD PREHISPÁNICA
A LA HACIENDA COLONIAL
LA ESTRUCTURA AGRARIA MEXICANA, modelada en el transcurso de centurias, adquirió una complejidad creciente donde varios de sus componentes han tenido una larga permanencia pero no inmutabilidad; dentro de ella la comunidad puede verse como una unidad productiva donde la tierra se consideraba propiedad colectiva, a pesar de que la explotación la realizaran, en forma particular, el comunero y sus familiares; en ella se reproducían las formas indígenas de producción, consumo y cultura. A través de las comunidades, la organización agrícola y económica de la sociedad azteca, y de otras etnias, revive en parte y se perpetúa en la Colonia.
A pesar de algunas discrepancias, las fuentes coloniales están de acuerdo en la existencia de cinco clases esenciales de tierras bajo los aztecas: 1) teotlalli, o tierra de los templos y de los dioses; 2) tecpantlalli, o tierra de las casas de la comunidad; 3) tlatocatlalli (tlatocamilli) o tierra de los tlatoque; 4) pillalli y tecuhtlalli, o tierra de los nobles (pipiltin y tetecuhtin); y 5) calpullalli, o tierra de los calpultin. Las cinco se modificaron sustancialmente bajo el impacto de la colonización española [...] Gran parte de las tierras cambiaron de una categoría a otra, varias categorías nuevas surgieron y, en última instancia, la mayor parte de la tierra dejó enteramente de estar bajo la posesión y el control indígenas.2
Hasta antes de la Conquista, las tierras pertenecientes a Moctezuma, jefes militares o propietarios nobles eran trabajadas por clases especiales de ocupantes, o por la comunidad en general. Las comunidades eran desde establecimientos urbanos hasta combinaciones dispersas de casas y tierras agrícolas. Las tierras de la comunidad incluian los calpullalli (barrio), en que cada macegual trabajaba su tlalmilli (tierra cultivada); también contaban con un monte utilizado colectivamente para obtener piedra, leña y pastos, o como refugio. A fines del siglo XVIII, las tierras de los cacicazgos indígenas al igual que los calpullalli y los montes de las comunidades, que aún existían, estaban diseminadas entre las propiedades de las instituciones eclesiásticas y de blancos o mestizos (haciendas y ranchos). "A través de todo el periodo colonial la comunidad indígena valoraba y guardaba sus tierras con plena conciencia de los peligros del enajenamiento."3
Mientras la población indígena fue numerosa, los españoles prefirieron el control económico a través del tributo y el trabajo, que se expresaban en la encomienda. La ocupación, por los colonizadores, de las tierras del valle de México para la agricultura, se produjo conforme disminuía la población indígena y se desarrollaba el mercado colonial. Muchas comunidades indígenas sobrevivieron por la lucha tenaz de sus habitantes para conservar sus tierras, aguas y bosques. Varias de estas comunidades escenificaron las rebeliones campesinas más importantes desde la Colonia, como las de los mayas y yaquis, sin soslayar que proporcionaban la mano de obra estacional que las haciendas y plantaciones españolas necesitaban para sus cultivos comerciales. Las comunidades subsisten aún en diversos estados del país, muchas veces en zonas aisladas.4
La encomienda fue considerada por varios autores como una concesión de naturaleza territorial y un antecedente directo de la hacienda mexicana, posición que es cuestionada por Silvio Zavala, para quien: "Los títulos de encomienda no daban derecho a la propiedad de las tierras y solamente para el pago de tributos en especies agrícolas eran afectadas algunas sementeras sin variar su dominio".5 A través de la encomienda muchos conquistadores recibían productos de los indígenas pero no tenían derecho a sus tierras.
El trabajo indígena empleado en las labores del campo, en los inicios de la Colonia, era de dos tipos principales: el de los esclavos por derechos de guerra y el de los indígenas de encomienda que proporcionaban servicios personales y tributos al encomendero. Las actividades económicas de los españoles empezaron a demandar gran cantidad de trabajo que los indígenas no suministraban en forma voluntaria, porque las técnicas agrícolas de ambos grupos eran diferentes. Cuando se suprimió la esclavitud indígena, a mediados del siglo XVI, no se pudo pasar, de manera inmediata, al trabajo libre, voluntario y remunerado. Fue necesario un sistema intermedio en el cual los jueces repartidores o "justicias" distribuían distintos tipos de trabajadores indígenas para las diferentes actividades en campos agrícolas, minas, obras públicas y servicios domésticos. "Fue el origen de lo que se llamó en Nueva España cuatequil o repartimiento forzoso de servicios personales remunerados."6 La base del reclutamiento eran las listas de tributarios de cada pueblo.7
Con la disminución de la población indígena, las posibilidades de obtener mano de obra a través del repartimiento fueron menores; entonces, las nacientes propiedades territoriales, las haciendas, empezaron a intentar atraer y retener a los trabajadores indígenas por medio de anticipos y deudas. "Generalmente se valían de anticipos de géneros y dinero a cuenta del jornal o del pago de los tributos y obvenciones, cuyo monto cargaban a los indios. El trabajador veía disminuida por estas deudas su libertad de movimiento."8 Así comenzaba el peonaje por endeudamiento.
La población indígena se redujo después de la Conquista por enfermedades introducidas por los españoles, que provocaron grandes epidemias, y también porque la economía nativa se desintegró y las condiciones de vida que siguieron a este proceso fueron pésimas.9 La producción agrícola indígena disminuyó de igual manera y, por tanto, también los tributos y diezmos, al mismo tiempo que aumentaba el número de europeos y sus requerimientos de alimentación y servicios. Para los españoles era fundamental no depender de las comunidades diezmadas e intentaron implantar otros cultivos en las haciendas españolas productoras de trigo y ganado, por lo que obligaron a la población indígena a producir alimentos en la explotación comercial española. El descenso de la producción indígena permitió la entrada de los latifundios en el mercado en expansión de las ciudades españolas.
Los dos periodos de extensiva distribución de la tierra, 1553-1563 y 1585-1595, estuvieron estrechamente relacionados con las grandes epidemias de 1545-1547 y 1576-1580, que diezmaron a la población indígena. Los subsiguientes programas destinados a acomodar a la población india en tomo a las congregaciones dejó miles de hectáreas que bien fueron retenidas por la corona o bien fueron distribuidas entre los colonizadores españoles.10
Después de la Conquista se produjo una redistribución de los habitantes que formó nuevos centros de población, muchos de los cuales adoptaron "el carácter de las aldeas agrícolas castellanas". Éstas contaban con varios tipos de terrenos: los llamados "bienes de propios", tierras propiedad de la aldea, administradas por su consejo, que se arrendaban y su renta se empleaba para pagar los gastos del gobierno local y las contribuciones de las autoridades superiores; tierras fuera de la población llamadas "ejidos", utilizadas para guardar y matar el ganado, para limpiar el grano cosechado, para depositar la basura, para las colmenas de abejas de los agricultores, o como lugar de recreo. En los ejidos no podía construirse ni cultivarse la tierra. Las aldeas castellanas tenían, además, pastos comunes o "dehesas", para el pastoreo común de los rebaños; muchas contaban con bosques arbolados, de donde se obtenía leña, carbón vegetal y madera para las СКАЧАТЬ