El desafío de la cultura moderna: Música, educación y escena en la Valencia republicana 1931-1939. AAVV
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СКАЧАТЬ estudiante de izquierda le pasaba lo mismo que al artista joven que decía Sender (1932): se fue politizando, especialmente desde la llegada de Hitler al poder. La historia de la FUE así lo muestra. Nació contra Primo de Rivera en el curso 1926-27, se inspiraba en el humanismo de la ILE, se definió como organización estudiantil profesional, apolítica y aconfesional para defender la democratización de la Universidad, el progreso y la cultura, pero desde el primer día quedó como organización que agrupaba a los estudiantes de izquierda y como asociación alternativa a las confesionales. Con la marea ascendente del fascismo, la llegada de Hitler al poder, la reacción de la derecha católica española en el Gobierno radical y radical-cedista, la revolución de octubre del 34 y la represión subsiguiente, la FUE se radicalizó y devino «antifascista». A principios de 1934 nació Frente Universitario, portavoz de una organización (BEOR) cada vez más influyente en la FUE. Mientras, muchos de sus miembros se afiliaban a las Juventudes Socialistas y a la Unión de Juventudes Comunistas, y desde la fusión de estas en marzo de 1936, fueron militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) (Mancebo, 1988: 54).

      Con la guerra, la mayor parte de los estudiantes y los profesores jóvenes se presentaron voluntarios o fueron movilizados. Con todo, y pese a tan importante ausencia, como se ha indicado, hubo determinación y empeño de los gobiernos republicanos por mantener la institución en funcionamiento: prestando servicio en el aula, el hospital, el laboratorio o la salvaguarda del patrimonio. A ello se añadía la división territorial de España que comportaba el conflicto, con universidades en la zona leal y otras en la que controlaban los sublevados. Las autoridades republicanas reorganizaron el mapa universitario: la Universidad de Madrid, con sus instalaciones en la misma línea del frente, fue parcialmente trasladada a Valencia, aunque en Madrid quedaron la Facultad de Medicina completa y otras cátedras necesarias para las atenciones sanitarias; la de Murcia fue cerrada, sus instalaciones se habilitaron como hospital militar y cuartel de las Brigadas Internacionales, y sus profesores agregados a Valencia, como también fue el caso de otros que pertenecían a universidades de la zona franquista y se hallaban en la republicana cuando estalló la guerra, o se pasaron; en total, se incorporaron 37 profesores, de los que 24 eran catedráticos, entre los que cabe citar a Arturo Duperier en Ciencias o José Gaos en Letras. También se incorporó a Valencia personal de servicios como bibliotecarios, como fue el caso de María Moliner. En resumen, el mapa universitario republicano lo conformaban Valencia, sobredimensionada (al agregársele Murcia, parte de Madrid y catedráticos sueltos de otras universidades), Madrid (disminuida) y la Autónoma de Barcelona.

      Todas las actividades académicas se llevaron a cabo con los profesores que permanecieron leales a la República. La depuración republicana empezó con el ministro Francisco Barnés, de Izquierda Republicana, que el 21 de julio de 1936 cesó a todos los funcionarios que habían participado en el golpe militar. A partir de agosto empezaron a aparecer las listas de cesados. Eran destacados conspiradores –Sainz Rodríguez, Enrique Suñer, etc.– o personas halagadas por los franquistas que firmaron manifiestos contra la República y a favor del sanguinario golpe de Estado (como hizo el contradictorio Unamuno, que aquel verano se dedicó a desafiar con bravuconadas a las autoridades republicanas). Con todo, no fue hasta el ministerio del comunista Jesús Hernández, del Gabinete Largo Caballero, cuando se asentó la depuración republicana. El decreto de 27 de septiembre de 1936 establecía el sistema para todos los funcionarios: quedaban en suspensión de sus derechos y se les obligaba a presentar una instancia con un cuestionario sobre sus actividades políticas en el plazo de dos meses (los que estaban en zona rebelde lo harían el mes después de ocuparla la República). Cada ministerio resolvería sobre sus funcionarios, pudiendo sancionar de tres formas: separándolos del servicio, jubilándolos forzosamente y declarándolos disponibles gubernativos (con pérdida de la tercera parte del sueldo) a la espera de un destino por determinar. La medida se tomaba a tenor de «las circunstancias» para «mantener el espíritu de este momento». En este aspecto conviene hacer notar la diferencia de la depuración franquista, que tenía «voluntad permanente». Más tarde, en agosto de 1937, en previsión del inicio del curso 1937-38, se requirió que los funcionarios se presentasen a sus puestos. A los que no se presentaron –por estar en el extranjero usualmente u ocultos– en los plazos previstos, se les aplicó el artículo 171 de la Ley Moyano de 1857, que preveía el cese del funcionario. Esta medida afectó a veinte profesores, muchos de ellos la flor y nata de la intelectualidad española –Ortega y Gasset, Américo Castro, Sánchez Albornoz, Blas Cabrera, José A. Zubiri, etc.–, que se hallaban en el exilio. Se trataba de profesores que habían huido al extranjero, muchos de ellos destacados republicanos que siguieron en el exilio después de acabar la guerra y fueron depurados por los franquistas. A estas huidas, se añadieron otras en 1938, como es el caso de los profesores José Gaos y Medina Echeverría. El miedo y el instinto de conservación pesaban. El historiador Sánchez Albornoz, republicano moderado pero comprometido, presidente más tarde de la República en el exilio, era embajador en Lisboa cuando estalló la guerra. Allí estuvo hasta la ruptura con Portugal. Acosada la legación diplomática por el Gobierno de Salazar, temía ser deportado y entregado a los militares sublevados, como hicieron con muchos españoles. En estas circunstancias huyó a Francia, víctima del pánico. Luego, en 1937, Sánchez Albornoz atravesó la frontera de la España en guerra y se entrevistó con Azaña, correligionario político del medievalista. El presidente le reprochó el comportamiento: «¡Republicanos para ser ministros y embajadores en tiempos de paz; republicanos para emigrar cuando hay guerra!». El profesor aceptó la crítica: «Es verdad, no he sido un héroe» (Cabeza, 1992). Quienes no hemos afrontado el peligro de represión y muerte no debemos juzgar a estas personas.

      Los catedráticos sancionados por la República fueron, en total, 155, de los cuales 109 serían separados definitivamente de sus puestos; la depuración franquista afectó a 193 catedráticos, de los que 140 fueron separados definitivamente. En la Universitat de València la depuración republicana afectó a 22 catedráticos y 16 auxiliares, en total 38 profesores (dos tercios separados definitivamente), lo que supone casi la mitad de la plantilla. La depuración franquista en esta Universidad, contando catedráticos y auxiliares, afectó a 13 y 6 respectivamente.

      Estos elevados datos de depuración republicana o franquista, en Valencia o en España, perturban a quien parta del supuesto erróneo de considerar que los profesores universitarios estaban volcados con la causa republicana. La realidad era distinta: los profesores, como la misma sociedad, estaban ideológicamente divididos, polarizados. Desde mucho antes habían mostrado trayectorias ideológicas plurales: nunca faltaron liberales, republicanos o algunos socialistas, abiertos a la modernidad y a la utopía republicana que cautivó a una parte, pero nunca faltaron tampoco profesores de la derecha católica y algunos fascistas que defendían los valores católicos, tradicionales y hostiles al pensamiento laico y liberal (Baldó, 2011).

      LOS ESTUDIOS

      Con la guerra, que moviliza a los estudiantes y a los profesores jóvenes, se abre una dinámica nueva en la Universidad: las actividades ordinarias –la docencia y la investigación– se vieron modificadas y fueron capturadas por las emergencias del momento. Por cuanto a la docencia se refiere, durante el curso 1936-37, en un primer momento, mientras se esperaba una pronta resolución del conflicto, se suspendieron las clases. Sin embargo, pronto fue menester hacer mudanza, al convertirse el golpe de Estado en guerra civil. La Universidad, con la mayor parte de sus estudiantes movilizados, se planteó desde СКАЧАТЬ