La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel
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Читать онлайн книгу La alhambra; leyendas árabes - Fernández y González Manuel страница 37

СКАЧАТЬ trémula de cólera.

      – ¿Pues si no ha sido el rey, quién ha sido? añadió con la voz opaca por los celos y por el ódio Wadah.

      – ¿Pero qué te he hecho, señora, para que me trates así? esclamó Bekralbayda.

      – ¿Qué me has hecho? ¿qué me has hecho? ¿Pues no te ama el rey Nazar?

      – ¡Dios mio!

      – ¿No eres tú su esclava querida?

      – Soy su esclava… sí, es verdad, pero…

      – No, tú no eres su esclava: tú eres su señora.

      – Yo… ¿pero tú estas loca, sultana?

      – ¡Loca! ¡loca! ¡sí, es verdad! ¡loca de celos! ¿sabes tú quién soy yo?

      – ¡Ah! ¡Dios mio! esclamó Bekralbayda levantándose y pretendiendo huir.

      Wadah la asió de un brazo y la atrajo á sí:

      – ¡Socorro! gritó la jóven: ¡socorredme!.. ¡libradme de esta muger!

      – Nadie puede oirte: están cerradas las puertas y los que te sirven alejados; nadie te oirá.

      – ¡Oh! ¡Señor, Señor de misericordia! esclamó la jóven cayendo de rodillas.

      – Sí, sí, prostérnate, dijo Wadah; porque así debes estar delante de mí: delante de la esposa á quien has injuriado.

      – Yo os juro que no amo al rey.

      – Pero él te ama.

      – Yo no puedo impedirlo.

      – Pero no se ama á los muertos.

      – ¡Ah! ¡qué dices! ¡pero no, tú no piensas así!.. ¡tú no quieres asesinarme!.. ¿no es verdad? yo no tengo la culpa… no… yo no amo al rey… yo no he sido suya… no puedo ser suya… antes la muerte… no… no puedo ser suya.

      – Te obligará.

      – ¡Oh! ¡no! porque si quiere violentarme, yo le diré: soy amante del príncipe Mohammet: el hijo que llevo en mis entrañas es tu nieto.

      – ¡Mientes! ¡mientes! ¡quieres salvarte! ¿qué? ¿no te he visto yo perderte en los bosquecillos con el rey?

      – Pero yo no tengo la culpa…

      – Escucha: en otro tiempo otra muger me disputaba los amores de Nazar… yo maté á aquella muger.

      – ¡Oh, Dios mio!

      – Pero la maté á puñaladas y su sangre…

      Wadah se detuvo.

      – Yo veo su sangre corriendo siempre delante de mí como un torrente: yo me estremezco de noche y me tapo la cabeza para que no caiga sobre ella la sangre de aquella muger, la sangre de Leila-Radhyah. Yo no quiero ver mas sangre y no te mataré á puñaladas.

      – ¡Matarme! ¡matarme! ¡pero eso no puede ser! señora… no… yo te amaba…

      – ¡Que me amabas!

      – Sí… como amaría á mi madre.

      – ¡A tu madre! ¡á tu madre! ¡Oh! yo tenia una hija: una hija que tendria tu misma edad: y aquella miserable Leila-Radhyah la mató… la mató: yo encontré sus ropas ensangrentadas… por eso maté á esa miserable muger que se me presenta todavía á cada paso delante de los ojos, hermosa y pálida como un espectro… por eso la dí de puñaladas: pero á tí no: yo te mataré de modo que no salga fuera de tu cuerpo una sola gota de sangre… no… tú no te presentarás ante mí en mis sueños, en mis soledades, roja de los pies á la cabeza… yo soy sábia… yo conozco las yerbas que matan y las yerbas que enloquecen: mira.

      Y mostró á Bekralbayda un frasquito de oro.

      – ¡Ah! ¿y qué es eso?.. esclamó aterrada la jóven.

      – Esto… esto es… mira, tú beberás esto.

      – Yo… yo no beberé… no… yo resistiré… yo gritaré…

      – Resistir… ¿piensas acaso que puedes resistirme?.. gritarás… ¿te escuchará alguien? tú beberás…

      – ¡Oh Dios poderoso!

      – Beberás y sentirás entorpecidos tus ojos, pesada tu cabeza… te dormirás y no despertarás… no despertarás… y yo no tendré celos, porque no se ama á los muertos, y Al-Hhamar me volverá su amor.

      Bekralbayda miraba fascinada á Wadah.

      Wadah se habia replegado en un ángulo del divan como una pantera, y fijaba sus ojos estraviados y escandencidos en Bekralbayda.

      – ¡Oh! ciertamente que eres muy hermosa… solo he conocido una muger que á tu edad fuese tan hermosa como tú, y esa muger la veia en mi espejo, porque esa muger era yo… pero ella, mi rosa blanca, seria mas hermosa que tú… sí, mas hermosa… y la mataron… ¡la mataron!.. yo maté á su asesino, á la infame… á la miserable Leila-Radhyah… ahora tú me robas á Al-Hhamar… ¡has matado el amor que Al-Hhamar me tenia, y morirás… morirás tambien!

      – ¡Oh! ¡señora! ¡yo no amo al rey! ¡te lo juro! no le amo… el rey me aterra, me persigue, me enamora… pero yo… yo no puedo amar al rey… yo no puedo ser suya… yo he sido de su hijo… de su hijo, lo entiendes… de su hijo que está perseguido y aborrecido de su padre porque me ama.

      Wadah miraba á Bekralbayda con una espresion letal.

      La jóven continuó:

      – Soy muy desgraciada, dijo, y poco me importaria morir… pero él me ama; él moriria si yo muriese…

      – ¡El! y ¿quién es él? gritó Wadah levantándose furiosa: ¿quién es el que tú amas y morirá si tú mueres?

      – ¡El príncipe Mohammet! esclamó con angustia Bekralbayda juntando sus manos.

      – ¡El príncipe! ¡el príncipe! ¡tú me engañas!

      – No; no te engaño: escucha: busca al príncipe, pregúntale: pregúntale á quien ama, el te dirá: yo amo á Bekralbayda.

      – ¡Ah! ¡no! ¡no! ¡eso no es verdad!

      – Sí, sí, pregúntale: ¿ha sido tu esclava Bekralbayda? y él te contestará: pregúntalo á los bosquecillos de la casita del remanso: pregúntalo á las fuentes, á las flores, á la noche silenciosa y oscura y ellos te dirán: nosotros hemos sido testigos de su felicidad, se aman, se aman, y Bekralbayda lleva en su seno la vida de su amor.

      – ¡Mientes! ¡mientes! gritó Wadah.

      – ¡Oh! no, no miento; y si defiendo mi vida… espera, espera algun tiempo, sultana; espera que nazca mi hijo, y mátame despues: pero no mates á mi hijo, no… mi hijo es inocente.

      – Inocente era tambien mi hija y la СКАЧАТЬ