3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas. Adela Zamudio
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Название: 3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas

Автор: Adela Zamudio

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: 3 Libros para Conocer

isbn: 9783985944521

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СКАЧАТЬ de su boca, y son más fecundas en filosofía que fecunda es la blanquísima espuma, que crece, y crece, y crece, eternamente tras el continuo batir y restregar.

      Es esto lo que tía Clara no comprenderá jamás, y lo que yo he descubierto desde hace ya mucho tiempo. Gregoria es la sabiduría sencilla y sin complicaciones. Bajo la maraña de su pelo lanudo se esconde, como en el misterio del brillante negro, la chispa clarísima del más agudo ingenio. Gregoria posee además la facultad de expresarlo, porque domina a maravilla el arte rarísimo de la conversación. Tan sobria es en palabras superfluas, como rica en ideas y en mímica expresiva. La mímica de Gregoria, tiene sutilezas y matices a donde no podrá llegar jamás la palabra. Hay veces que son miradas misteriosas y largas como los hondos secretos de la naturaleza; otras un súbito relampagueo de pupilas que imita el asombro de las grandes sorpresas; tiene guiños epigramáticos; caídas de párpado que son paréntesis; silencios repentinos que resultan epílogos muy elocuentes; carcajadas que describen en sus notas como la música wagneriana todos los sentimientos y las pasiones que puedan agitarse dentro del alma humana. A veces, en obsequio a la reserva y discreción que exigen ciertos temas delicados, lo que empezó frase acaba en mímica. El silencio parece entonces presidir la escena; en la batea, momentáneamente abandonada, chisporrotea imperceptible la espuma de jabón, las expresivas manos, vuelan y revuelan rápidas o lentas por las cercanías del rostro y los tres juntos realizan prodigios descriptivos.

      Naturalmente, después de haber saboreado toda la gama de colores que atesora en su paleta la conversación de Gregoria, el oír hablar a las personas bien educadas como son verbigracia, Abuelita y tía Clara, resulta muy insípido y sumamente desteñido. Y es que Gregoria maneja con el supremo buen gusto toda la serie de movimientos o ademanes que a falta de intérpretes inteligentes, la buena educación en su cordura, ha decidido vedar y prohibir completamente.

      Y es así, en mis largas pláticas con Gregoria, como he llegado a conocer dos cosas a la vez: por un lado muchos ocultos repliegues del alma humana y por otro lado, todas aquellas intimidades de mi familia, que Abuelita y tía Clara tienen gran cuidado de no referir jamás delante de mí, y que por lo tanto son las únicas que me interesan.

      Sí; por Gregoria he sabido muchas cosas. He sabido que tío Eduardo fue siempre egoísta, mezquino y ordenado, todo a la vez; que cuando pequeño escondía siempre sus juguetes y jugaba con los de tío Enrique, o sea, que durante su infancia hizo siempre con los juguetes de tío Enrique, lo mismo que ha hecho ahora en su edad madura con las tres cuartas partes de San Nicolás que me pertenecían a mí, y que se ha cogido de un todo para él; por Gregoria he sabido que tío Enrique desdeñaba todos sus juguetes, razón por la cual se los dejaba a tío Eduardo muy contento, puesto que él prefería mil veces, subirse a las matas para atisbar la vida ajena, y para tirar piedras y frutas verdes a los corrales vecinos; por Gregoria he sabido, y en esto actuó muchísimo la mímica, que mi Abuelo Aguirre, aunque de costumbres pacíficas y ordenadas «se alborotó» ya viejo, con cierta bailarina francesa, cosa que tuvo por resultado el que su cama, bajo la orden y dirección de Abuelita, saliese de su cuarto, atravesase bélicamente el comedor, como atravesaron los israelitas el Mar Rojo, para venir a aposentarse aquí, en el segundo patio, en donde se halla ahora este mi cuarto y que mientras duró dicha mudanza o anomalía, ella no se dignaba contestar nunca cuando él la llamaba o dirigía la palabra; por Gregoria he sabido que tío Enrique cuando regresó de Europa, ya grande, solía enamorarse de cuantas sirvientas pasables hubiera en la casa, lo cual hizo que Abuelita escogiese en adelante para su servidumbre todos aquellos rostros femeninos en donde la naturaleza hubiese acumulado el mayor número posible de disparates y desórdenes: por Gregoria he sabido que María Antonia, la antipatiquísima mujer de tío Eduardo, es de un origen muy oscuro, por no decir muy negro; que fue tío Pancho Alonso, quien, una vez que le dio por coleccionar genealogías, averiguó en un dos por tres la de María Antonia, y resultó ser tan accidentada y tortuosa, que desde entonces María Antonia abomina a tío Panchito, como al más vil e intruso de los delatores; por Gregoria he sabido, que Mamá tenía un carácter dulce y alegre al mismo tiempo, mientras que el de tía Clara, aunque de exterior apacible era intensamente apasionado, razón por la cual su vida había sido una vida tan dolorosa y tan triste; y, finalmente por Gregoria he sabido cómo tía Clara, siendo muy joven, se enamoró perdidamente de aquel novio suyo que yo recuerdo entre sueños cuando me dada dulces y me hacía gallitos con pedazos de papel; cómo de repente, después de muchísimos años de noviazgo, se averiguó que él andaba detrás de otra mucho más joven y bonita; cómo algún tiempo después no volvió más a sus diarias visitas, y cómo un día, tras el llorar infinito y amarguísimo de tía Clara, él acabó por fin casándose con la otra…

      —Desde entonces —añade Gregoria, sacando las negrísimas manos de la blanquísima espuma, y escogiendo entre su repertorio las más sentimentales expresiones—, desde entonces ¡se acabó la Niña Clara! ¡Ya no volvió a salir más, se metió en la iglesia, y empezó a ponerse delgada y pálida, pálida como está ahora, que más que la Niña Clara de antes, parece la pobre un mismo cirio, de esos que llevan el jueves santo en las procesiones!…

      Y con semejante frase, terminó Gregoria una de sus largas disertaciones acerca de tía Clara, ayer a cosa de las once y media de la mañana.

      Ahora bien, como soy tan aficionada a metáforas o símbolos, y como para desarrollar un tema apropiado tengo esta elegancia y esta fecundidad que ya desearía tener cualquiera de esos admirables poetas llamados simbolistas u orfebres, es claro, al oír que Gregoria esbozaba el símbolo del cirio, no quise perder la ocasión de desarrollar un tema tan adecuado, y así, mientras ella volvía en silencio a su trabajo, yo me hundía en el terreno de las afinidades psicológicas, y acostada siempre en el baúl, y mirando a lo lejos la montaña, me puse a comentar el caso diciéndome a mí misma llena de la más dulce melancolía:

      —Sí; pobre tía Clara, sí… Eres el cirio votivo, cuyo fuego idealista va consumiendo, consumiendo tu propia vida; y tu vida, es la luz mística y perseverante que olvidada de todos, arde en la sombra, bajo el silencio y bajo la soledad de los altares. A nadie alumbró nunca esa luz tuya, y el día en que te apagues no dejarás a tu alrededor ni oscuridades, ni fríos de tristeza porque sólo has sido fuego lírico de sacrificio, porque en el lento consumirse de tu vida, ni fuiste jamás lumbre en el hogar, ni serás nunca luz para el camino…

      Así andaban más o menos mis poéticas consideraciones, y así hubieran andado muchísimo tiempo más, si no fuera porque, de pronto, se abrió bruscamente la puerta del corral y como al conjuro de algún encantamiento apareció en ella la cabeza de tía Clara; pero no en aquella actitud macilenta, propia de los cirios, no, sino agitadísima, encendidos los ojos y un tanto molesta, que decía encarándose conmigo:

      —¡Mira, María Eugenia, si en lugar de estar en el corral a puerta cerrada, ensuciando con tu cabeza la ropa que nos vamos a poner, estuvieras «donde te corresponde», no sería menester llamarte a gritos por toda la casa, exactamente lo mismo que a Chispita, cuando le da por esconderse debajo de algún mueble. Hace ya más de media hora que, sin acordarme de tu dichosa manía por el corral, ando loca detrás de ti registrando la casa entera: ¡te llaman por teléfono!

      —¡¡Eureka!! —exclamé, por ser ésta, aunque un poco pretenciosa, la única interjección a que me ha dejado reducida Abuelita—. ¡Eureka! y ¡eureka! ¿Quién podrá ser y para qué me querrán?

      Y levantándome en un salto de encima del baúl, atravesé como corriente de aire por patios y puertas, hasta llegar al teléfono y pronunciar la mágica palabra:

      —¿Quién es?

      Y era la mil veces bendita Mercedes Galindo, que me llamaba para invitarme a que fuese en la noche a comer con ella. Tío Pancho haría las veces de acompañante o chaperon, vendría a buscarme y volvería a traerme, ya estaba convenido. Mercedes añadió:

      —… y quiero que a la noche estés СКАЧАТЬ