Название: Una Promesa De Gloria
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Героическая фантастика
Серия: El Anillo del Hechicero
isbn: 9781632911469
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"¿Y qué pasará con ellos?", preguntó Reece, acercándose a su lado.
Thor se volvió y analizó el barco: tal vez medía seis metros de largo y la mitad de ancho. Era lo suficientemente grande para ellos siete, pero no para sus caballos. Si intentaban llevarlos, los caballos podrían pisotear la madera, dañar el barco. Tuvieron que abandonarlos.
"No tenemos elección”, dijo Thor, mirándolos con nostalgia. "Tendremos que encontrar a otros nuevos".
O'Connor se inclinó sobre el riel.
"Son caballos inteligentes", dijo O'Connor. "Yo los entrené bien. Volverán a casa cuando se los ordene".
O'Connor silbó agudamente.
Al unísono, los caballos se dieron vuelta y escaparon, corriendo por la arena y desapareciendo en el bosque, dirigiéndose hacia el Anillo.
Thor se volvió y miró a sus hermanos, en el barco, al mar frente a ellos. Ahora quedaron varados, sin caballos, no tenían ninguna otra opción mas que seguir adelante. Empezaban a asimilar la realidad. Estaban verdaderamente solos, sin nada más que este barco, y a punto de irse de las costas del Anillo para siempre. Ya no había marcha atrás.
"¿Y cómo vamos a conseguir meter a este barco en el agua?", preguntó Conval, mientras todos miraban hacia abajo, a cuatro metros y medio del casco. Una pequeña parte de él estaba en el vaivén de las olas del Tartuvio, pero la mayoría estaba en la arena.
"¡Vengan aquí!", dijo Conven.
Se apresuraron hacia el otro lado, donde una gruesa cadena de hierro colgaba sobre el borde, en cuyo fondo estaba una bola de hierro inmensa, varada en la arena.
Conven se inclinó y tiró de la cadena. Gimió y luchó, pero no pudo levantarla.
"Es demasiado pesada", dijo gruñendo.
Conval y Thor se apresuraron y le ayudaron y mientras los tres agarraban la cadena y tiraban de ella, Thor se sorprendió por su peso: incluso con los tres de ellos jalando, solo podían levantarla unos centímetros. Finalmente, todos la soltaron, y cayó en la arena.
"Déjenme ayudar", dijo Elden, avanzando.
Con su enorme tamaño, Elden era más alto que ellos y se inclinó y tiró de la cadena y logró levantar la bola en el aire. Thor estaba asombrado. Los demás se pusieron de pie de un salto y jalaron al unísono, subiendo el ancla treinta centímetros a la vez y finalmente encima de la barandilla y sobre la cubierta.
El barco empezó a moverse, balanceándose un poco en las olas, pero permanecía varado en la arena.
"Las pértigas", dijo Reece.Thor se volvió y vio dos postes de madera, de casi seis metros de longitud, montados a los costados del barco y se dio cuenta de para qué servían.
Corrió hacia Reece y agarró uno, mientras Conval y Conven sujetaban el otro.
"¡Cuando salgamos", gritó Thor, "¡levanten las velas!".
Se inclinaron, clavaron los postes en la arena y empujaron con todas sus fuerzas; Thor gimió del esfuerzo. Lentamente, el barco comenzó a moverse, sólo un poquito. Al mismo tiempo, Elden y O'Connor corrieron hacia el centro del barco y tiraron de las cuerdas para elevar las velas de la lona, elevándolas con esfuerzo, treinta centímetros a la vez. Afortunadamente había una fuerte brisa, y mientras Thor y los demás empujaban contra la costa, luchando con toda su fuerza para sacar a este pesado barco fuera de la arena, las velas se elevaron más y comenzaron a tomar vuelo.
Finalmente, el barco se sacudió debajo de ellos mientras se deslizaba en el agua, flotando, ingrávido; los hombros de Thor temblaban por el esfuerzo. Elden y O'Connor izaron las velas a todo mástil, y pronto estaban dejándose llevar hacia el mar.
Todos soltaron un grito de triunfo, mientras volvían a colocan los postes en su lugar y corrían a ayudar a Elden y a O'Connor a asegurar las cuerdas. Krohn chillaba junto a ellos, emocionado por todo.
El barco estaba a la deriva sin rumbo y Thor se apresuró al timón, O'Connor a su lado.
"¿Quieres tomar el timón?", preguntó Thor a O'Connor.
O’Connor sonrió ampliamente.
"Me encantaría".
Comenzaron a ganar velocidad, navegando por las aguas amarillas del Tartuvio, con el viento a sus espaldas. Finalmente estaban en movimiento, y Thor respiró profundamente. Ya habían salido.
Thor se dirigió a la proa, Reece iba junto a él, mientras Krohn apareció entre ellos y se reclinó en la pierna de Thor, mientras que Thor se agachaba y acariciaba su suave piel blanca. Krohn se reclinó y lamió a Thor; Thor buscó en un pequeño saco y sacó un pedazo de carne para Krohn, quien se la arrebató.
Thor miraba hacia el vasto mar delante de ellos. El horizonte lejano estaba salpicado de barcos negros del Imperio, seguramente rumbo al lado del Anillo de McCloud. Por suerte, ellos estaban distraídos y no podían estar al acecho de un barco solitario que se dirigía a su territorio. El cielo estaba claro, había un fuerte viento a sus espaldas, y continuaron ganando velocidad.
Thor miró y se preguntó qué había ante ellos. Se preguntó cuánto faltaba para llegar a tierras del Imperio, qué podría estar esperando para recibirlos. Se preguntó cómo encontrarían la espada, cómo terminaría todo esto. Sabía que las probabilidades estaban en contra de ellos, sin embargo, se sentía eufórico que finalmente en el viaje, emocionado de estar navegando, emocionado de que habían llegado hasta ahí, y ansioso de recuperar la Espada.
"¿Qué pasa si no está allí?", preguntó Reece. Thor se volvió y le miró.
"La Espada", agregó Reece. "¿Qué pasará si no está ahí? ¿O si se ha perdido? ¿O destruido? ¿O si nunca la encontramos? El Imperio es vasto, después de todo".
“¿O qué pasará si el Imperio descubrió cómo blandirla?", preguntó Elden con su voz ronca, acercándose a ellos. "¿Qué pasará si la encontramos pero no podemos llevarla de regreso?", preguntó Conven.
El grupo se quedó ahí parado, oprimido por lo que les esperaba, por el mar de preguntas sin respuesta. Este viaje era una locura, Thor lo sabía.
Era una locura.
CAPÍTULO CUATRO
Gareth caminaba por el enlosado del estudio de su padre – una pequeña cámara en el piso superior del castillo que su padre quería tanto – y, poco a poco, lo hizo pedazos.
Gareth revisó de librero en librero, tirando abajo volúmenes valiosos, libros de cuero antiguo que habían estado en la familia durante siglos, rompiendo el encuadernado y haciendo pedacitos las hojas. Mientras los lanzaba en al aire, caían encima de su cabeza como copos de nieve, aferrándose a su cuerpo y a la baba corriendo por sus mejillas. Estaba determinado a destruir hasta la última cosa en este lugar que su padre había amado, un libro a la vez.
Gareth se apuró a la mesa de la esquina, tomó lo que quedaba de su pipa de opio y con las manos temblorosas chupó con fuerza, necesitando el golpe más que nunca. Era adicto, lo fumaba a cada minuto que podía, decidido a bloquear СКАЧАТЬ