3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas. Adela Zamudio
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Название: 3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas

Автор: Adela Zamudio

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: 3 Libros para Conocer

isbn: 9783985944521

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СКАЧАТЬ cabezas abigarradas de las mulatas, petulantes, encintadas con violentos colorines, cuyos ojos, al divisarnos desde lejos, clavaban en nuestro coche unas pupilas ardientes y luminosas que parecían estar encendidas por la sed de mirar.

      Tío Pancho comentaba:

      —¿No es cierto que hay algo torturante en la expresión de esta gente? Fíjate. Se diría que el odio profundo de las razas que se reconciliaron un instante para formarlas continúa luchando todavía en sus facciones y en su espíritu. Y en esa lucha dolorosa, mira: ¡sólo triunfa la equivocación y la tristeza!… ¿Verdad que hay en todas ellas algo fatalmente inarmónico que es muchísimo peor que la fealdad? Así es también su espíritu, no tienen personalidad definida y viven plena desorientación.

      Como desde la mañana, mi vida se había enrumbado tan bruscamente hacia un nuevo horizonte, situada ya en mi actual punto de vista, miré aquellos ojos profundos que nos devoraban al pasar, los uní a los míos en una amable mirada fraternal y dije atenuando la ruda verdad que había expresado tío Pancho:

      —Habrá inarmonía o fealdad en el conjunto de las facciones y en ese deseo de alternar que las impulsa a amarrarse la cabeza con un lazo verde o con un galón colorado, pero fíjate en los ojos, mira qué ardientes, y qué interesantes son los ojos. ¡Parece que asomados a la calle pidieran algo imposible que nunca les han de dar!

      —Sí, —dijo tío Pancho exaltándose de pronto— es la voz de las aspiraciones presas en la cárcel de un cuerpo que las tiraniza y las encadena al pregonar a gritos la inferioridad mortificante de su origen. Y este desacuerdo entre el cuerpo y el espíritu sensibilísimo del mulato, como bien dices tú, es un conflicto muy interesante… es la misma tragedia que ocultaba la nariz deforme de Cyrano, mucho más cruel y mucho más bella aquí, porque al ser más humillante es más irremediable… ¡Sí; el mulato es el crisol paciente donde se funden con dolor los elementos heterogéneos de tanta raza aventurera!… En él se encierra la causa de toda nuestra inquietud, de todos nuestros errores, nuestra absurda democracia, nuestra errante inestabilidad… ¡quizás en él se elabore también algún tipo social, exquisito y complejo que aún no sospechamos!…

      Y luego de filosofar así, sin hacer más comentarios, nos quedamos callados un buen rato, mirando pasar a uno y otro lado del coche aquel misterio de la vida humilde que se mostraba a la calle por la franqueza de las puertas, los postigos y las ventanas abiertas, hasta que al fin, ya saciados de andar por el arrabal, salimos al campo…

      Cuando sentí en el rostro la frescura de la brisa aromada y campesina, inmediatamente, sin consultar a tío Pancho, mandé detener los caballos, y le propuse que siguiésemos caminando a pie. Él se bajó del coche muy complaciente, y yo, luego de bajarme tras él, con mi velo arrollado al brazo, corrí alegremente hacia un pequeño ribazo del camino, me subí a su cúspide, una vez en lo alto sorbí el aire con avidez, me llené bien los pulmones y así, erguida en mi pedestal, me quedé unos segundos saludando el paisaje…

      La tarde era tan apacible como yo la quería. El sol iba buscando a lo lejos la cumbre de una colina. El valle maravilloso se extendía abajo rodeando la ciudad; la ciudad florecida de vegetación anidaba en el centro del valle, blanca de paredes, roja de tejados, mientras a mi espalda presidiéndolo todo, la majestad del Ávila, la gran montaña, se alzaba maternal y pensativa.

      Después de contemplar la tarde, desde la cumbre del ribazo me volví al camino, y, entonces, paso a paso, en un lento caminar lleno de estaciones y de conversación, tío Pancho y yo nos alejamos por una vereda, hasta llegar a la selva de mis paseos infantiles, entre cuyos mismos árboles, bajo la paz de la sombra, tienden aún sus columpios de bejuco «Los Mecedores».

      Ansiosa de conocer la opinión concreta de tío Pancho acerca de tío Eduardo y su conducta conmigo, mientras andábamos, le repetí literalmente todo cuanto Abuelita me había referido en la mañana sobre papá, San Nicolás y tío Eduardo. Dada mi exaltación, detenía continuamente el paseo o el relato para preguntar a tío Pancho su parecer o para explicar con vehemencia las múltiples razones de mi desconfianza y mi perplejidad. Pero él, Cristina, como si le aburriese mucho aquel tema, lo mismo que había hecho antes durante el rodeo en coche, ahora también, trataba de desviar la conversación sobre cualquier detalle o accidente del camino. Esta porfiada reticencia acabó por impacientarme tanto que al fin, sentados ya bajo un árbol de Los Mecedores, donde la quietud y la sombra hacían más apremiantes mis palabras, le exigí imperiosamente que me dijese cuanto hubiese de cierto sobre el particular, porque me consideraba con derechos de saberlo. Planteada así la cuestión, tío Pancho se quedó un instante reflexivo y como indeciso, pero luego, se resolvió a hablar y dijo con mucha calma:

      —Pues bien, ya que tienes tanto empeño en saber lo que pienso acerca del asunto, te lo voy a decir: ¡pero no es para que con ello te envenenes la existencia! La desgracia, María Eugenia, en cualquier orden que sea, debe aceptarse con valor tratando de remediar lo remediable, es claro, pero eliminando de nuestra memoria todo lo irreparable, a fin de no gastar energías en odios o en venganzas estériles. ¡Ah! ¡es una ciencia muy útil la de saber olvidar!…

      Y hecho este exordio añadió poco a poco, encendiendo un cigarrillo mientras que yo, ansiosa de sus palabras le devoraba con los ojos:

      —Creo… o mejor dicho estoy segurísimo, de que Antonio, tu padre, además de gastar su renta, gastaría si acaso una cuarta parte del capital que representa San Nicolás; lo demás, es decir, las tres cuartas partes restantes… ¡te las robó Eduardo!… ¡ah!… ¡no te quepa duda!… Con orden ¿eh? eso sí; con mucho orden, mucha claridad, presentando cuentas correctísimas y sobre todo ¡haciendo derroches de generosidad que como sabes!…

      Pero yo no le dejé concluir. Lo mismo que en la mañana cuando me hallaba instalada sobre la columna, ahora también, vi de pronto en mi imaginación, la figura de tío Eduardo, cuya estampa, ilustrada por las anteriores palabras de tío Pancho, venía a ser tan abominable que no pude menos de increparla con los dientes apretados y en el paroxismo de la indignación:

      —¡Ah! ¡Herodes! ¡Nerón! ¡Caifás! ¡hipócrita!…

      —¿Ves lo que te decía? —interrogó tío Pancho— vas a excitarte, y si no tienes luego la suficiente prudencia…

      Pero el vocablo «prudencia» oído en semejantes circunstancias, Cristina, me irritó muchísimo más aún que la imagen de tío Eduardo, por lo cual, volví a cortarle la palabra a tío Pancho, exclamando exaltadísima:

      —¡Ah! ¡si te figuras que voy a tener prudencia después de lo que acabas de decirme es porque me consideras sorda, imbécil o muda! Mira, te juro tío Pancho, que ahora, al no más llegar a casa voy a decirle a Abuelita todo, absolutamente todo cuanto pienso de tío Eduardo. ¡Sí! ¡le diré que debía estar preso por ladrón con un vestido a rayas blancas y coloradas como el que usan los presidiarios; que lo detesto con toda mi alma, y que lo que desearía es ver su horrible silueta flaca, lo mismo que la de Judas, balanceándose de una horca, con un saco de monedas a los pies, y con la lengua afuera!

      —¡¡Bueno!! —prorrumpió tío Pancho en una gran carcajada—. ¡Muy bien que lo harías! Mira, con ese sistema de insultos histórico-descriptivos, obtendrás, María Eugenia, el mismo resultado que obtendría un ateo que se pusiera a blasfemar a gritos en medio de una iglesia llena de creyentes. Si hablas irrespetuosamente de Eduardo en esa forma violenta o en cualquier otra más atenuada: ¡ya lo viste conmigo esta mañana!… Eugenia te considerará un monstruo sacrílego e impío; a mí me acusará de calumniador, es lo más probable que se disguste de veras y que de resultas del disgusto no vuelva yo a poner los pies en su casa con todo lo cual no se perjudicará nadie más que tú… ¡Ten discreción! ¡Ten paciencia, María Eugenia!… oye…

      Y aquí СКАЧАТЬ