Название: La alhambra; leyendas árabes
Автор: Fernández y González Manuel
Издательство: Public Domain
Жанр: Историческая литература
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– Así lo manda.
El príncipe se encaminó á las escaleras y las bajó resueltamente.
Bekralbayda le siguió.
Tras él iban el walí y los soldados silenciosos.
Cuando estuvieron en la parte del alcázar habitada por el sultan Nazar, el walí abrió la puerta de una cámara donde dejó solos al príncipe y á Bekralbayda.
VI
MISTERIOS
Aquella cámara era de las mas bellas del palacio del Gallo de viento.
Un ancho divan de seda y una lámpara velada convidaban al reposo.
Búcaros de flores se veian por todas partes.
Braserillos de oro quemaban deliciosos perfumes.
A lo lejos, entre el silencio, se oia una guzla á cuyo son cantaba una voz de muger una cancion de amores.
El príncipe y Bekralbayda estaban de pié en medio de la cámara.
Esperaban.
Pero pasó el tiempo… mucho tiempo y nadie apareció.
Bekralbayda se sentó, al fin cansada, en el divan.
El príncipe fué á apoyarse en silencio en el alfeizar de un ajimez.
No se atrevian á acercarse ni á hablarse por temor de ser oidos y escuchados.
Pasó la noche y llegó el alba.
El príncipe oyó el ruido de los añafiles y de las atakebiras que despertaban á los soldados del rey Nazar.
Poco despues vió pasar bajo el ajimez caballos magníficamente enjaezados, esclavos deslumbrantemente vestidos, banderas y soldados.
– ¿Qué fiesta irá á celebrarse hoy? pensaba el príncipe al ver todo aquello.
Bekralbayda, que no habia dormido, oia tambien todo aquel tráfago y se maravillaba.
De repente se abrió la puerta de la izquierda de la cámara y apareció el nuevo alcaide de los eunucos.
– Poderosa sultana, dijo prosternándose ante Bekralbayda, ven si quieres á que tus esclavas engalanen tu hermosura.
– ¿Lo manda el sultan?
– El esclarecido y magnífico sultan Nazar quiere que arrojes de tí la tristeza, luz de los cielos.
– Cúmplase la voluntad del señor: dijo Bekralbayda y se levantó y siguió al alcaide de los eunucos.
El príncipe vió salir á Bekralbayda con inquietud.
En aquel punto se abrió la puerta de la derecha y apareció el alcaide de los esclavos de palacio.
– Poderoso príncipe y señor, dijo prosternándose, ven si te place á que tus esclavos te cubran de las vestiduras reales.
El príncipe salió.
La cámara quedó desierta.
Fuera crecia á cada momento el ruido de las gentes de armas, de las pisadas de los caballos, y del toque de añafiles y timbales.
Asomaba por el oriente un sol esplendoroso y todo anunciaba un gran dia.
VII
EL PERGAMINO SELLADO
Aun no habia acabado de levantarse el sol sobre la cumbre del Veleta, cuando el rey Nazar departia mano á mano con Yshac-el-Rumi.
– Estoy satisfecho de ellos, le decia, y soy feliz.
– ¡Ah señor! tú has nacido para la gloria y para la fortuna: esclamó Yshac tristemente.
– ¿Paréceme que te pesa de mi felicidad? dijo con recelo el rey.
– ¡Ah! no, no señor: es que soy tan desgraciado que la alegría me entristece, y hoy hasta el dia es alegre.
Hubo un momento de silencio:
– Pero esto no importa, continuó Yshac; lo que yo queria lo he conseguido, Leila-Radhyah y Bekralbayda son felices; ¿qué mas puedo yo desear?
– A propósito, es necesario que vayas á traer á Bekralbayda; el camino es por aquí.
Y el rey abrió una puerta secreta.
Cuando salia Yshac, entraba por otra puerta una muger magnífica y resplandeciente: era Leila-Radhyah.
– ¡Ah! ¡luz de mis ojos! esclamó el rey: al fin luce para nosotros el dia de la felicidad.
– Y para nuestros hijos tambien.
– ¡Oh! ¡y cuán lejos está de sospechar su ventura mi hijo!
– ¡Y cuán digno es de ser feliz! ¡pobre niño! tres meses encerrado con su amor y su desesperacion en aquella torre.
– Eso le hará mas querido á su esposa, y le enseñará á respetar mas mis órdenes; pero ve, ve tú por él, vida de mi vida: quiero que tú seas quien me le traiga á mis pies para que le perdone.
Leila-Radhyah sonrió de una manera enloquecedora, lanzó un relámpago de amor de sus negros ojos al rey, y desapareció por una puerta.
Al-Hhamar el magnífico, sacó entonces de un arca un pliego cerrado y le puso en una bandeja de oro sobre una mesa.
Pasó algun tiempo, y al fin aparecieron por dos puertas distintas Leila-Radhyah, trayendo de la mano al príncipe Mohammet; Yshac-el-Rumi, llevando del mismo modo á Bekralbayda.
Al verse los dos jóvenes delante del rey, palidecieron y temblaron.
No sabian lo que iba á ser de ellos.
El rey adelantó hácia Bekralbayda, la besó en la frente, la asió de la mano y la llevó hasta su hijo, á quien abrazó.
– Tú amas á Bekralbayda, dijo el rey Nazar al príncipe Mohammet.
El príncipe bajó los ojos, creció su palidez y mirando al fin á su padre con temor le dijo con acento trémulo:
– Tanto la amo, que por ella he provocado tu enojo, señor.
– Y tú, tú tambien amas al príncipe mi hijo, Bekralbayda.
– El destino ha querido que sea suya mi alma, contestó Bekralbayda.
– Tú, dijo el rey Nazar dirigiéndose á su hijo, has tenido celos de tu padre.
– ¡Ah señor! murmuró el príncipe.
– Y tú, añadió el rey, volviéndose á Bekralbayda te has creido amada por mí.
Bekralbayda СКАЧАТЬ