Una Promesa De Gloria . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Una Promesa De Gloria - Морган Райс страница 8

СКАЧАТЬ Aberthol dio un paso adelante, su bastón haciendo eco en la piedra y aclaró su garganta.

      "Mi señor", comenzó a decir, con su voz de viejo, "nos encontramos en un momento de gran confusión en la Corte del Rey. No sé todavía qué noticias le han llegado: el Escudo está desactivado; Gwendolyn dejó la Corte del Rey y se ha llevado a Kolk, Brom, Kendrick, Atme, Los Plateados, La Legión y a la mitad de su ejército – junto con la mitad de la Corte del Rey. -Los que permanecen aquí esperan su  orientación, y saber cuál será nuestro próximo paso. La gente quiere respuestas, mi señor".

      "Lo que es más", dijo otro miembro del Consejo que Gareth apenas reconocía, "se ha difundido el rumor de que el Cañón ya ha sido violado. Dicen que Andrónico ha invadido el lado McCloud del Anillo con su ejército de un millón de hombres".

      Un resuello de asombro e indignación se extendió por toda la sala; docenas de valientes guerreros susurraban entre ellos, llenos de miedo y un estado de pánico se propagó como reguero de pólvora.

      "¡No puede ser verdad!", exclamó uno de los soldados.

      "¡Lo es!", insistió el miembro del Consejo.

      "¡Entonces toda esperanza está perdida!", gritó otro soldado. "Si invadieron a los McCloud, el Imperio vendrá a la Corte del Rey a continuación. Es imposible que podamos mantenerlos alejados".

      "Debemos discutir los términos de rendición, mi señor", dijo Aberthol a Gareth.

      “¡¿De rendición?!", gritó otro hombre. "¡Nos no rendiremos jamás!".

      "Si no lo hacemos", gritó otro soldado, "nos aplastarán. ¿Cómo nos enfrentaremos a un millón de hombres?".

      La sala estalló en un murmullo de indignación, los soldados y los consejeros discutiendo unos con otros, en completo desorden.

      El líder del Consejo golpeó su vara de hierro en el suelo de piedra y gritó:

      "¡ORDEN!".

      Poco a poco, la sala quedó en silencio. Todos los hombres se volvieron y lo miraron.

      "Todas esas son decisiones para un rey, no para nosotros", dijo uno de los hombres del Consejo. "Gareth es el rey legítimo, y no tenemos que discutir los términos de rendición – o si debemos entregarnos".

      Todos voltearon a ver a Gareth.

      "Mi señor", dijo Aberthol, con cansancio en su voz, "¿cómo propone que nos ocupemos de ejército del Imperio?".

      Hubo un silencio sepulcral en la sala.

      Gareth estaba ahí sentado, mirando a los hombres, queriendo responder. Pero le era más y más difícil mantener sus pensamientos claros. Él seguía oyendo la voz de su padre en su cabeza, gritándole, como cuando era un niño. Lo estaba volviendo loco, y la voz no se iba.

      Gareth extendió la mano y arañó el brazo de madera del trono, una y otra vez. El sonido de las uñas arañando, era el único sonido en la sala.

      Los miembros del Consejo intercambiaron una mirada de preocupación.

      "Mi señor", dijo otro concejal, "si elige no rendirse, entonces debemos fortalecer la Corte del Rey de inmediato. Debemos asegurar todas las entradas, todos los caminos, todas las puertas. Debemos llamar a todos los soldados, preparar las defensas. Debemos prepararnos para un ataque, racionar los alimentos, proteger a nuestros ciudadanos. Hay mucho que hacer. Por favor, mi señor. Denos la orden. Díganos qué hacer".

      Una vez más la sala se quedó en silencio, ´mientras todas las miradas estaban fijas en Gareth.

      Finalmente, Gareth levantó la barbilla y miró.

      "No lucharemos contra el Imperio", declaró. "Ni nos rendiremos".

      Todos en la sala miraron unos a otros, confundidos.

      "¿Entonces qué hacemos, señor?", preguntó Aberthol.

      Gareth aclaró su garganta.

      "¡Mataremos a Gwendolyn!", declaró. "Eso es lo que importa ahora".

      A continuación hubo un silencio de sorpresa.

      "¿A Gwendolyn?", gritó un concejal, sorprendido, mientras en la sala estallaba otro murmullo de confusión.

      "Enviaremos a todos nuestros ejércitos tras ella, para masacrarla y a aquellos que van con ella, antes de que lleguen a Silesia", anunció Gareth.

      "Pero mi señor, ¿en qué nos va a ayudar eso?", gritó un concejal. "Si nos aventuramos a atacarla, dejará expuestos a nuestros ejércitos. Todos serían rodeados y masacrados por el Imperio".

      "¡También dejaría abierta a la Corte del Rey para un ataque!", gritó otro. "Si no vamos a rendirnos, debemos fortalecer la Corte del Rey de inmediato!".

      Un grupo de hombres gritó, estando de acuerdo con eso.

      Gareth dio vuelta y miró al concejal, con su mirada fría.

      "¡Vamos a utilizar a todos los hombres que tenemos para matar a mi hermana!", dijo sombríamente. "¡No escatimaremos a ninguno!".

      La sala quedó en silencio mientras un concejal jaló su silla hacia atrás, raspándola contra la piedra y se levantó.

      "No veré a la Corte del Rey arruinada por su obsesión personal. ¡Por mi parte, no estoy con usted!".

      "¡Ni yo!", repitió la mitad de los hombres en la sala.

      Gareth se sintió lleno de rabia y estaba a punto de ponerse de pie cuando de repente las puertas de la cámara se abrieron de golpe y entró corriendo el comandante lo que quedaba del ejército. Todas las miradas estaban sobre él. Arrastró a un hombre de los brazos, un malhechor con cabello graso, sin afeitar, atado de las muñecas. Arrastró al hombre hacia el centro de la habitación y se detuvo ante el rey.

      "Mi señor", dijo el comandante fríamente. "De los seis ladrones ejecutados por el robo de la Espada del Destino, este hombre era el séptimo, quien escapó. Está contando una historia de lo más increíble acerca de lo que pasó.

      "¡Habla!", ordenó el comandante, sacudiendo al malhechor.

      El rufián miraba nerviosamente en todas direcciones; su cabello graso colgaba sobre sus mejillas, pareciendo inseguro. Finalmente, gritó:

      "¡Nos ordenaron robar la espada!".

      La sala estalló en un murmullo de indignación.

      "¡Éramos diecinueve!", continuó diciendo el malhechor. "Una docena iba a llevársela, al amparo de la oscuridad, por el puente del Cañón y hacia la selva. La escondieron en una carreta y se la llevaron a través del puente para que así los soldados haciendo guardia no tuvieran idea lo que había dentro. A los demás, a nosotros siete, se nos ordenó alejarnos después del robo. Nos dijeron que nos encarcelarían, como un espectáculo y luego nos dejarían libres. Pero en lugar de eso, mis amigos fueron todos ejecutados. A mí también me habrían matado, si no hubiera escapado".

      La sala estalló en un largo y agitado murmullo.

      "¿Y a dónde estaban llevando la espada?", preguntó presionando el comandante.

      "No СКАЧАТЬ