La señorita Pym dispone. Josephine Tey
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Название: La señorita Pym dispone

Автор: Josephine Tey

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918339

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СКАЧАТЬ que los Campbell aún se afligían con el recuerdo de la batalla de Glencoe! ¡Desde luego eran una raza de lo más intransigente, esos celtas!

      Permaneció un instante tratando de asimilar en silencio lo que acababa de escuchar hasta que de nuevo el excéntrico bollito se dirigió a ella, diciendo:

      —¿Entonces ha venido usted a estudiarnos como a conejillos de indias, señorita Pym?

      Lucy le explicó que ella y la señorita Hodge eran viejas amigas y que su visita era estrictamente por placer.

      —En cualquier caso —continuó dulcemente—, dudo de que un espécimen como la estudiante media de educación física pueda ser psicológicamente interesante.

      —¿No? ¿Por qué?

      —¿Demasiado normales, demasiado amables? Demasiado parecidas entre sí. —A Desterro pareció divertirle el comentario. Era la primera expresión espontánea que dejaba traslucir hasta el momento. Y pilló por sorpresa a Lucy, que sintió que sutilmente le hacían notar que quizá también ella pecara de ingenua—. ¿No está de acuerdo conmigo?

      —Intento pensar en alguna chica, alguna de las mayores, que sea normal. No es tan fácil.

      —¡Ah, vamos!

      —Ya ha visto el tipo de vida que llevan aquí. Cómo trabajan. Es difícil, si no imposible, pasar por esos años de trabajo y entrenamiento constantes y seguir siendo una chica normal al llegar al último curso.

      —¿Quiere decir que alguien como la señorita Nash no le parece normal?

      —¡Ah, Beau! Es una criatura fuerte y voluntariosa y quizá por eso sufre menos que las demás. ¿Pero opina usted que su amistad con Innes es algo normal? Es bonito, por supuesto —se apresuró a añadir Desterro—, irreprochable. Pero no es en absoluto normal, esa relación a lo David y Jonatán.7 Se las ve felices, de eso no hay duda, pero —Desterro hizo un gesto con el brazo mientras trataba de encontrar la palabra adecuada— hay algo que no encaja. Y con las Discípulas ocurre lo mismo, con la diferencia de que son cuatro.

      —¿Las Discípulas?

      —Mathews, Waymark, Lucas y Littlejohn. Siempre nos referimos a ellas de ese modo. Y, puede creerme, mi querida señorita Pym, las cuatro piensan como una sola. Tienen sus cuatro habitaciones en el tejado —Y dirigió su mirada hacia las cuatro claraboyas situadas en el tejado del ala más próxima del edificio—, y si por casualidad necesitas pedirles algo prestado, no te darán ni un alfiler.

      —Bueno, ¿y qué me dice de la señorita Dakers? ¿Qué hay de raro en ella?

      —Se ha quedado estancada en la infancia —respondió la Desterro con sequedad.

      —¡Nada de eso! —exclamó Lucy, decidida a hacer valer su punto de vista—. Solo es un ser humano feliz, simple y sin complicaciones, que se limita a disfrutar de sí mismo y del mundo. ¡Es perfectamente normal!

      Bollito de Nuez sonrió de repente y su sonrisa era franca y espontánea.

      —¡De acuerdo, señorita Pym, puedo ceder respecto a Dakers! Pero le recuerdo que este es su último curso aquí. Y en esa coyuntura todo resulta terriblemente exagerado y al menos un poquito enloquecedor. No, es cierto, se lo prometo. Si una estudiante es miedosa por naturaleza, durante el último curso lo será un millar de veces más. Si es ambiciosa, entonces la ambición se convertirá en su pasión. Y así sucesivamente. —Se incorporó entonces ligeramente para exponer su sentencia—. Estas chicas no llevan una vida normal. No puede usted esperar que sean normales.

      ________

      7 Alusión a la historia bíblica de velados tintes homo-eróticos.

      4

      «No puede esperar que las chicas sean normales» se repetía la señorita Pym para sus adentros, sentada en el mismo lugar el domingo por la tarde mientras observaba aquel alegre tumulto de jovencitas, de aspecto feliz y perfectamente normal, distraídas ahora sobre la hierba. Las contemplaba con auténtico deleite. Quizá ninguna fuera especial o notable, pero al menos ninguna de ellas destacaba tampoco por algo negativo o mezquino. Tampoco había evidencia alguna en el grupo de enfermedad ni tan siquiera de agotamiento, todas ellas parecían henchidas de energía bajo la luz del sol. Allí estaban las supervivientes de aquel curso agotador —ese era un hecho que la misma Henrietta admitía— y, visto de ese modo, la señorita Pym parecía estar dispuesta a aceptar que igual todos aquellos rigores podían justificarse si su consecuencia era semejante excelencia en el comportamiento de las chicas.

      Le divirtió comprobar que las Discípulas, a fuerza de vivir juntas, habían llegado a parecerse incluso físicamente, como a menudo ocurre con el paso de los años entre marido y mujer. Las cuatro parecían tener el mismo rostro de forma ovalada con la misma expresión de placentera expectación; solo después se percibían las diferencias y los matices de sus rasgos personales.

      También le agradó comprobar que 4 Thomas, la chica que se había quedado dormida, era innegablemente galesa; una muchacha menuda y morena, el perfecto ejemplar aborigen. Y O’Donnell, que ahora se materializaba ante sus ojos tras no haber sido hasta el momento más que una voz distante en los baños, era sin lugar a dudas una mujer irlandesa de pura cepa: las largas pestañas, la hermosa piel y los grandes ojos grises. Las dos escocesas —manteniendo lo máximo posible la distancia con el resto del grupo sin dejar de formar parte de él— resultaban menos obvias. Stewart era sin duda la pelirroja que en ese momento cortaba un trozo de pastel de uno de los platos que había dispersos sobre la hierba. «Es de Crawford’s», decía con una agradable voz de Edimburgo, «de modo que al menos por una vez, pobres criaturas, ¡sabréis lo que es bueno!». Y Campbell que, apoyada contra el tronco de un cedro, comía pan con mantequilla con mesurada fruición, tenía sonrosadas mejillas, el cabello castaño y una extraña belleza.

      Con la excepción de Hasselt, la muchacha de rostro tranquilo y sencillo —se diría que salido de un retablo románico— procedente de Sudáfrica, el resto de las chicas del último curso eran, como decía la reina Isabel, típicas inglesas.

      El único rostro que destacaba levemente del conjunto, si bien no por ser necesariamente atractivo, era el de Mary Innes, el Jonatán de Beau Nash. La extraña pareja le llamó extraordinariamente la atención a la señorita Pym. Le parecía adecuado que la joven Beau hubiera elegido como amiga a una muchacha que reunía a la vez buenas cualidades y atractivo físico. Las cejas, especialmente bajas sobre los ojos, dotaban a su rostro de una gran intensidad, una expresión de ensimismamiento que restaba a sus delicados rasgos parte de la belleza que de otro modo sin duda habrían tenido. A diferencia de Beau, siempre sonriente y de carácter alegre, parecía una chica triste y hasta el momento la señorita Pym no la había visto sonreír ni una sola vez, a pesar de que a esas alturas, y considerando el milieu en el que se encontraban, podría decirse que ya habían conversado largo y tendido. El encuentro había tenido lugar la pasada noche, cuando la señorita Pym se desvestía en su cuarto después de una velada en compañía de las instructoras. Habían llamado a su puerta y al abrir se había encontrado cara a cara con Beau que le había dicho: «Solo he venido para comprobar que tiene todo cuanto necesita. Y de paso para presentarle a su vecina de al lado, Mary Innes. Siempre que necesite algo, Innes la sacará del apuro». Beau le había dado las buenas noches y se había marchado, dejando a Innes para que pusiera punto final a la entrevista. A Lucy le había parecido una joven atractiva y muy inteligente, pero algo desconcertante. No se esforzaba en sonreír y aunque parecía una muchacha amigable no se tomó ninguna molestia en resultar agradable. СКАЧАТЬ