Una Promesa De Gloria . Морган Райс
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СКАЧАТЬ una jabalina, Erec aprovechó la ventaja que tenía: él no tenía un caballo y no podía enfrentarse a esos hombres a su altura, pero ya que estaba abajo, le vendría bien hacer uso del suelo. Erec se lanzó al suelo repentinamente, enrollado, levantó su espada y cortó las patas del caballo del hombre. El caballo se desplomó y el soldado cayó de bruces antes de que tuviera oportunidad de soltar su arma.

      Erec continuó rodando y logró evitar la estampida de las patas de los caballos alrededor de él, quienes tuvieron que separarse para evitar chocar con el caballo derribado. Muchos no lo lograron, tropezando con el animal muerto y docenas de caballos más se estrellaron en el suelo, levantando una nube de polvo y provocando un estancamiento entre el ejército.

      Era exactamente lo que Erec había esperado: polvo y confusión, docenas más cayendo al suelo.

      Erec se puso de pie de un salto, levantó su espada y bloqueó una espada que iba a caer sobre su cabeza. Se giró y bloqueó una jabalina, después una lanza, luego un hacha. Se defendió de los golpes que le llovían desde todos los ángulos, pero sabía que no podría aguantar así mucho tiempo. Tenía que atacar si quería tener alguna oportunidad.

      Erec rodó, se arrodilló y lanzó su espada como si se tratara de una lanza. Voló por el aire y llegó hasta el pecho de su atacante más cercano; sus ojos se abrieron de par en par y cayó de su caballo hacia un lado, muerto.

      Erec aprovechó la oportunidad para saltar sobre el caballo del hombre, arrebatando el mayal de sus manos antes de que muriera. Era un buen mayal y Erec le había elegido por esa razón; tenía un mango plateado largo y adornado y una cadena de un metro veinte centímetros, con tres bolas con pinchos en la punta. Erec retrocedió y le dio vueltas por  encima de la cabeza, golpeando las armas de las manos de varios oponentes a la vez; después volvió a darle vueltas y los derribó de sus caballos.

      Erec observó el campo de batalla y vio que había hecho un daño considerable, derribando a casi un centenar de caballeros. Pero los otros, por lo menos doscientos de ellos, se estaban reagrupando y dirigiéndose hacia él— y estaban todos decididos.

      Erec salió a enfrentarlos, era un hombre  contra doscientos y elevó un gran grito de batalla, subiendo su mayal todavía más alto y orando a Dios para mantener su fuerza.

*

      Alistair lloraba mientras se sostenía de Warkfin con todas sus fuerzas; el caballo galopaba, llevándola por el conocido camino a Savaria. Ella había estado gritándole y pateando a la bestia todo el camino, tratando con todas sus fuerzas hacerlo dar la vuelta, para volver con Erec. Pero no le hizo caso. Ella nunca antes había encontrado un caballo como éste – obedecía inquebrantablemente al comando de su amo y no vacilaría. Claramente, tenía el objetivo de llevarla exactamente al lugar al que Erec le había ordenado – y ella finalmente se resignó al hecho de que no había nada que pudiera hacer al respecto.

      Alistair tenía sentimientos encontrados mientras cabalgaba a través de las puertas de la ciudad; ciudad en la que había vivido mucho tiempo como esclava. Por un lado, estaba familiarizada con el lugar – pero por otro lado, le traía recuerdos del mesonero que la había tiranizado, de todo lo malo que había en ese lugar. Tanto había esperado para seguir adelante, para irse de ahí con Erec y empezar una nueva vida con él. Aunque se sentía segura al pasar sus puertas, también sentía una premonición creciente acerca de Erec, quien estaba ahí solo, enfrentando a ese ejército. Solo de pensarlo, sentía náuseas.

      Al darse cuenta de que Warkfin no se daría la vuelta, sabía que lo mejor que podía hacer era buscar ayuda para Erec. Erec le había pedido que se quedara aquí, dentro de la seguridad de esas puertas— pero eso sería lo último que ella haría. Después de todo, era hija de un rey, y no era de las que huían por miedo ni por confrontación. Erec había encontrado a su media naranja en ella: era tan noble y tan decidida, como él. Y no se perdonaría a sí misma si algo malo le pasaba a él allá.

      Conociendo bien esta ciudad real, Alistair dirigió a Warkfin al castillo del Duque , y ahora que estaban dentro de las puertas, el animal escuchó. Ella cabalgó a la entrada del castillo, desmontó y corrió más allá de los asistentes quienes trataron de detenerla. Ignoró sus intentos por atraparla y corrió por los pasillos de mármol del corredor  que conocía tan bien cuando fue sirvienta.

      Alistair puso sus hombros en las grandes puertas reales hacia la sala de la cámara, las abrió y entró en la habitación privada del Duque.

      Varios miembros del Consejo se volvieron para mirarla, todos vistiendo túnicas reales, el Duque estaba sentado en el centro, con varios caballeros a su alrededor. Todos tenían expresiones de asombro; ella había interrumpido claramente un asunto importante.

      "¿Quién eres, mujer?", gritó uno.

      "¿Quién se atreve a interrumpir los asuntos oficiales del Duque?", gritó otro.

      "Reconozco a la mujer", dijo el Duque, poniéndose de pie.

      "Yo también", dijo Brandt, a quien ella reconoció como amigo de Erec. "Es Alistair, ¿no?", preguntó él. "¿La nueva esposa de Erec?".

      Ella corrió hacia él, llorando y lo tomó de lass manos.

      "Por favor, mi señor, ayúdame. ¡Se trata de Erec!".

      "¿Qué ha ocurrido?", preguntó el Duque, alarmado.

      "Está en grave peligro. ¡En este momento se enfrenta a un ejército hostil él solo! No me dejó quedarme. ¡Por favor! ¡Necesita ayuda!".

      Sin decir una palabra, todos los caballeros se pusieron de pie de un salto y comenzaron a correr desde el hall, ninguno de ellos vaciló; ella se volvió y corrió con ellos.

      "¡Quédate aquí!", le exhortó Brandt.  "¡Nunca!", dijo ella, corriendo detrás de él.

      "¡Yo los conduciré hacia él!".

      Todos corrieron como al unísono por los pasillos saliendo por las puertas del castillo y hacia un nutrido grupo de caballos en espera, cada uno montando el suyo sin dudarlo un instante. Alistair saltó sobre Warkfin, lo pateó y fue al mando del grupo, como tantas ganas de irse, como el resto de ellos.

      Mientras se dirigían hacia la corte del Duque, todos los soldados alrededor de ellos comenzaron a montar sus caballos y a unirse – y para cuando salieron de las puertas de Savaria,  iban acompañados por un contingente grande y creciente de por lo menos cien hombres; Alistair montando al frente, al lado de Brandt y del Duque.

      "Si Erec averigua que viajas con nosotros, será mi cabeza", dijo Brandt, montando a su lado. "Por favor,  solamente dinos dónde está, mi lady".

      Pero Alistair meneó la cabeza obstinadamente, limpiándose las lágrimas mientras cabalgaba con más fuerza, con un gran retumbo de todos esos hombres alrededor de ella.

      "¡Prefiero ir a la tumba que abandonar a Erec!".

      CAPÍTULO TRES

      Thor cabalgaba con cautela por el sendero del bosque; Reece,  O'Connor, Elden y los gemelos iban a caballo junto a él, Krohn muy de cerca, mientras todos emergían del bosque al otro lado del Cañón. El corazón de Thor se aceleró con anticipación cuando finalmente llegaron al perímetro del espeso bosque. Levantó una mano, indicando a los demás guardar silencio, y todos se detuvieron junto a él.

      Thor analizó la gran extensión de playa, de cielo abierto y más allá, el vasto mar amarillo que les llevaría a las lejanas tierras del Imperio. El Tartuvio. Thor no había visto sus aguas desde su viaje de Los Cien. Se sentía raro estar de vuelta otra vez— y esta СКАЧАТЬ