3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas. Adela Zamudio
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу 3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas - Adela Zamudio страница 29

Название: 3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas

Автор: Adela Zamudio

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: 3 Libros para Conocer

isbn: 9783985944521

isbn:

СКАЧАТЬ de Mercedes, corrí inmediatamente a ocultarme en la penumbra del saloncito vecino, desde el cual, sin ser vista, podía dominar todo el salón. Una vez escondida allí, con el objeto de tener mayor éxito, resolví hacerme desear unos cuantos minutos, y así, mientras aguardaba envuelta en la penumbra, pude observar los pormenores de aquel interesante encuentro.

      En efecto, no bien apareció Mercedes a contraluz en el umbral de la puerta, Abuelita se puso majestuosamente de pie, salió a su encuentro, la aguardó un segundo en el centro del salón, bajo la araña, y, allí, sonreída, tal cual si nada hubiese ocurrido nunca entre ellas, borró de un trazo firme todo el pasado, al abrazarla diciendo con una elegancia digna de Fray Luis de León:

      —¡Siempre tan linda, Mercedes!

      Y Abuelita decía la pura verdad.

      Yo, en plena sombra, contemplando la figura de Mercedes, gentil y radiante, como la de una reina, me hallaba petrificada de admiración. ¡Ah! ¡es que estaba elegantísima! Tenía un vestido de terciopelo negro, hecho seguramente en alguna buena casa de París, y llevaba por único adorno, un collar de perlas que casi le ceñía el cuello. Observé que las manos blancas y cuidadísimas ostentaban una sola sortija, un solitario, y me parecieron (las manos) tan bonitas como las mías cuando tengo las uñas bien pulidas. Los pies finos y largos estaban divinamente calzados, llevaba en la cabeza un precioso sombrerito negro, algo ladeado, que le encuadraba la clásica fisonomía en deliciosos efectos de luz y sombra, y bajo la media luz de aquel sombrero, para hablar con Abuelita, surgía una de las voces más lindas y argentinas que he escuchado en mi vida.

      Y qué razón, ¡ah! ¡sí! ¡qué razón tenía tío Pancho!

      Cuando, al salir por fin de la penumbra me fui a saludarla, llevaba preparada mentalmente una frase muy expresiva, en la cual pensaba demostrarle mi exaltada admiración. Pero no bien me miró ella con sus ojos brillantes y curiosos de crítica finísima, y no bien aspiré yo el perfume sutil, que como una flor exhalaba su persona, cuando me sentí invadida por la parálisis absoluta de la timidez. Por lo tanto, después de haberme acogido y abrazado con esa naturalidad y soltura que son su principal atractivo, a mí, en correspondencia, sólo me fue dado el murmurar unas cuantas frases breves y corteses.

      Durante el curso de la visita, Mercedes, con su admirable don de gentes, aparentando ocuparse poco de mí, se dirigió constantemente a Abuelita. Yo entonces, libre de conversación, silenciosa e inmóvil, la observaba y observándola así, comprendí al punto, que más grande aún que su belleza, era su encanto, es decir, que llevaba a lo supremo de la perfección el arte de interpretarse a sí misma; porque mientras hablaba, la boca, las manos, los ojos, la cabeza, la voz, la sonrisa, todo, iba completando sutil y armoniosamente, con mil matices deliciosos, el sentido que expresaban las palabras. Noté, además, que se reía de tiempo en tiempo, con una risa que era tan sonora a los oídos como agradable a la vista, y que salpicaba continuamente su conversación con palabras francesas que aunque muy bien y muy naturalmente pronunciadas resultaban completamente innecesarias por tener todas su perfecto equivalente en castellano. Dijo por ejemplo: «la nature»/ «mi fourrure»; «clair de lime»; y «la beauté physique» sin necesidad ninguna, pero como parecía iluminar con la luz de sus ojos y el encanto de su sonrisa cuantas palabras salían de su boca, yo las encontré todas de una profunda sabiduría.

      Fue sólo después de levantarse y despedirse de Abuelita, cuando Mercedes resolvió dedicarse enteramente a mí. Tomándome la barba con su mano fragante, acercó mi cara a la suya; y mimosa y cariñosísima como si se tratase de algún niño pequeño, me besó dos veces. Luego, con mi barba presa todavía en su mano, dijo envolviendo las frases en una larga sonrisa:

      —¡Adiós linda! Francamente, que no te creía tan bonita a pesar de todo lo que me había dicho Pancho. Creía que eran exageraciones, pero veo ahora que tú superas todas las exageraciones.

      (¡Ah! ¡la maravilla, la delicia, que es oír decir semejante cosa de labios de una persona de tan evidente buen gusto!).

      Yo sin responder nada me sonreí de placer demostrando así a Mercedes, que su apreciación me parecía del más acabado acierto. Ella comprendió al punto la felicidad de mi sonrisa y la contestó con otra risa de satisfacción que sonó a cascabeles y a cristales. Luego llevándome del brazo hasta la puerta de salida, a solas conmigo, me habló de su antigua amistad con todos los Alonso, de los buenos ratos que habían pasado juntos en Europa y en Caracas, volvió a despedirse con un beso, y me dijo siempre sonreída, en voz suavísima de confidencia:

      —Ya sabes, mi casa es tuya. Ven a todas horas sin avisar, sin etiqueta, siempre que quieras y con toda confianza. Tengo para ti una sorpresa: es una miniatura preciosa de tu papá cuando tenía diez años. —Y después de reírse otra vez, me dijo en voz mucho más baja y acercando su boca a mi oído:

      —¡También te tengo otra cosa!

      Por toda contestación me puse coloradísima, y más que decir, suspiré:

      —Gracias… Muchas gracias…

      Luego, cuando asomada a la portezuela del auto, sonrió de nuevo el rostro, saludó la mano, y desapareció por fin el sombrerito negro, a mí se me habían ocurrido ya mil contestaciones oportunas e ingeniosas, pero desgraciadamente: ¡era ya muy tarde!

      Tía Clara no se dignó recibir a Mercedes. Dijo que necesitaba contar la ropa; batir con leche la mantequilla del desayuno; rezar un tercio de rosario; darle su comida a Chispita; y que le era de todo punto imposible el abandonar tan importantes ocupaciones. Luego añadió:

      —Y mucho menos para recibir a una persona tan superficial como Mercedes Galindo, que fastidia, porque seguramente no hablará más que de trapos y de tonterías.

      Después de haber visto y tratado a Mercedes, comprendo que tía Clara tiene el mismo credo de las Madres del Colegio. Sólo que tía Clara, llama «personas superficiales» lo que las Madres llamaban «el mundo». En el fondo es la misma idea, revestida de distintas palabras. Tía Clara se confina en su bando como también se confinaban las Madres, y no quiere tratos con el enemigo. Hace muy bien. No se parece a mí que desgraciadamente, lo mismo que en el Colegio, sigo todavía sin poder afiliarme a mi bandera. Soy una especie de tabla que flota a derecha e izquierda sobre las olas de un mar bonachón y tranquilo.

      Pero reanudando el acontecimiento o padrenuestro de ayer: No bien desapareció de mi vista el auto de Mercedes, regresé al salón en donde se hallaba todavía Abuelita; y al punto tía Clara, ya aliviada de sus ocupaciones, se vino también a escuchar y a hacer los comentarios de la reciente visita. Fueron largos. En ellos se habló de la indiscutible belleza de Mercedes, de su finura y buen trato, y se comentó también su desgraciada suerte. Dijeron que estaba muy mal casada, que su marido era un libertino y un jugador que después de haberle derrochado casi toda su fortuna, la trataba ahora muy mal. Abuelita terminó un párrafo exclamando:

      —¡Primero el canalla de su padre! ¡Ahora su marido! ¡Demasiado buena es, para la poca dirección que ha tenido en la vida!

      Con lo cual me pareció comprender que si Abuelita juzgaba a Mercedes «demasiado buena» era precisamente porque no la juzgaba bastante buena. ¡Ah!, pero yo en cambio, la juzgo incomparable y a falta de mejor demostración, al igual de Gregoria, exclamo interiormente a todas horas: «¡Que Dios la guarde y la bendiga!».

      Durante el curso de la conversación, cuantas veces la nombró, Abuelita dijo: «esa niña» como cuando habla de mí, cosa que encontré absurda, puesto que Mercedes está casada y tiene ya más de treinta años. También noté que cuando se trató del padre de Mercedes, Abuelita al pronunciar su nombre, tuvo siempre la precaución de decir «el canalla de Galindo». Este prefijo СКАЧАТЬ