Название: La comunidad sublevada
Автор: José Bengoa
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9789563249156
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Oías los consejos, los ojos en el profesor Había tanto sol sobre las cabezas Y no fue tan verdad porque esos juegos al final Terminaron para otros con laureles y futuros Y dejaron a mis amigos pateando piedras
Únanse al baile De los que sobran Nadie nos va a echar de más Nadie nos quiso ayudar de verdad
¡Hey!, conozco unos cuentos Sobre el futuro ¡Hey!, el tiempo en que los aprendí Fue más seguro
El ascetismo como fuente de integración es por definición una promesa incumplida e incumplible. Es una promesa religiosa (“El valle de lágrimas”) que se deshace ante el fenómeno secularizador y/o el incumplimiento secular que deshace su carácter religioso.
La promesa de la subordinación ascética moderna es brutal porque es mentirosa, y los publicistas lo saben muy bien. “Si te portas bien puedes ser feliz”. Y ser feliz consiste en consumir fundamentalmente. La felicidad del mall. Adquirir todo tipo de instrumentos y artefactos de la modernidad. El fetichismo del cual se habló hace tantos años. Teléfonos celulares que se los utiliza en forma casi permanente, para quizá no sentirse solos o solas, para saber cosas inútiles; en fin, para estar allí conectado con la nada misma. Pero en ese consumo perpetuo se organiza la sociedad de la posmodernidad de la cual estamos hablando.
La promesa del propio general Pinochet la noche en que ganó el referéndum de la Constitución del 80 fue “pan y baratijas”: televisores, bicicletas, automóvil, etc., esto es, “consumo”. El consumo desatado se transformó en el centro cultural de integración de la sociedad, tanto en su sentido de comprar como (¡cuidado que es el mismo síndrome!) en el de asaltar y robar. Porque se asalta para adquirir automóviles, teléfonos celulares, y muy pocas cosas más. No se asalta una casa para robar libros, por ejemplo, que no están valorados en el ámbito del consumo utilitario y prestigioso. Hemos visto casos de niños chicos, jóvenes de pocos años que roban un auto, salen a pasear, graban un video para sus amigos, y luego dejan el vehículo botado en un lugar lejano. Son las locuras a las que conduce este modo de entender la sociabilidad, la promesa de felicidad.
Por cierto que en un momento dado se rompe el círculo de la subordinación ascética y sobre todo los jóvenes que entonan ese himno acá transcrito comienzan a gritar y surge el enojo, las ganas de incendiar justamente todo aquello que se dijo y se les dijo que era lo que había que cuidar. Ya no se cree en la promesa y mucho menos en quienes se encargaron de contar esos cuentos: “Y no fue verdad”.
Hablar mal contra los políticos es gratis en Chile. Me dicen que en otros países es igualmente gratuito. Esto significa que no tiene costo. Todos los que escuchan suelen estar de acuerdo en que los políticos son una casta despreciable. Sin embargo, en las pasadas elecciones generales fueron varios miles de personas, hombres, mujeres, indígenas, etc. que se presentaron ya sea a gobernadores, alcaldes, concejales, constituyentes, en fin, a todos cargos de carácter político; es decir, cargos públicos pagados por el Estado. Esos miles, podría decirse, querían corromperse, lo que es poco serio y falso. A los políticos se los critica —es la hipótesis que planteamos— por ser los predicadores de la gran mentira social de estos tiempos, de la subordinación ascética; esto es, de lo que en el himno de Los Prisioneros era en esos días ochenteros el profesor, en que los estudiantes de San Miguel, barrio donde surgen estas ideas, ponían los ojos.
Complicado asunto sobre todo cuando para quienes tenemos un poco más de años recordamos durante la dictadura militar chilena los martes del almirante José Toribio Merino, quien, con su voz aguardentosa, se refería a los señores políticos como humanoides y los denigraba ante la mirada risueña y boba de todo el país. También el general se refería en forma constante a los señores políticos, lo que no daba tanta risa sino temor. Su voz en este caso no era producto de los whiskies o aguardiente del almirante, sino del mando cuartelero y autoritario.46
Esas prédicas de casi veinte años penetraron en la ciudadanía construyendo un monstruo denominado “clase política”. Como es bien sabido, de clase aquello no tiene nada. Es un conjunto de gente que ocupa los más diversos espacios, que piensa del modo más diferente y que hace todo tipo de negocios, algunos legales y de bien público y otros ilegales y de aprovechamiento supremo. Estos últimos, por cierto, se han transformado en los símbolos que se sacan en forma permanente como ejemplos de la corrupción de la “clase política”.
Lo que pareciera, a nuestro modo de ver, central es que el conjunto de quienes se destacaron en la función pública en este período, esto es desde 1990 a la fecha, estuvieron de una u otra manera de acuerdo con la prédica de la subordinación ascética. Ninguno llamó a la insubordinación por ejemplo, salvo algunos sectores no sistémicos como fue el primer período del Partido Comunista en la dirección de Gladys Marín, quien por ello es recordada con positiva devoción. Los demás, desde la derecha hasta el socialismo democrático, llamaron a estudiar, a trabajar, a aceptar las reglas del juego y de ese modo poder llegar a una buena integración de la sociedad, a poder tener bienes durables importantes (créditos hipotecarios para obtener una casa, departamento... Tarjetas de crédito para obtener bienes prestigiosos y deseados como automóvil, computador, etc.). Llamaron a ahorrar, a pagarse los estudios con el desacreditado crédito con aval del Estado (CAE). En fin, llamaron al ascetismo laico, al comportamiento de ahorrar, trabajar; en fin, sacrificarse ahora para gozar mañana, que es la clave central del ascetismo.
Cuando se percibe socialmente, colectivamente, que esa promesa es falsa, se producen grandes rebeliones, a veces saqueos de rabia, y un descrédito completo de quienes fueron los predicadores o se cree que fueron de estos llamados a la subordinación ascética. Las insubordinaciones del ascetismo han sido siempre de enorme violencia. Los campesinos queman las casas patronales, en Europa, los castillos, las cosechas y no pocas veces matan a los que aparecen poderosos; en fin, no son los movimientos sociales relativamente ordenados de los obreros proletarios. Estos predican la huelga general, lo que, frente a estas sublevaciones, es de una extrema racionalidad.47
Abuso en el trabajo (positivo y negativo)
Por cierto que continúa el trabajo siendo la primera acepción del abuso. La separación entre trabajo alienado y abuso no es radical. El trabajo sigue siendo, como es de toda evidencia, fuente general de los ingresos y fuente, sobre todo, de la sociabilidad. Sin embargo, es necesario hacer las distinciones adecuadas entre el concepto de trabajo de las sociedades industriales y el de abuso en las sociedades del capitalismo tardío. Son fragmentos, memorias, tradiciones también de la antigua sociedad industrial que se mantienen como referentes, aunque sin ya la capacidad movilizadora de antaño.
En el trabajo positivo, esto es, de quienes tienen ocupación, surge el sentimiento de que el trabajo que se tiene no cumple con las expectativas laborales del mundo contemporáneo.
Por ejemplo, nadie es capaz de meterse a un socavón minero del carbón si no es por hambre extrema. En una larga entrevista que realizamos hace unos años a un ex minero de la mina de Lota, nos explicaba que había entrado a la mina desde niño y por el prestigio que significaba introducirse a las galerías más escondidas y peligrosas. Así se hacía minero, decía. Ese prestigio se reproducía adentro de la mina y también fuera de ella, en que era aceptado como “un hombre” por la comunidad. Pero ese contexto cambió radicalmente. Ya no tiene el mismo valor el “ser hombre”, el ser minero y hay muchas otras alternativas laborales. Cambió, como se ha dicho, la concepción del cuerpo, de la salud (la silicosis es bien conocida y no aceptada). Si alguien fuese obligado a ingresar en esas condiciones a las minas se consideraría como un abuso.48
El abuso por el trabajo mal remunerado es quizá el más tradicional y mucho más cerca de la noción de alienación de la fase de capitalismo industrial.
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