Una Promesa De Gloria . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Una Promesa De Gloria - Морган Райс страница 9

СКАЧАТЬ dijo el malhechor, girando de repente y apuntando con un dedo huesudo hacia Gareth. "¡Nuestro rey! ¡Él nos ordenó hacerlo!".

      La sala estalló en un murmullo horrorizado, había gritos, hasta que finalmente un concejal golpeó varias veces su vara de hierro y gritó pidiendo silencio.

      A duras penas hubo silencio en la sala.

      Gareth, temblando de miedo y de rabia, se levantó lentamente de su trono, y el salón quedó en silencio, con  las miradas fijas en él.

      Dando un paso a la vez, Gareth bajó las escaleras de marfil, sus pasos hacían eco en el silencio, tan espeso que podría cortarse con un cuchillo.

      Cruzó la sala, hasta que finalmente se acercó al malhechor. Lo miró con frialdad, estaba a treinta centímetros de distancia; el hombre se retorcía en el brazo del comandante, mirando a todos lados, menos a él.

      "Los ladrones y los mentirosos se tratan sólo de una manera en mi reino", dijo Gareth suavemente.

      Gareth de repente sacó un puñal de su cintura y lo hundió en el corazón del malhechor.

      El hombre gritó de dolor, con sus ojos saltones; de repente se desplomó en el suelo, muerto.

      El comandante miró a Gareth, con el ceño fruncido hacia él.

      "Acaba de matar a un testigo en su contra", dijo el comandante. "¿No se da cuenta de que eso sólo sirve para insinuar más su culpabilidad?".

      "¿Qué testigo?", preguntó Gareth, sonriendo.  "Los muertos no hablan".

      El comandante enrojeció.

      "No olvide que soy comandante de la mitad del ejército del rey. No me tomará por tonto. Por sus acciones, sólo puedo suponer que es culpable del delito del que lo acusó. Por lo tanto, mi ejército y yo ya no le serviremos más. De hecho, me lo llevaré en custodia, por traición al Anillo".

      El comandante hizo una señal con la cabeza a sus hombres, y al unísono, varias docenas de soldados sacaron sus espadas y se acercaron para arrestar a Gareth.

      El Lord Kultin se acercó con dos veces más el número de sus hombres, sacando sus espadas y caminando detrás de Gareth.

      Estaban parados allí, frente a frente con los soldados del comandante; Gareth en el medio.

      Gareth sonrió triunfante al  comandante. Sus hombres eran superados en número por la fuerza de combate de Gareth, y él lo sabía.

      "Nadie me llevará en custodia", se mofó Gareth. "Y ciertamente no por tu mano. Toma a tus hombres y sal de mi Corte – o enfrentarás la ira de mi fuerza de combate personal".

      Después de varios segundos de tensión, el comandante finalmente dio vuelta e hizo un gesto a sus hombres, y al unísono, todos ellos se retiraron, caminando con cautela hacia atrás de la habitación, con las espadas desenvainadas.

      "De hoy en adelante", dijo el comandante, "¡sepa que ya no le serviremos! Se enfrentará al ejército del Imperio por su cuenta. Espero que lo traten bien. ¡Mejor de lo que usted trató a su padre!".

      Todos los soldados salieron furiosos de la habitación, con un gran ruido de las  armaduras.

      Las docenas de concejales y asistentes y nobles que se quedaron, estaban callados, susurrando.

      "¡Déjenme!", gritó Gareth.  "¡TODOS USTEDES!".

      Toda la gente que quedaba en el salón, salió rápidamente, incluyendo la fuerza de combate personal de Gareth.

      Sólo quedaba una persona, detrás de los demás.

      El Lord Kultin.

      Sólo él y Gareth estaban en la habitación. Se acercó a Gareth, deteniéndose a unos metros de distancia y lo miró, como analizándolo. Como de costumbre, su cara era inexpresiva. Era el verdadero rostro de un mercenario.

      "No me importa lo que hizo o por qué", comenzó a decir, con su voz áspera y sombría. "No me importa la política. Soy un combatiente. Sólo me importa el dinero que me paga a mí y a mis hombres".

      Hizo una pausa.

      "Sin embargo, me gustaría saber, por mi propia satisfacción personal: ¿realmente le ordenó a esos hombres  llevarse la espada?".

      Gareth miró al hombre. Había algo en su mirada que reconocía de sí mismo: era fría, sin remordimientos, oportunista.

      "¿Y qué si lo hice?", preguntó Gareth.

      El Lord Kultin lo miró durante mucho tiempo.

      "¿Pero por qué?", preguntó él.

      Gareth también lo miró, en silencio.

      Los ojos de Kultin se abrieron de par en par, en reconocimiento.

      "¿Usted no pudo blandirla, así que nadie podría hacerlo?", preguntó Kultin. "¿Es eso?". Consideró las implicaciones. "Sin embargo, aún así", agregó Kultin, "seguramente sabía que enviarla lejos desactivaría el escudo, nos haría vulnerables a un ataque".

      Kultin abrió más los ojos.

      "Querías que nos atacaran, ¿no? Algo en dentro de ti quiere que la Corte del Rey sea destruida”, dijo, dándose cuenta de ello repentinamente.

      Gareth sonrió.

      "No todos los lugares", dijo Gareth lentamente, "están destinados a durar para siempre".

      CAPÍTULO CINCO

      Gwendolyn cabalgaba con el enorme séquito de soldados, consejeros, asistentes, concejales, Los Plateados, La Legión y la mitad de la Corte del Rey, mientras iban en camino – a una ciudad enorme —lejos de la Corte del Rey. Gwen se sentía abrumada por la emoción. Por un lado, estaba encantada de ser liberarse finalmente de su hermano Gareth, de estar lejos de su alcance, rodeada de guerreros de confianza que podían protegerla, sin temor a ser traicionada o de casarse con cualquiera. Finalmente, no tendría que cuidarse la espalda en todo momento de miedo de uno de sus asesinos.

      Gwen también se sentía inspirada y honrada de ser elegida para gobernar, de ir al mando de este gran contingente de personas. El enorme séquito la seguía como si fuera una especie de profeta, todos marchando en el camino interminable hacia Silesia. La veían como su gobernante – lo podía ver en sus miradas – y la veían con expectación. Se sintió culpable, queriendo que uno de sus hermanos tuviera honor – cualquiera, menos ella. Sin embargo veía cuánta esperanza le daba a la gente en tener a una lideresa justa y equitativa, y eso la hacía feliz. Si ella pudiera cumplir ese papel para ellos, especialmente en estos tiempos sombríos, lo haría.

      Gwen pensó en Thor, en su triste despedida en el Cañón, y eso rompió su corazón; lo vio desaparecer, cruzando el puente del Cañón hacia la niebla, en un viaje que casi seguramente conduciría a su muerte. Era una valiente y noble misión – que no podía negarle – que sabía que debía hacer por el bien del Reino, por el bien del Anillo. Sin embargo también se preguntaba  por qué tenía que ser él. Ella deseaba que pudiera ser otra persona. Ahora, más que nunca, ella lo quería a su lado. En esta época de confusión, de gran transición, en que ella se había quedado sola para gobernar, para tener a su hijo, quería que él estuviera ahí. Más que nada, estaba preocupada por él. СКАЧАТЬ