La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel
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СКАЧАТЬ y las estrellas nos han dicho:

      Allá en el Andalucía, del otro lado del mar, en la hermosa Córdoba, la hija del rey encontrará alivio á su dolencia.

      Y el rey que amaba mucho á su hija la envió á Córdoba.

      Pero su hija no volvió.

      Han pasado muchos años.

      Tú que vas á Córdoba, señora, busca á Leila-Radhyah y dála esas joyas.

      Pero no la digas que su padre la dá un tesoro, porque Leila-Radhyah no tiene ya padre.

      No la digas que venga, porque si su padre la vé delante de sí, la matará.»

      – Tu padre fué demasiado severo contigo, dijo el rey Nazar.

      – Mi padre me ama, dijo Leila-Radhyah con los ojos arrasados de lágrimas.

      – ¡Te ama, y á pesar de tu inocencia no te ha recibido!..

      – Mi padre me ha enviado hace pocos dias otra carta.

      – ¡Otra carta!

      – Sí, mírala.

      Leila sacó de su seno una bolsita de seda verde y oro, y de ella un pergamino enrollado.

      El rey Nazar leyó:

      «Leila-Radhyah, decia aquella carta:

      He tenido nuevas que han reanimado mi esperanza.

      Un walí granadino, me ha dicho que la sultana Wadah está loca.

      El rey Nazar puede, pues, apartarla de sí.

      El rey Nazar puede ser tu esposo.

      Te envio joyas y galas de sultana.

      Si quieres tener padre y hermanos, consiente en ser la esposa de Nazar.

      Si consientes, yo te enviaré servidumbre y esclavos y guardas, para que puedas presentarte en Granada, como debe ser vista la hija de un rey.

      Tu padre te ama, Leila-Radhyah, pero no puede abrazarte hasta que laves tu deshonra.

      Procura ser esposa de Al-Hhamar.»

      – ¿Y qué has contestado á tu padre? dijo el rey Nazar.

      – No le he contestado todavía; pero mi respuesta la llevará un embajador tuyo: un embajador que le diga: tu hija Leila-Radhyah, es sultana de Granada.

      – ¡Oh! ese embajador partirá para Tlencen, antes que salga el sol del nuevo dia.

      En aquel momento se oyó fuera un ténue silvido, un silvido semejante al de un buho.

      El rey y Leila-Radhyah salieron del retrete donde se encontraban y se trasladaron á oscuras á aquel desde donde se veia la cámara de Bekralbayda.

      Veamos lo que pasaba en esta cámara.

      Estaba desierta.

      Bekralbayda velaba en el jardin, mirando desde sus espesuras la torre del Gallo de viento, que se veia á lo lejos allá en el distante estremo del Albaicin bajo la luz de la luna, y en cuyas ventanas se veia el reflejo de una luz.

      Bekralbayda creia ver en aquella ventana al príncipe que velaba como ella.

      Estaba abstraida, absorta en su amor, cuando un esclavo se acercó á ella, se prosternó, y la dijo con voz humilde:

      – Poderosa sultana, la noble sultana Wadah acaba de llegar y desea verte.

      – ¿Y dónde está la sultana? esclamó con cierta alegría Bekralbayda, porque amaba á Wadah.

      – Te espera en tu cámara, señora, contestó el esclavo.

      Bekralbayda se encaminó precipitadamente hácia su cámara.

      En ella, sentada en el divan que servia de lecho, estaba Wadah, indolente, hermosa, mas hermosa que nunca, y muy sencillamente vestida.

      Al ver á Bekralbayda, se levantó, corrió á ella y la besó en la boca.

      – ¡Oh! esclamó: ¡qué hermosa estás, hija mia! ¡cuánto he sufrido desde el dia en que te sacaron del palacio del Gallo de viento! porque yo te amo, ya lo sabes.

      – ¡Ah, señora! esclamó Bekralbayda: ¡y vienes á visitar á tu esclava!

      – ¡Esclava! ¡no! ¡tú no eres esclava! ¡tú eres sultana! escucha; vengo á revelarte un secreto que te va á llenar de placer: el rey…

      Bekralbayda palideció.

      – ¡Oh! ¡y cómo le ama! pensó Wadah conteniendo mal su celosa rabia: el rey piensa casarte… con…

      – ¿Con quién?.. esclamó pálida Bekralbayda.

      – Con mi hijo: respondió la sultana.

      – ¡Con tu hijo! ¡con el príncipe Juzef-Abdallah!

      – ¿Qué, no te parece bastante hermoso mi hijo?..

      – ¡Ah! ¡sí! si señora, pero es muy jóven… demasiado jóven.

      – ¡Ah! ¿tú quisieras para esposo un hombre de la edad de su padre?

      – Yo… no… ya es demasiado.

      – ¡Jóven el uno! ¡el otro viejo!

      – ¿Pero qué importa eso, señora? ¿por qué ha de pensar el rey en casarme? te equivocas… te equivocas… sultana: yo sé que el rey no quiere casarme con nadie.

      – ¡Ah! ¡no quiere casarte con nadie! ¡pues mira, yo habia creido!.. el otro dia me dijo: Wadah, estoy pensando en casar á nuestro hijo. – ¿Y con quién, señor? – Con una doncella jóven, hermosa, pura, á quien tú conoces. – ¿Que yo conozco? – Sí, pero quiero sorprenderte y no te diré su nombre. – Y no me lo dijo: pero al dia siguiente te sacó del alcázar, y te trajo á este otro alcázar: puso junto á tí eunucos, esclavos y guardas… magestad de sultana, y yo… yo creí que era porque te destinaba á nuestro hijo… al príncipe Juzef. ¡Y no amas tú á mi hijo!

      – ¡Ah, señora! le respeto… pero amarle… no.

      – ¿Y á quién amas?

      – Yo… á nadie.

      – ¡A nadie!.. ¿y el estado en que te encuentras, pobre niña?

      Y la mirada de Wadah se fijó de una manera marcada en Bekralbayda.

      La pobre jóven se cubrió el rostro con las manos.

      – Ha sido una violencia, una horrible violencia…

      – ¡Del rey!

      – ¡Del rey! esclamó asombrada Bekralbayda.

      – ¿Por qué tiemblas?..

      – Has СКАЧАТЬ