Название: La señorita Pym dispone
Автор: Josephine Tey
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Hoja de Lata
isbn: 9788418918339
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—Eliza debería haberlo tenido en cuenta y haber venido hasta aquí para comprobar si necesitaba alguna cosa. Es la asistenta de los miembros del claustro. Si a usted no le importa, señorita Pym, podría usar los baños de las estudiantes, que están más cerca. Por supuesto están divididos en cubículos, quiero decir que están solo cerrados en parte. El suelo es de hormigón verdoso mientras que el de las profesoras está cubierto de azulejos color turquesa en forma de mosaicos con hermosos dibujos de delfines, pero el agua, al fin y al cabo, es exactamente la misma para todas.
La señorita Pym se mostró encantada de poder utilizar los aseos de las estudiantes y, mientras recogía sus enseres de baño, la parte ociosa de su mente meditaba sobre la notable falta de reverencia de la señorita Nash por el personal de la escuela, lo que le hizo recordar algo. Y pronto tomó conciencia de qué era ese algo. Se trataba de Mary Barharrow. El resto de compañeras de clase de Mary Barharrow formaba un grupo de dóciles estudiantes que se esforzaban por aprenderse los verbos irregulares franceses. Mary Barharrow, sin embargo, aunque diligente y cordial, trataba a su profesora de francés de igual a igual. Tal comportamiento era sin duda el obvio resultado de que su padre era casi millonario. La señorita Pym llegó a la conclusión de que la señorita Nash, que hacía gala del mismo aire encantador y socialmente desenvuelto de Mary Barharrow, probablemente tenía también un padre muy parecido al de Mary Barharrow. Pronto descubrió que era exactamente eso lo primero que todas sus compañeras comentaban cuando el nombre de Nash era mencionado. «La familia de Pamela Nash es muy rica. Tienen incluso un mayordomo». Siempre mencionaban al mayordomo. Para las hijas de todos esos esforzados y atareados médicos, abogados, dentistas, hombres de negocios y granjeros, la mera idea de tener un mayordomo era algo tan exótico como lo hubiera sido disponer de un esclavo negro.
—¿No deberías estar ahora en clase? —preguntó la señorita Pym al recordar que la quietud que reinaba en los luminosos pasillos anunciaba a voz en grito que la actividad en esos momentos debía tener lugar en otro sitio y no allí—. Imagino que si os levantáis a las cinco y media de la mañana será porque tenéis trabajo antes del desayuno.
—Ah, sí. Durante los meses de verano tenemos dos periodos antes del desayuno, uno activo y otro pasivo. Prácticas de tenis y quinesiología o similar.
—¿Qué es la quine-lo-que-sea?
—¿Quinesiología?
La señorita Nash sopesó por un instante el mejor modo de instruir a la ignorante y respondió con un ejemplo práctico: «Tiene que coger una jarra de agua por su asa del estante más alto: describa los movimientos musculares implicados en tal movimiento». El asentimiento de la señorita Pym hizo evidente que lo había entendido.
—Sin embargo, en invierno tenemos el mismo horario que cualquier otra escuela y nos levantamos a las siete y media. En cuanto a este periodo del día en concreto, normalmente se emplea en la obtención de certificados externos: Salud Pública, Cruz Roja, etcétera. Pero una vez los hemos obtenido, podemos emplear el tiempo en estudiar para los exámenes finales que empiezan la próxima semana. No tenemos mucho tiempo, así que estas horas nos vienen muy bien.
—¿No tenéis tiempo libre después de la hora del té?
La señorita Nash sonrió divertida.
—Oh, no. Por las tardes, de cuatro a seis, tenemos práctica clínica con pacientes externos, ¿sabe? Vemos de todo, desde pies planos hasta huesos rotos. Y desde las seis y media hasta las ocho tenemos clase de danza. Ballet clásico, no folclórico. El baile folclórico es por las mañanas. Y se valora como ejercicio físico, no artístico. Más tarde, la cena no termina antes de las ocho y media, de modo que cuando tendríamos tiempo para estudiar ya estamos agotadas y el final del día se convierte en una batalla entre el sueño y la ignorancia.
Al dar la vuelta a la esquina del pasillo en dirección a las escaleras, prácticamente se precipitó sobre ellas una figura menuda y huidiza que corría cargada con la cabeza y el tórax de un esqueleto sujeta bajo un brazo y la pelvis y las piernas bajo el otro.
—¿Qué estás haciendo con George, Morris? —preguntó Nash, parándose frente a la joven.
—¡Ay, por favor no me hagas perder tiempo, Beau! —jadeó sobresaltada la muchacha sujetando fuertemente la grotesca carga que portaba contra su cadera derecha mientras hacía ademán de seguir corriendo hacia las escaleras—. Y por favor olvida que me has visto, ¿quieres? Quiero decir, que has visto a George. Pensaba levantarme temprano y devolverlo a su sitio antes de que sonara la campana de las cinco y media pero me quedé dormida, así de sencillo...
—¿Has estado despierta toda la noche con George?
—No, solamente hasta las dos. Yo...
—¿Y cómo te las apañaste para ocultar las luces de tu cuarto?
—Cubrí la ventana de la habitación con mi manta de viaje, por supuesto —respondió la muchacha con el tono en que se dicen las cosas que resultan obvias.
—¡El decorado ideal para una noche de junio!
—Ha sido terrible —continuó Morris—. Pero, de veras, es la única forma que se me ocurre de conseguir empollar las inserciones, así que, por favor, Beau, simplemente olvida que me has visto. Lo habré devuelto antes de que las profes bajen a desayunar.
—Sabes que no lo harás. Y que acabarán descubriéndote.
—Ay, por favor, no trates de desanimarme. Ya tengo bastante preocupación encima. Ni siquiera recuerdo cómo se vuelven a encajar las dos mitades de George.
Siguió caminando escaleras abajo, delante de ellas, y desapareció en dirección a la fachada principal del edificio.
—Realmente empieza a parecer que estamos al otro lado del espejo —comentó la señorita Pym, viendo cómo la muchacha se alejaba—. Siempre he pensado que las inserciones tenían más que ver con las agujas.
—¿Inserciones? Se refiere al punto exacto en que el hueso se une al músculo. Es mucho más fácil de entender con el esqueleto delante que con las ilustraciones de un libro. Por eso Morris ha secuestrado a George. —Y soltó una risita indulgente—. Algo descaradamente audaz, viniendo de ella. Yo misma he llegado a robar algunos huesos cuando estaba en primero, pero jamás se me pasó por la cabeza la idea de llevarme a George. Es la nube más negra que amenaza la vida de las de primer curso, ¿sabe? El examen final de anatomía. Se supone que has de saberlo todo sobre el cuerpo humano antes de comenzar a ejercitarlo. Por eso es un examen de primer curso, a diferencia de otros finales. Los aseos están por aquí. Los domingos, cuando yo estaba en primero, los setos que bordean el campo de críquet estaban repletos de estudiantes escondidas y abrazadas a su ejemplar de Gray.6 Está terminantemente prohibido sacar los libros de la escuela y el domingo es el día en que se supone que hemos de socializar, tomar el té e ir a la iglesia o a pasear por el campo. Pero ninguna alumna de primero hace otra cosa durante el periodo de verano que no sea buscar un lugar tranquilo para poder estar a solas con su Gray. No es nada fácil sacar del colegio un tomo de ese calibre. ¿Lo conoce? Es aproximadamente del tamaño de esas viejas biblias familiares que reposan indefinidamente sobre la mesa de la sala de estar en cualquier casa. De hecho, llegó a extenderse el rumor de que la mitad de las alumnas de Leys estaban embarazadas, aunque finalmente resultó que todo se debió a la extraña silueta de las chicas paseándose con ese librazo bajo la ropa de los domingos.
La señorita Nash se inclinó ante los grifos y comenzó a abrirlos para llenar la bañera, produciendo un gran estruendo.
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