3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas. Adela Zamudio
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Название: 3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas

Автор: Adela Zamudio

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: 3 Libros para Conocer

isbn: 9783985944521

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СКАЧАТЬ Ocurre que para la realización inmediata del proyecto, existe un gran obstáculo, una inmensa dificultad que es preciso vencer a toda costa, y es ello, el que Abuelita y Mercedes Galindo no se tratan actualmente por un disgusto que tuvieron allá «in illo témpore» mi abuelo Aguirre y el señor Galindo, padre de Mercedes. Tío Pancho dice que antes que nada es indispensable llegar diplomáticamente a un acuerdo o reconciliación entre Abuelita y Mercedes. Mercedes está completamente dispuesta a ello. Falta convencer a Abuelita; de ahí la habilidad, tacto y prudencia que es menester observar y a lo cual aludía tío Pancho cuando me anunció el proyecto.

      Yo espero que la Providencia se compadezca de mí y haga que Abuelita se reconcilie con Mercedes Galindo, quien, al decir de tío Pancho (y también de Papá) es una mujer encantadora, generosa, simpatiquísima, completamente opuesta a las amistades etruscas o góticas que hasta el presente he tenido el honor de conocer, aquí, en el salón de esta casa, bajo la presidencia de Abuelita, efectuada siempre desde el sofá, con toda la pompa del vestido de tafetán y de la cadena de oro.

      Cuando llegó el coche a la puerta, tío Pancho, como bien anuncié yo, no había terminado aún de explicarme los requisitos y puntos finales de su descomunal proyecto. Detenido ya el coche, tuvimos que permanecer en él un buen rato más, cuchicheando a la sordina, con gran apresuramiento y discreción. Hasta que al fin, él, volvió a repetirme por última vez los más interesantes informes y apremiantes recomendaciones:

      —Mercedes te quiere muchísimo, no por recuerdo ni amistad de familia ¡no vayas a creer!, sino porque le he dicho lo muy bonita que tú eres y eso le basta a ella para quererte. Está impacientísima, loca, por conocerte. Ya tiene en plan la comida de presentación, menú, etc., y te ha dedicado además varios regalos… Pero prudencia ¿eh? ¡mucha prudencia! Aquí: ¡ni una palabra de nada! Mira que María Antonia, la mujer de Eduardo, abomina a Mercedes y si se entera, intriga con éxito y lo echa a perder todo. La maniobra debe ser hábil y muy rápida: ¡yo me encargo!

      —¡Ah! tío Pancho —le reproché entonces al despedirme— ¿y no podías haberme contado todo eso hace más de hora y media, cuando subíamos a Los Mecedores, en lugar de crisparme los nervios con tus observaciones filosóficas?

      Pero tío Pancho que cuando no sabe qué contestar se las da de fatalista, dijo:

      —¡Estaba escrito!

      Y así terminó, Cristina, aquella memorable conferencia, celebrada en coche, el infausto día en que por primera vez tuve noticias de mi absoluta ruina. El inesperado proyecto de tío Pancho, erizado como estaba de interés, de dificultades y de esperanzas, cual un plan de fuga para un cautivo, me encendió de golpe en el espíritu el fuego de una impaciente alegría. Y fue tan grande esta alegría, que unos segundos después de haberme despedido de tío Pancho, al penetrar feliz en el salón de Abuelita, estuve amabilísima con todas las visitas etruscas, las saludé sonriente, les hablé bellezas de Caracas, y las despedí hasta el portón con suma cordialidad. Luego, cuando nos dirigimos al comedor, me apresuré a ofrecer el brazo a Abuelita para atravesar el comedor y el patio; una vez en la mesa, sentada frente al plato de sopa, contesté en voz alta e inteligible al «bendito y alabado…» que murmuró tía Clara; hablé todo el tiempo con acierto y alegría; comí con muchísimo apetito, y una hora más tarde, ya en la cama, radiante y sonreída bajo las sábanas, recuerdo que me dormí de embajadora en una corte europea, con un admirable collar de perlas al cuello, y haciendo una profunda reverencia de las que llamaban en el colegio de doce tiempos ¿te acuerdas? aquellas en que se contaba: una, dos, tres, cuatro, cinco, y seis; durante la primera etapa de la reverencia; y luego: siete, ocho, nueve, diez, once, y doce, durante la segunda.

      Debo advertirte que tal como conviene a toda persona bien nacida, antes de entregarme al sueño, haciendo tan profunda reverencia con el sautoir de perlas en el cuello, había expresado ya mi regocijada gratitud al exclamar desde el fondo del alma una íntima, sincera y espontánea acción de gracias que vendría a ser más o menos así:

      —¡Ah! tío Pancho, querido tío Pancho, fecundo tío Pancho, ¡que Dios bendiga y proteja para siempre jamás esas verdes campiñas de tu cerebro, fertilizadas diariamente con el whisky, el brandy, la cerveza y el jerez, en donde según veo nacen y se maduran los frutos maravillosos de unos proyectos tan perfumados en alegría, como suaves, jugosos y dulcísimos en sustanciosa esperanza!

      Sin embargo, Cristina, desde aquella noche redentora, sobre la cual resuelvo poner ya punto final a mi largo relato, han pasado casi dos meses. Por ellos, mi vida ha seguido transcurriendo monótona, oscura, e igual, sin más luz que la luz de ese proyecto que todavía no ha logrado ser realidad. ¿Y por qué? dirás tú; pues por la razón sencilla de mil triviales accidentes que han venido en tropel a oponérsenos en el camino. Ocurrió primero que Mercedes Galindo, mi encantadora y futura amiga, tuvo un ataque de gripe con fiebre muy alta, una semana de cama, etc., etc., y fue preciso ir a reponerse en una temporada de campo que se prolongó más de veinte días; luego fue Abuelita quien enfermó a su vez y de nuevo tuvimos que esperar a que pasase el tiempo de la enfermedad y el tiempo de la convalecencia. Actualmente, las cosas se encuentran ya en plena normalidad, y tío Pancho sólo aguarda una ocasión oportuna para expresar a Abuelita, en nombre de Mercedes, su deseo de firmar las paces olvidando todo género de antiguos resentimientos. Como comprenderás, para esta reconciliación en que tío Pancho será el mediador, yo debo ser el pretexto, y Mercedes, con su tacto, su atractivo, y su exquisito don de gentes se encargará luego de coronar las paces conquistando sin reservas la simpatía de Abuelita. La reconciliación se intentará, pues, esta misma semana y como es natural, obtenida la venia, Mercedes vendrá inmediatamente a visitar a Abuelita.

      El candidato en cuestión, cuyo nombre ignoré mucho tiempo, se llama Gabriel Olmedo y tiene más de treinta años. Según creo haberte declarado a ti, y según me consta haber declarado a tío Pancho, no tengo ninguna fe en los atractivos, cualidades y ventajas de esta persona. Dudo mucho que llegue a gustarme. Lo presiento egoísta, pedante y vanidoso, pero en fin, Cristina: ¡hay que tentar la vida atendiendo siempre a cualquiera de sus llamamientos! Lo peor, es la prisión, la inmovilidad y la inercia.

      Y ahora, creo que por fin ha llegado ya el momento de terminar esta carta dialogada y singular donde te envío los más íntimos detalles de mi vida presente… Ella, que al revivir en mi pluma me ha ido enseñando a probar la honda complejidad de las cosas insignificantes, es el resultado de mi gran cariño por ti, y es también el resumen de esta ansiedad misteriosa que me inquieta y me agobia. Recíbela, pues, en ese espíritu, léela con indulgencia y si la encuentras ridícula, desentonada o absurda, no te burles de ella, Cristina, acuérdate que me la dictó mi cariño, en unos días de sensibilidad y de fastidio.

      ¡Ah! si vieras lo que intriga a tía Clara esta vida de encierro, que por escribirte hago continuamente aquí, en mi cuarto, desde hace ya muchos días. Entre mis libros y mi carta, aguardando el proyecto de tío Pancho, sin sentirlo casi, ha ido poco a poco transcurriendo el tiempo. Porque a más de escribir, encerrada y a solas, es también aquí, en este cuarto, donde me aíslo para poder leer. Y en mi soledad, como el asceta en su celda, he aprendido ya a querer la vida interior e intensa del espíritu. He descubierto que existe en Caracas una biblioteca circulante, en la cual, mediante un pequeño depósito, pueden tomarse todo género de libros, y mi rabioso afán de lectura tiene en ella libertad y campo abierto donde saciar su hambre. Gregoria, la vieja lavandera de esta casa, de quien te he hablado ya, a escondidas de tía Clara y Abuelita, es la encargada de llevar y traer de la biblioteca a mi cuarto y de mi cuarto a la biblioteca, bajo el secreto de su pañolón negro, el divino contrabando intelectual. Gracias a tan liberal como discreto apoyo, leo todo cuanto quiero, todo, todo cuanto se me ocurre sin prohibiciones, índices, ni censura…

      ¡Ah! si tía Clara, supiera por ejemplo, que estoy leyendo ahora el Diccionario Filosófico de Voltaire! ¡Qué escándalo y qué horror le causaría! Pero mis lecturas tienen el doble encanto de lo delicioso y lo prohibido, y el Diccionario Filosófico СКАЧАТЬ