Erec gritó mientras iba al ataque hacia el grupo. Todos sus años de los torneos le habían servido bien, y usó la jabalina larga expertamente para sacar a un soldado tras otro, derribándolos en serie. Se agachó bajo y con su otra mano se protegió con el escudo; sintió una lluvia de golpes descender sobre él, sobre su escudo, sobre su armadura, de todas direcciones. Lo golpearon espadas y hachas y mazas, era una tormenta de metal y Erec rezó para que su armadura aguantara. Se aferró a su jabalina, sacando tantos soldados como pudo mientras iba al ataque, cortando camino a través del enorme grupo.
Erec no se detuvo y después de unos minutos de montar a caballo, finalmente salió por el otro lado, hacia el aire libre, habiendo cortado un camino de devastación al centro del grupo de soldados. Él había eliminado a por lo menos una docena de soldados – pero había sufrido por ello. Jadeó con fuerza, su cuerpo le dolía, el sonido de metal aún resonaba en sus oídos. Sentía como si hubiera sido puesto en el molinillo. Miró hacia abajo y vio que estaba cubierto de sangre; por suerte, no sentía heridas importantes. Parecían ser rasguños y cortadas sin importancia.
Erec cabalgó en un amplio círculo, hacia atrás, preparándose para enfrentar al ejército otra vez. Ellos, también, habían dado la vuelta, preparándose para ir al ataque una vez más. Erec estaba orgulloso de sus victorias hasta el momento, pero le estaba siendo más difícil recuperar el aliento, y sabía que otro ataque con este grupo podría acabar con él. No obstante, se preparó para ir a la carga de nuevo, nunca dispuesto a alejarse de un combate.
De repente se escuchó un grito inusual detrás del ejército, y Erec primero se sintió confundido al ver a un contingente de soldados atacando la retaguardia. Pero luego reconoció la armadura, y su corazón se aceleró: era su gran amigo de Los Plateados, Brandt, junto con el Duque y docenas de sus hombres. El corazón de Erec se desplomó cuando descubrió a Alistair entre ellos. Le había pedido que se quedara en la seguridad del castillo, y no le había hecho caso. Por eso la amaba más de lo que podía decir.
Los hombres del Duque atacaron al ejército desde atrás, con un feroz grito de batalla, provocando el caos. La mitad del ejército se volvió para enfrentarse a ellos, y lo hicieron con un gran sonido de metal; Brandt liderando el camino con su hacha de dos manos. Atacó al soldado líder, cortándole la cabeza, después movió su hacha con el mismo movimiento y la alojó en el pecho de otro hombre.
Erec, inspirado, recibió un segundo aire: tomó ventaja del caos y fue al ataque de la otra mitad del ejército. Mientras galopaba, se inclinó y le arrebató una lanza que sobresalía de la tierra, se reclinó y la arrojó con la fuerza de diez hombres. La lanza atravesó la garganta de un solado y siguió adelante, alojándose en el pecho de otro.
Erec entonces levantó su espada por lo alto y lo plantó en el primer soldado que viera, cortar el mango de la maza en la mitad, después girando y cortando la cabeza del hombre.
Erec continuaba luchando, lanzándose al grupo de hombres con toda su energía restante, empujando, bloqueando, parando, atacando a todos los soldados que lo atacaban por todos lados. Alternativamente levantó su escudo, bloqueó golpe tras golpe y atacó; en pocos momentos, los soldados fueron convergiendo alrededor de él, docenas de ellos, atacándolo desde todas las direcciones.
Mató a más de los que podía contar, pero había demasiados, incluso aunque los soldados del Duque estuvieran atendiendo la retaguardia. Uno de ellos lanzó un golpe con su maza a Erec, en la espalda, entre sus omóplatos; Erec gritó de dolor mientras la bola de metal con picos aterrizaba en su columna vertebral. Cayó de su caballo, hasta el suelo, el impacto lo dejó sin aire.
Pero no se rindió. Sus instintos se alertaron y tuvo la entereza para rodar inmediatamente, levantar su escudo y bloquear un golpe que descendía hacia su cabeza. Entonces lo detuvo con su espada, cortando el brazo del hombre.
Un soldado iba a aplastar la cabeza de Erec, pero Erec se quitó del camino, giró y le cortó las patas al caballo, enviando a su jinete al suelo; Erec luego giró y apuñaló al hombre en el pecho.
Más y más hombres convergieron cerca de Erec, y se puso de rodillas y bloqueó golpe tras golpe, contestándolos cuando podía, conforme llegaban. Sus hombros se estaban debilitando. Un caballero particularmente grande, con una barba larga y recta se adelantó y levantó un hacha por lo alto. Erec elevó su escudo para bloquearlo, pero otro soldado lo pateó de su mano, y antes de que pudiera reaccionar, un tercer soldado le pisó el pecho, dejándolo inmovilizado. Eran demasiados, y Erec estaba demasiado cansado. No quedaba nada que pudiera hacer sino observar al caballero enorme girar su hacha.
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