La señorita Pym dispone. Josephine Tey
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La señorita Pym dispone - Josephine Tey страница 6

Название: La señorita Pym dispone

Автор: Josephine Tey

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918339

isbn:

СКАЧАТЬ ante dicha perspectiva—. ¿Por qué no deja que yo me ocupe de todo? Le traeré algunas cosas en una bandeja. No, no es ningún problema, estaré encantada de hacerlo. No es necesario en absoluto que una invitada de la escuela se presente a desayunar a las ocho de la mañana, ¿no cree? Además, seguro que prefiere la tranquilidad de su habitación. —Se detuvo un instante, dejando reposar su mano en la manilla de la puerta—. Y, por favor, cambie de opinión y quédese. Será un placer para nosotras. Mucho mayor de lo que se pueda imaginar.

      Sonrió y se fue.

      Lucy se sumergió en el agua caliente y pensó felizmente en su desayuno. Qué maravilla no tener que mantener una conversación ni escuchar todo ese parloteo. Qué gran idea había tenido aquella encantadora joven y qué amable de su parte semejante gesto. Quizá después de todo no era mala idea quedarse uno o dos días más...

      Por poco salta de la bañera cuando otro timbre volvió a sonar a escasos diez metros de donde estaba. ¡Ya había tenido bastante! Se incorporó para enjabonarse. Cueste lo que cueste estaré en Larborough para tomar el tren de las 2.41. Ni un minuto más tarde. ¡Ni un minuto!

      En cuanto el ruido del timbre —presumiblemente una advertencia de cinco minutos previa a la llamada de las ocho en punto— se fue apagando nuevamente, escuchó pasos apresurados en el pasillo. La doble puerta que había a su izquierda se abrió bruscamente y al tiempo que el agua volvía a correr pudo oír una vez más el chillido de aquella voz aguda y familiar:

      —¡Ay, voy a llegar tardísimo a desayunar! ¡Pero estoy empapada en sudor, querida! Ya lo sé, debería haberme quedado sentada y quietecita y dedicarme a analizar la composición del plasma, cosa que no tengo la menor idea de cómo hacer... ¡Y el examen final es el martes! Pero hacía una mañana tan hermosa. Y ahora, ¿dónde habré puesto mi jabón?

      Lucy quedó muy sorprendida de que en una comunidad con actividades desde las cinco y media de la mañana hasta las ocho y media de la tarde, aún existiera alguien con la vitalidad suficiente como para entrenarse sin tener la obligación de hacerlo.

      —¡Donnie, cariño, me he olvidado el jabón! Pásame el tuyo.

      —¡Tendrás que esperar a que termine de enjabonarme yo! —respondió una voz plácida en comparación con el agudo tono de Dakers.

      —¡Muy bien, querida, pero por favor date prisa! Ya he llegado tarde dos veces esta semana y la señorita Hodge me echó una mirada bastante inquietante la última vez. Ay, casi lo olvido, Donnie, ¿podrías hacerte cargo de mi adiposo paciente de las doce en la clínica?

      —No, no podría.

      —No está tan gordo como parece. Solo tienes que...

      —Ya tengo a mi propio paciente, ¿sabes?

      —Sí, lo sé. Pero es un chiquillo con un simple esguince en el tobillo. Lucas podría encargarse de él después de la chica con tortis colli...

      —No.

      —No, ya me lo temía. Ay, querida, no sé cuándo voy a poder hacer lo del plasma. ¡Y eso de las capas estomacales me supera, chica! Ni siquiera me creo que haya cuatro, ¡cuatro nada menos! Es una conspiración. La señorita Lux me dice que me fije en la tripa, pero no creo que eso pruebe nada...

      —¡Ya llega el jabón!

      —¡Graaacias, mi amor! Me has salvado la vida. ¡Qué bien huele, cariño! Seguro que es bien caro. —Y en ese azaroso instante de silencio se dio cuenta de que había alguien en el cubículo a la derecha del suyo—. ¿Quién está aquí al lado, Donnie?

      —Ni idea, querida. Probablemente sea Gage.

      —¿Eres tú, Greengage?

      —No, soy la señorita Pym —respondió Lucy sobresaltada, y deseando que su voz no hubiera sonado en realidad tan remilgada como le había parecido.

      —No, en serio, ¿quién es?

      —La señorita Pym.

      —Muy buena imitación, seas quien seas.

      —Seguro que es Littlejohn —sugirió entonces la voz más dulce—. Es muy buena con las imitaciones.

      —¿Eres tú, John?

      La señorita Pym volvió a recostarse en la bañera en resignado silencio.

      Se escuchó el sonido del agua al desplazarse bruscamente y un chapoteo de pies mojados, y las puntas de ocho dedos aparecieron entonces en el borde de la mampara que separaba ambos cubículos. A continuación, un rostro se asomó del otro lado. Era una cara alargada y pálida, parecida a la de un poni amigable, con el cabello lacio y bonito recogido en un moño sobre la nuca y sujeto de manera apresurada con una horquilla. Sin duda era una cara entrañable. Incluso en aquel momento embarazoso e incómodo, Lucy pudo comprender cómo había sido posible que Dakers hubiese llegado al último curso en Leys sin haber recibido una tunda por parte de sus exasperadas compañeras.

      Primero fue el horror lo que se dibujó en el rostro de la muchacha, después un rubor salvaje encendió sus mejillas mientras, casi de inmediato, su expresión pasaba a ser más de diversión que de miedo. Súbitamente desapareció de su campo de visión y se oyó un gemido desesperado.

      —¡Señorita Pym! ¡Mi querida señorita Pym! ¡Cuánto lo siento! Me pongo a sus pies... ¡Ni por un instante pensé que de verdad podría ser usted!

      Lucy no pudo evitar sentir que en realidad estaba disfrutando con todo aquello.

      —Espero no haberla ofendido. No terriblemente, al menos. Estamos tan acostumbradas a ver a la gente sin ropa que, que...

      Lucy comprendió que la chiquilla trataba de darle a entender que lo ocurrido no tenía tanta importancia en aquel escenario como lo habría tenido en cualquier otro lugar y que, dado que en aquel instante tan solo tenía un pie fuera de la bañera, la cosa no había sido tan grave. Le dijo dulcemente que todo había sido en realidad culpa suya por haber ocupado el baño de las chicas y que la señorita Dakers no tenía por qué sentirse mal.

      —¿Sabe usted mi nombre?

      —Sí, querida, me despertaste esta misma mañana pidiendo a gritos un imperdible.

      —¡Ay, qué catástrofe! ¡Ya no podré mirarla a la cara!

      —Tengo entendido que la señorita Pym se marcha esta misma tarde en el primer tren con destino a Londres —dijo la voz del baño más distante, en un tono de mira-lo-que-has-hecho.

      —Esa de ahí es O’Donnell —dijo Dakers—. Es irlandesa.

      —Del Úlster —precisó O’Donnell, sin ofenderse.

      —Encantada, señorita O’Donnell.

      —Pensará usted que está en una casa de locos, señorita Pym. Pero no crea que todas somos como Dakers, por favor. La mayoría ya hemos madurado. Y algunas de nosotras somos incluso civilizadas. Cuando venga usted a tomar el té mañana podrá comprobarlo.

      Antes de que la señorita Pym pudiera decir que no asistiría, los cubículos empezaron a verse invadidos por un murmullo apagado que rápidamente se elevó hasta convertirse en el estruendo de un gong. A semejante tumulto СКАЧАТЬ