La señorita Pym dispone. Josephine Tey
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La señorita Pym dispone - Josephine Tey страница 11

Название: La señorita Pym dispone

Автор: Josephine Tey

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918339

isbn:

СКАЧАТЬ con la Exhibición a tan solo quince días. La Exhibición, según le explicaron, ocupaba el segundo puesto, por muy poco, en el escalafón de las mayores amenazas, después de los exámenes finales.

      —Todos los padres vienen de visita —dijo una de las Discípulas—, y...

      —Los padres de todas nosotras, quiere decir —apuntó otra de sus condiscípulas.

      —Y visitantes de los colegios rivales, y todos los...

      —Los representantes de todas las administraciones de Larborough —añadió una tercera. Al parecer, cuando una discípula comenzaba a hablar las otras se sumaban de manera automática.

      —Y todos los peces gordos del condado —dijo para finalizar la cuarta.

      —¡Terrible! —sentenció la primera, resumiendo.

      —A mí me gusta la Exhibición —dijo entonces Rouse. Y una vez más cayó sobre el grupo un extraño silencio.

      No fue un signo de hostilidad sino mero desinterés. Las chicas la miraron un instante y sin expresión alguna volvieron a centrarse en lo que las ocupaba. Nadie hizo ningún comentario sobre lo que había dicho y su indiferencia la convirtió por unos instantes en una especie de exiliada.

      —Creo que es divertido mostrarle a la gente lo que mejor sabemos hacer —añadió con una leve nota defensiva en su voz.

      También hicieron caso omiso de ese comentario. Nunca había sido testigo la señorita Pym de una muestra tan perfecta del típico silencio inglés en toda su honda crueldad. E inmediatamente volvió a sentir que sus simpatías se decantaban por aquella chica.

      Rouse, sin embargo, no pareció acusar el golpe. Contempló los platos que tenía delante y se limitó a coger un trozo de pastel.

      —¿Queda algo de té? —preguntó.

      Nash se inclinó hacia delante para comprobarlo y Stewart retomó la conversación en el punto en que las Discípulas la habían dejado.

      —Lo que sí es terrible es tener que esperar el resultado del sorteo de puestos.

      —¿Puestos? ¿Te refieres a empleos? ¿Y por qué una lotería? Supongo que al menos sabréis a qué oficio aspiráis, ¿no es así?

      —En realidad, pocas de nosotras tenemos la necesidad de participar en el sorteo —explicó Nash, mientras servía más té—. Por lo general hay puestos suficientes a los que aspirar en colegios de todo el país. Centros que han contratado a alumnas de Leys en años anteriores escriben a la señorita Hodge cuando tienen alguna vacante para que les sugiera nuevas candidatas. Si se trata de puestos serios o de responsabilidad ella suele ofrecerles a alguna estudiante que esté a punto de terminar y que sienta la urgencia de cambiar de centro. Pero normalmente las vacantes son ocupadas por estudiantes cuando ya tienen su diploma.

      —¡Menuda ganga! —dijo una discípula.

      —¡Nadie trabaja tan duro como ellas! —dijo la segunda.

      —¡Ni por menos dinero! —añadió la tercera.

      —¡Ni con más gracia! —sentenció la cuarta.

      —Así que ya ve —dijo Stewart—, el momento más agónico del curso es cuando la señorita Hodge te llama a su despacho para revelarte cuál va a ser tu destino.

      —¡O cuando tu tren sale de Larborough sin que te hayan convocado aún! —sugirió ‘Thomas, quien evidentemente se veía asaltada por terribles premoniciones en las que se sentía nuevamente atrapada y sin empleo en su montañosa tierra natal.

      Nash se sentó sobre sus talones y le sonrió a la señorita Pym.

      —No es tan horrible como parece. Algunas de nosotras ya tenemos el futuro asegurado y ni siquiera llegamos a entrar en la competición. Hasselt, por ejemplo, pronto regresará a Sudáfrica para trabajar allí. Y las Discípulas en masse han decidido dedicarse al sector médico.

      —Vamos a abrir una clínica en Manchester —explicó una de ellas.

      —Una ciudad de reumáticos.

      —¡Desbordante de deformidades!

      —¡Y de dinero! —sentenciaron las otras tres al unísono.

      Nash les sonrió con benevolencia.

      —Yo pienso regresar a mi antiguo colegio como entrenadora. Y el Bollito... Desterro, por supuesto, no desea puesto alguno. Así que, en realidad, no quedan tantas que tengan que buscar trabajo.

      —¡Y, bien pensado, si no vuelvo ahora mismo a mi cuarto a estudiar el hígado ni siquiera estaré cualificada cuando llegue la hora de ejercer! —exclamó Thomas, guiñando sus ojos pequeños y brillantes a causa del sol—. ¡Vaya manera de pasar una noche de verano!

      Perezosamente, las chicas cambiaron de postura algo disconformes, mientras la charla aparentemente volvía a animarse. Sin embargo, la advertencia pareció hacer mella en las muchachas; una tras otra, comenzaron a recoger sus cosas para marcharse y, caminando lentamente por el jardín bañado por la luz del sol, daban la imagen de un puñado de niñitas desconsoladas. Pronto Lucy se quedó de nuevo a solas, disfrutando del dulce aroma de las rosas y del murmullo de los insectos en el cálido y radiante jardín.

      Durante más de media hora permaneció sentada felizmente, contemplando cómo se desplazaban las sombras de los árboles sobre la hierba. Poco después llegó Desterro desde Larborough, caminando con parsimonia con la elegancia de una dama salida de la Rue de la Paix, lo cual le llamó especialmente la atención a Lucy después de haber tomado el té en compañía de aquel torbellino de chicas. Cuando vio a la señorita Pym, la joven se dirigió hacia ella.

      —Y bien —dijo—, ¿ha tenido una velada provechosa?

      —No esperaba obtener provecho alguno en una tarde como esta —respondió Lucy, haciendo gala de cierta coquetería—. Sin duda ha sido una de las tardes más hermosas que recuerdo.

      Bollito de Nuez permaneció de pie contemplándola unos instantes.

      —Creo que es usted una bellísima persona —dijo sin énfasis alguno. Y sin más se alejó caminando, sin prisa, hacia la casa.

      De repente, Lucy se sintió joven y no le gustó en absoluto la sensación. ¡Cómo se atrevía aquella chiquilla con su vestido floreado a hacerla sentirse de nuevo como una simple muchacha alocada e ingenua!

      Se levantó bruscamente y fue a ver a Henrietta para recordarle que ella era ni más ni menos que la señorita Pym, la flamante escritora del Libro, la que impartía doctas conferencias ante los más insignes representantes de las capas cultivadas de la sociedad, la que había impreso su nombre en la cubierta de Quién es quién y era considerada una autoridad por sus trabajos sobre la mente humana.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, СКАЧАТЬ