3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas. Adela Zamudio
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Название: 3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas

Автор: Adela Zamudio

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: 3 Libros para Conocer

isbn: 9783985944521

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СКАЧАТЬ lo tanto, Cristina, ya sabes cuál es la divisa actual de mi vida: ¡esperar!… sí, esperar como Penélope, tejiendo y destejiendo pensamientos, éstos que te envío a ti, y otros que voy devanando en la madeja escondida de mis libros.

      Y como nada más me queda ya por decirte, te pido ahora que me escribas y me cuentes, tú también, todo lo que en estos meses ha pasado por tu vida, que quiero compararla con la mía. Cuéntame tus proyectos, háblame de tus cambios, descríbeme tus viajes, y así juntas, como en otros tiempos, refrescaremos nuestros viejos recuerdos. A veces, me preocupo pensando, si en realidad, después de tanta unión y de tantísimo cariño, no volveré a verte nunca… ¡Quién lo sabe! Por suerte inventaron la escritura, y en ella va y viene algo de esto que tanto queremos en las personas queridas, esto que es alma y es espíritu, que así como dicen que no muere nunca, tampoco se ausenta del todo, cuando porque quiere, no quiere ausentarse.

      Recibe, pues, esta porción de mi espíritu, y no olvides que aquí, desde su soledad, sumida en el silencio de su «huerto cerrado» espera a su vez que vengas

      María Eugenia

      Segunda Parte

      EL BALCÓN DE JULIETA

      I

      Remitida ya la interminable carta a su amiga Cristina, María Eugenia Alonso resuelve escribir su diario. Como se verá, en este primer capítulo, aparece por fin la gentil persona de Mercedes Galindo.

      CONSIDERO QUE ES una gran tontería, y me parece además de un romanticismo cursi, anticuado y pasadísimo de moda, el que una persona tome una pluma y se ponga a escribir su diario. Sin embargo, voy a hacerlo. Sí; yo, María Eugenia Alonso, voy a escribir mi diario, mi semanario, mi periódico, no sé cómo decir, pero en fin, es algo que al tratar sobre mi propia vida, equivaldrá a eso que en las novelas llaman «diario»…

      ¡Ah! es curiosísimo, ¡la poca influencia que tienen nuestras convicciones sobre nuestra conducta! Yo creo que en general, nuestras convicciones están hechas para aplicarlas más bien a la conducta de los demás, porque es entonces cuando aparecen con todo el esplendor de su honradez: sólidas, arraigadas, e inquebrantables. En cambio, cuando se trata de nosotros mismos, como en el caso presente, nuestras opiniones o convicciones, toman al instante la flexibilidad de la cera, y se acomodan y modelan maravillosamente sobre los caprichosos accidentes de nuestra conducta. La gran mayoría de las personas, dotadas como están de cierto espíritu conciliador, explican admirablemente con razones o disculpas, tan misteriosos desacuerdos, y así, gracias a la elocuencia y a la lógica, quedan siempre abrazadas en perfecta concordia estas dos hermanas inseparables: la convicción y la conducta. Desgraciadamente, yo carezco en absoluto de imaginación para establecer estos acuerdos y me ocurre con muchísima frecuencia el encontrarme como hoy, en flagrante contradicción. Sí; mi falta de aptitud para la disculpa me fue fatal durante mi infancia y mis tiempos de colegio, lo recuerdo muy bien. Es innata e irremediable. Por lo tanto, de ahora en adelante, no me mortificaré más practicando una ciencia para la cual no tengo la menor disposición; y es, en vista de ello, por lo que resuelvo confesar en lo sucesivo, ante mí y ante los demás, los desacuerdos existentes entre mi opinión y mi conducta. Diré siempre: tal cosa es reprochable y ridícula, pero la hago porque sí; tal otra es admirable y santa pero no la hago porque no. Creo que esta especie de franqueza o confesión es lo que suelen llamar cinismo. Como la palabra es un poco discordante, me parece mejor no insistir más sobre el particular y pasar a otro asunto.

      Hace apenas unos días que terminé mi carta a Cristina Iturbe. Pero la carta fue tan larga y duró tanto tiempo, que se hizo en mí una costumbre el escribirla. Cuando la hube acabado y releído, era una especie de inmenso protocolo que metí con melancolía dentro de un inmenso sobre, lo cubrí literalmente de estampillas de correo y lo mandé depositar en el buzón por Gregoria, luego de exigirle el más absoluto secreto sobre el particular. Hecha esta advertencia, los ojos de Gregoria brillaron encendidos de complicidad y mi carta, al igual de los libros de la biblioteca circulante, salió a la calle, envuelta en la noche del pañolón de Gregoria. Y es que en esta vida de reclusión que llevo, mi único entretenimiento, mi único ejercicio, y mi único sport, consiste en hacerlo todo, absolutamente todo, a escondidas de Abuelita y tía Clara. Gregoria me secunda admirablemente en ello, y este sistema de eterna conspiración, me da cierta independencia moral, y me produce, sobre todo, multitud de pequeñas emociones análogas a las del juego, la cacería o la pesca, las cuales no son de desdeñar, dado el ambiente aburrido e insípido en que vivo.

      Volviendo a la carta de Cristina: cuando Gregoria al regresar de la calle me dijo con mucho misterio: «¡ya la eché!» me quedé tristísima. Sentía que me faltaba algo muy grande y muy indispensable. Como no podía seguir escribiendo a Cristina, por tiempo indefinido, hoy me dije de golpe: «¡pues ahora voy a escribir mi diario!».

      Y aquí estoy.

      Temo muchísimo, el tener que interrumpirlo un día u otro por falta absoluta de material: ¡mi vida es tan monótona! Desde la mañana en que mandé la carta-protocolo hasta ayer tarde, no había ocurrido nada digno de mención. Los días se deslizan en mi vida como se deslizan entre los dedos nudosos, flacos y místicos de tía Clara, las cuentas de su rosario de nácar: ¡siempre la misma cosa con el mismo principio y el mismo fin!

      Pero, afortunadamente ayer ocurrió algo anormal. Siguiendo el símil del rosario, puedo decir, que ayer tarde llegué a una variante de gloria y padrenuestro, constituida en la persona de Mercedes Galindo, cuya visita recibimos por fin.

      ¡Ah! me pareció encantadora, preciosa, simpatiquísima; sí: ¡tío Pancho tenía razón! Vino a vernos a cosa de las cinco y media, y se quedó más o menos una hora. Durante la hora, Abuelita se revistió de señoril dignidad y estuvo a la vez reservada y amable, pero comprendí muy bien que el famoso disgusto de marras persevera en ellas. Ni a Abuelita le gusta Mercedes, ni a Mercedes le hace gracia Abuelita. La costumbre de tantos años de disgusto las domina y creo que jamás serán verdaderas amigas.

      En cuanto a mí, estuve completamente imbécil durante la visita, lo comprendo. Esto me sucede siempre. La manera más sincera que tengo para demostrar mi admiración por alguna persona, consiste en revestirme con la corteza durísima de una timidez que me entumece y agarrota como el frío glacial. Este sentimiento de timidez es absolutamente invencible, y he resuelto ya dejarme mansamente dominar por él, puesto que a mí me es imposible dominarlo. La lucha contra la timidez resulta grotesca. Así lo comprendí ayer y por esta razón hablé muy poco, sí, apenas contesté con frases cortas a las amabilidades y cariños que me dijo Mercedes, cuyo peso, al abrumarme de placer, no hizo sino aumentar más y más mi desdichada y silenciosa timidez.

      Pero en fin, después de todo, teniendo yo, como bien dice tío Pancho, una conciencia muy definida de mi propia belleza, el mutismo en mí no me parece desairado, al contrario, creo en general, que el mutismo es un complemento estético que presta a la armonía de las líneas, cierto encanto reservado y clásico. Lina frase estúpida, al surgir de una bonita cabeza, deja caer sobre ella su fatídica sombra moral y la desarmoniza. Lo mismo ocurre con los movimientos. Por eso he creído siempre que el auge inmenso de la belleza griega es debido principalmente a la gran discreción e inmovilidad de las estatuas, que saben poner tanta inteligencia, al representar dicha belleza hoy en día ante nuestros crédulos ojos. Dada esta serie de razones resolví imitar lo más posible durante la visita de ayer, la discreción y el talento de las estatuas griegas, y estoy segura de que debo haber hecho muy buen efecto a Mercedes Galindo.

      Pero detallando la visita:

      Cuando el auto de Mercedes se detuvo a las puertas de esta casa, Abuelita, como de costumbre, se encontraba ya esperando, sentada en el sofá, y yo que sabía y sé muy bien la importancia enorme que sobre СКАЧАТЬ