La señorita Pym dispone. Josephine Tey
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Название: La señorita Pym dispone

Автор: Josephine Tey

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918339

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СКАЧАТЬ tan bien tras ese baño con jabón. Le había salvado la vida. Y ahora, ¿dónde estaba el cinturón de su albornoz? ¿Sería capaz de olvidar la dulce señorita Pym todas sus meteduras de pata y aceptar que también ella era una joven sensible y una mujer adulta y civilizada? Además, todas estaban tan ilusionadas con la perspectiva de tomar el té en su compañía al día siguiente...

      A toda prisa, las dos estudiantes se marcharon finalmente, dejando de nuevo a la señorita Pym con la única compañía de la moribunda vibración del gong y del borboteante sonido del agua bajando por el desagüe.

      ________

      4 Del sueco, «señorita».

      5 Émile Coué (1857-1926). Psicólogo francés que fundó la Escuela de Psicología Aplicada de Lorena e introdujo en psicoterapia el método de autosugestión consciente.

      6 El clásico manual de anatomía de Henry Gray (1858), de referencia toda-vía para los actuales estudiantes de medicina.

      3

      Alas 2.41 de la tarde, cuando el tren rápido con destino Londres abandonaba la estación de Larborough con absoluta puntualidad, la señorita Pym estaba sentada sobre el césped a la sombra de un cedro preguntándose si no se habría equivocado al quedarse finalmente, aunque sin darle demasiada importancia al asunto. Se estaba muy bien en el jardín iluminado por el sol. Además reinaban el silencio y la tranquilidad pues, al parecer, las tardes de los sábados había partido y toda la escuela había acudido en masse al campo de críquet para asistir al encuentro contra el equipo de Coombe, un colegio rival del otro extremo del país. A falta de otra cosa, desde luego estas chicas eran terriblemente versátiles. Pasar de estudiar los fluidos estomacales al campo de críquet no debía de ser precisamente fácil, pero ellas parecían afrontarlo como un juego de niños.

      Henrietta había ido a verla a su dormitorio después del desayuno para insistir una vez más y tratar de convencerla de que se quedase a pasar el fin de semana. «Estas chicas forman un grupo de lo más variopinto y verlas trabajar siempre es interesante». Y Henrietta tenía razón. No había pasado un minuto desde su llegada en que no hubiera sido testigo de alguna nueva faceta de su existencia tras aquellos muros. Se había sentado a la mesa en compañía del personal de la escuela, había degustado alimentos difíciles de identificar pero que sin duda formaban parte de una dieta equilibrada y había llegado a conocer superficialmente a algunos de los miembros del claustro. Henrietta presidía la mesa en soledad y deglutía su comida en un ensimismado silencio. La señorita Lux, sin embargo, era bastante habladora. La señorita Lux —angulosa, franca e inteligente— impartía teoría y, en tanto que experta en la materia, no solo exponía ideas sino también contundentes opiniones. A la señorita Wragg, instructora de gimnasia de las alumnas más jóvenes —joven, fuerte, robusta y de mejillas sonrosadas—, no se la veía con idea de nada en concreto y sus únicas opiniones eran las que escuchaba de labios de madame Lefevre. Madame Lefevre, la profesora de ballet, no hablaba mucho pero cuando lo hacía era en un tono suave como el terciopelo y nadie la interrumpía. Al otro extremo de la mesa, sentada junto a su madre, estaba fröken Gustavson, la instructora de gimnasia de último curso, que parecía no tener nada que decir.

      Fue precisamente la fröken Gustavson quien atrajo las miradas de Lucy durante aquella comida. Los ojos azul pálido de la sueca eran divertidos y maliciosos, y la señorita Pym los encontró irresistibles. La corpulenta señorita Hodge, la inteligente señorita Lux, la simplona señorita Wragg, la elegante madame Lefevre, ¿qué pensaría de todas ellas aquel esbelto y pálido enigma procedente de Suecia?

      Y ahora, tras pasarse la comida divagando mentalmente sobre la joven sueca, esperaba expectante la llegada de una sudamericana. «A Desterro no le gustan los deportes», le había dicho Henrietta, «de modo que le diré que te haga compañía esta tarde». Lucy no deseaba compañía alguna —estaba acostumbrada a estar sola y eso le gustaba— pero la mera idea de una mujer sudamericana en una escuela inglesa especializada en educación física despertó su curiosidad. Y cuando Nash se acercó corriendo hacia ella después de comer y le dijo: «Me temo que esta tarde se quedará usted sola si no le gusta el críquet», otra muchacha de último curso que pasaba a toda prisa le dijo: «No te preocupes, Beau, Bollito de Nuez cuidará de ella». «Ah, bien», había sido la respuesta de Beau, al parecer tan acostumbrada al apodo que parecía haber perdido todo significado.

      Lucy, sin embargo, esperaba ahora ansiosa la llegada de aquel bollito y, sentada plácidamente bajo la luz del sol mientras digería las maravillas dietéticas del menú del día, reflexionó sobre aquel mote. ¿Acaso las nueces eran originarias de Brasil? Y en cualquier caso, ¿por qué ese nombre?

      Una alumna de primero pasó a toda velocidad en dirección al cobertizo de las bicicletas y se volvió hacia ella dedicándole una sonrisa, entonces recordó que la había conocido esa misma mañana en el pasillo.

      —¿Conseguiste devolver a George sano y salvo? —le preguntó.

      —Sí, muchas gracias —sonrió la menuda señorita Morris, deteniéndose un instante sobre una de las puntas de sus pies como quien va a ejecutar un paso de baile—, pero ahora creo que estoy metida en otro lío. Verá, la señorita Lux entró en el aula justo cuando estaba colocando a George de nuevo en su sitio. Digamos que por poco me pilla con las manos en la masa y no creo que sea capaz de inventarme una buena explicación para salir indemne de algo así.

      —La vida es difícil —asintió Lucy.

      —Al menos ahora creo haberme aprendido las inserciones de una vez por todas —gritó la señorita Morris, alejándose de nuevo a toda prisa por el jardín.

      Buena chica, pensó la señorita Pym. Buenas, honestas y sanas muchachas. Qué agradable era ese lugar. Aquella mancha oscura que se dibujaba en el horizonte era neblina contaminante en Larborough. Y sobre Londres habría sin duda otra mucho mayor. Desde luego era mucho mejor estar allí sentada bajo los cálidos rayos del sol, respirando el aire puro y el embriagador aroma de las rosas y disfrutando de las amables sonrisas de aquellas hermosas y jóvenes criaturas. Se estiró un poquito y le dio el visto bueno a la robusta mole georgiana de la casa rectoral bajo aquella luz casi vespertina; la única pega que tenía eran esas alas de construcción añadidas más recientemente con fachada de ladrillo. Aunque para ser edificios modernos tampoco estaban tan mal. En la parte antigua había aulas encantadoramente espaciosas y pulcros dormitorios modernos en las mencionadas alas de construcción más reciente. Un equilibrio ideal. Y por supuesto, la horrible mole del gimnasio permanecía debidamente oculta tras todo ello. Antes de marcharse el lunes no quería perderse la gimnasia de las chicas de último curso. En ello encontraría un doble placer. El placer de observar a expertas entrenadas para alcanzar la perfección y el inefable deleite de saber que jamás en su vida tendría que volver a trepar por las espalderas.

      Al mirar hacia el extremo del edificio vio aparecer una figura ataviada con un vestido de seda floreado y una sencilla pamela. Su porte era esbelto y gracioso y, viendo cómo la joven se acercaba Lucy se dio cuenta de que inconscientemente la había imaginado algo rechoncha y de más edad. También entendió de dónde venía aquello del Bollito de Nuez, y no pudo evitar sonreír. La austera indumentaria de las jóvenes estudiantes de Leys no era precisamente colorista, mucho menos aún tan sugerente y ajustada como aquel vestido estampado. Y desde luego sus sombreros no eran ni remotamente parecidos a esa pamela.

      —Buenas tardes, señorita Pym. Soy Teresa Desterro. Siento haberme perdido su conferencia la otra noche pero tenía que dar una clase en Larborough.

      Desterro se quitó el sombrero con estudiada gracia y lentitud y se dejó caer en la hierba junto a Lucy con un único y suave movimiento. Todo en ella era delicado y natural: su voz, la lenta СКАЧАТЬ