La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel
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СКАЧАТЬ palideció intensamente al oir esta confesion del rey y dió un paso hácia adelante.

      – Pero antes de pedirte amores, continuó el rey Nazar, escribí lo que se contiene en ese pergamino que está cerrado sobre esa bandeja y sellado con mi sello. Tú Bekralbayda escribiste tu nombre sobre el pergamino cerrado ¿le conoces?

      El rey tomó el pergamino y le mostró á Bekralbayda.

      – Sí señor, dijo la jóven, este es el pergamino que tú escribiste la primera vez que hablaste conmigo, que cerraste y sobre el cual me mandaste escribir mi nombre.

      – ¿Recuerdas esta circunstancia, Yshac-el-Rumi? añadió el rey volviéndose al viejo.

      – Sí señor, dijo este, tú escribiste ese pergamino y le sellaste y mandaste que pusiese sobre él su nombre á Bekralbayda, la primera vez que hablaste con ella.

      – Rompe el sello de ese pergamino, Bekralbayda, desenróllale y léele en alta voz.

      La jóven obedeció, desenrolló el pergamino y leyó con voz trémula lo siguiente:

      «He conocido una doncella blanca de ojos negros.

      Es hermosa como las huríes que el Señor promete á sus escogidos, y pura como la violeta que se esconde entre el cesped á la márgen de los arroyos.

      Mi hijo primogénito, el príncipe Mohammet Abd-Allah, mi sucesor y mi compañero en el gobierno de mis reinos, la conoce tambien y la ama.

      Por ella ha desobedecido mis órdenes, ha dejado abandonadas en el castillo de Alhama mi bandera y mis gentes de guerra, y se ha venido á Granada enloquecido de amor.

      Yo debo castigar al príncipe y le castigaré.

      Pero yo tambien debo hacer su felicidad y procuraré hacerla.

      Ama con toda su alma á Bekralbayda.

      Bekralbayda será esposa de mi hijo si es digna de su amor.

      Yo rodearé á Bekralbayda de cuantas seducciones pueden enloquecer á una muger.

      Me fingiré enamorado de ella.

      La ofreceré mis tesoros, y si esto no bastare, la ofreceré mi trono.

      Si resistiere á esto, procuraré aterrarla.

      Si Bekralbayda no resiste á la ambicion, la alejaré de mi hijo.

      Porque una muger que ama, y que ha pertenecido á otro hombre debe despreciarlo todo por el hombre de su amor.

      Si resistiere á la ambicion y sucumbiere al miedo, la apartaré tambien de mi hijo, porque una muger que ama, debe morir antes que ofender al hombre de su amor.

      »Pero si Bekralbayda conservare la fé que ha jurado al príncipe mi hijo, á pesar de mis dádivas, de mis promesas y de mis amenazas, será esposa del príncipe, porque será digna de él.

      Yo por mí mismo pondré á prueba la virtud de Bekralbayda, porque tratándose de la felicidad de mi hijo, de nadie me fio mas que de mí mismo.

      Despues de haber adoptado esta resolucion he escrito esta gacela, que enrollaré y sellaré, y sobre la cual pondrá Bekralbayda su nombre.

      De este modo, ya la entregue á mi hijo, ya la separe de él, podré hacerla comprender cuáles han sido mis intenciones al pedirla amores, y no podrá dudar de mi nobleza y de mi fé como caballero y como rey.»

      Bekralbayda habia leido lentamente y con acento trémulo este escrito; durante su lectura el corazon del príncipe y de la sultana Leila-Radhyah habian latido violentamente.

      – Ya lo habeis oido, dijo el rey: necesitaba saber si Bekralbayda era digna de mi hijo, y la he sujetado á grandes pruebas: Bekralbayda ha salido de ellas victoriosa: Bekralbayda es la esposa de mi hijo.

      Y asiendo á la jóven de la mano, la arrojó en los brazos del príncipe.

      Los dos jóvenes se arrojaron á los pies del rey Nazar, llorando de alegría.

      Leila-Radhyah lloraba tambien.

      Yshac-el-Rumi, estaba pálido, trémulo, con la vista fija en el suelo.

      En aquel momento resonó fuera una alegre música, y luego alto alarido de trompetas y ronco doblar de timbales y atambores.

      – Ha llegado la hora, dijo el rey Nazar: hoy serán las bodas del sultan de Granada con la noble y hermosa sultana Leila-Radhyah, y las de su hijo el príncipe Mohammet, con el sol de los soles la sultana Bekralbayda.

      Y asiendo de la mano á Leila-Radhyah, salió de la cámara, seguido de su hijo y de Bekralbayda, á los que seguia con paso lento y á alguna distancia con la cabeza inclinada Yshac-el-Rumi, que murmuraba en acento ininteligible:

      – ¡Todos son felices! ¡todos menos yo!

      VIII

      EN QUE SE DA FIN Á ESTA MARAVILLOSA HISTORIA

      Y hubo aquella noche zambra en el alcázar en celebridad de aquellas dobles bodas, y durante ocho dias justas, sortijas, toros y cañas en Bibarrambla.

      Se dieron cuantiosas limosnas á los pobres, y se pusieron en libertad centenares de cautivos.

      Todo el mundo estaba alegre.

      Granada disfrutaba de una paz inalterable bajo el justo y sábio dominio del sultan Nazar; crecia en comercio y en industria, y por lo tanto en riqueza, y en aquellas alegres y felices bodas veian los súbditos de Al-Hhamar el augurio de nuevas prosperidades.

      Solo un hombre asistió triste y silencioso á aquellas bodas, á pesar de que el rey le habia honrado y favorecido nombrándole wacir y concediéndole grandes mercedes.

      Aquel hombre era Yshac-el-Rumi.

      Terminadas las fiestas, Yshac desapareció sin despedirse del rey ni de Leila-Radhyah, ni del príncipe ni de Bekralbayda.

      En vano el rey movido de piedad, porque creia comprender la causa de la desaparicion de Yshac, ofreció una fuerte cantidad al que le encontrase.

      Nadie supo lo que habia sido de él.

      Entretanto la construccion del Palacio-de-Rubíes continuaba.

      Nazar le habia dado su nombre.

      Aquel alcázar que prometia ser maravilloso, se llamaba la Alhambra40.

      Al-Hhamar habia terminado la Alcazaba que mira al occidente, donde se levantan aún la torre de la Vela, la del Homenage y los Adarves; la plaza de las Cisternas, colocadas entre el muro interno de la Alcazaba y la fachada principal del alcázar, y toda la parte de este, desde la plaza de las Cisternas (hoy de los Algibes) hasta la torre de las Siete Bóvedas, y la de las Infantas; lo restante del recinto crecia: levantábanse ya sobre la ladera del monte los muros de Djene-al-Arife41, mas arriba los del castillo de la Silla del Moro, mas allá, en el cerro del Sol, los del palacio de los Alijares, y por último, sobre la colina de Al-Bunets (hoy de los Mártires), crecian los muros del recinto de las Torres СКАЧАТЬ



<p>40</p>

Al-Q'ars-al-hhamar castillo del Rojo, por corrupcion Alhambra.

<p>41</p>

Generalife.