3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas. Adela Zamudio
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Название: 3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas

Автор: Adela Zamudio

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: 3 Libros para Conocer

isbn: 9783985944521

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СКАЧАТЬ de plantarme insolentemente frente a ella que me contemplaba atónita por encima de sus lentes—. Tocaré estudios, melodías, nocturnos… ¡bueno!, cosas indiferentes o cosas tristes.

      —Pero si desde el día en que se supo la muerte de tu papá, se cerró aquí la ventana, María Eugenia, y nadie ha vuelto nunca a poner las manos en el piano: ¿cómo es posible que seas tú, su hija, quien al llegar lo abra de nuevo? Reflexiona… ¿qué dirían los vecinos?

      —¿Los vecinos?… ¡Yo me río y me burlo de los vecinos, tía Clara, los desprecio por completo, y lo que desearía es que se fueran todos juntos al infierno!

      —¿Y por qué te vas a burlar ni a reír de los vecinos, María Eugenia, ni a mandarlos al infierno?… ¡Si son todas personas decentísimas, de lo mejor de Caracas! Es preciso que lo sepas: ¡esta calle está admirablemente bien habitada! ¿No es verdad, Mamá?

      —¡Ah! ¡de manera entonces que porque el vecindario sea muy distinguido yo voy a vivir también bajo la tutela de los vecinos!

      —Pero ven acá, María Eugenia, hija mía, ven, reflexiona —intervino Abuelita con la misma voz persuasiva de la mañana—. ¡Clara tiene razón!… Considera lo que te dice: Un padre es algo muy grande, muy sagrado, que no se muere sino una sola vez en la vida. Debes tener sentimientos… necesitas educar tu corazón… ¿qué puede esperarse de una mujer que sea incapaz de sacrificarse un poco, un poquito… solamente lo que se requiere en general para guardar con decoro el luto sacratísimo de un padre?…

      —¡Pero qué tiene que ver el piano con mi corazón! ¡¡canastos!! ni que…

      —¡No hables con interjecciones, María Eugenia, hija mía, es ya la tercera vez que te lo digo!… ¡Eso no es propio de una niña!… y además… aprovecho la ocasión para advertirte: mira, te pones así, al trasluz con esa bata japonesa que tienes ahora y te ves indecentísima: ¡estás completamente desnuda!… ¿Por qué has de andar sin fondo, María Eugenia?…

      —Pero bueno, vamos a concretarnos primero a lo del luto —expliqué inmóvil y furiosa con mis libros bajo el brazo—; yo no comprendo en absoluto qué relación lógica puede existir entre la muerte de papá y el piano de esta casa… ¡«los sentimientos»!… ¡vaya con los sentimientos!, pues si la música se inventó precisamente para eso: ¡para expresar los sentimientos! Dime si no Abuelita, dime: ¿qué es por ejemplo, una elegía o una marcha fúnebre sino un sistema refinado, artístico y genial de dar un pésame, como quien dice?…

      Pero Abuelita, que se había quitado ya los lentes, esbozó con ellos en el aire un ademán que parecía anatematizar todo razonamiento, y agitando negativamente la cabeza de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, dijo en ese tono terminante en que suele hablar la convicción que no se digna bajar al terreno despreciable e irreverente de las discusiones:

      —¡No, no, no, hija mía, a mí no me convences! Creo que si no tienes suficiente buen corazón para guardar espontáneamente el luto riguroso que exige la muerte de tu padre, debes fingir que lo tienes. De otro modo harías muy mal efecto en mí y en todas las personas sensatas que lo supieran: ¡te lo aseguro!

      —Bueno… de manera que sin apelación: ¡no puede tocarse el piano!… ¡Bien, bien, bien, pues ni una palabra más: no tocaré!…

      Y dando media vuelta militar me vine indignada con mis cuadernos de música bajo el brazo, por el mismo camino que me había ido. Al llegar a este cuarto tiré con furia todos los cuadernos de música sobre la misma silla donde volvieron a adquirir su primitivo aspecto de tortilla. Luego me puse las dos manos extendidas sobre las caderas y exclamé en alta voz esta frase, que dadas las circunstancias resonó en los ámbitos del cuarto de un modo verdaderamente sublime:

      —¡Por la mañana me quitan la fortuna; ahora, en la tarde me arrebatan la gloria!

      Y me quedé unos segundos con las manos en las caderas y los ojos clavados en el suelo.

      Pero afortunadamente, como bien recordarás tú, Cristina, mi imaginación que es estéril en los momentos de calma, en los momentos de indignación es fecundísima. Gracias a esta gran fertilidad imaginativa, a los diez segundos de contemplar el suelo, había encontrado ya un plan inmediato que iba a servirme a la vez de aclaratoria, de represalia, y de distracción. Era ello: irme de paseo con tío Pancho a cualquier parte lo más pronto posible:

      —¡Ah! —me dije— hablare a solas con él y así sabré a qué atenerme en lo concerniente a las generosidades de tío Eduardo.

      E inmediatamente llamé a tío Pancho por teléfono. El quedó en que pasaría a buscarme a las cuatro y media en punto. Entonces yo, satisfechísima de mi proyecto, teniendo casi una hora de tiempo para vestirme, comencé a arreglarme como a mí me gusta, es decir, poco a poco, con mucha calma, mucha tranquilidad y muchos detalles… Por fin cuando ya perfumada, y puesto el sombrero mi toillette estuvo lista, una toillette de paseo ¿sabes? sencilla, sobria, elegantísima, me quedé lo menos diez minutos caminando, sonriendo, y accionando frente a la luna de mi armario, porque la verdad sea dicha, Cristina, aquella rabia que me tenía los ojos encendidísimos desde por la mañana, sumada al escote en punta, al sombrero pequeño, al largo velo de crépe Georgette, y al carmín de Guerlain, me quedaba… bueno: ¡que estaba yo mejor que nunca!… Y por mi gusto hubiera permanecido accionando y sonriendo ante el espejo un buen rato si no fuera porque el reloj de Catedral con su canto de barítono cartujo comenzó a advertirme:

      —¡Mi, do, re, sol!… ¡Sol, re, mi, do!…

      O sea que eran ya las cuatro y media.

      Para no hacer esperar a tío Pancho, me fui caminando muy de prisa hacia el corredor de entrada en el cual aparecí triunfalmente, erguida la cabeza, recogido el velo a lo manto real, y abrochándome los guantes.

      Como era de esperar al verme llegar así, tan inopinadamente de sombrero y guantes, el espanto volvió a cundir de nuevo entre Abuelita y tía Clara:

      —¿Pero adonde vas a estas horas y con quién? —interrogó al momento Abuelita en tono de queja profunda y quitándose los lentes, lo cual, como habrás visto ya, es señal indiscutible de borrasca.

      Yo, que a más de encontrarme encantada en mí misma, venía preparada para el ataque, respondí sonriente, amabilísima, metiendo la mano izquierda por entre la botonadura del vestido a la altura del pecho, actitud que debió prestarme cierta arrogancia napoleónica:

      —¡Pues me voy de paseo a Los Mecedores con tío Pancho! ¡Creo que es un lugar muy solitario propio para mi luto riguroso!…

      Y hecha esta declaración, abrí al punto mi bolsa de mano, tomé el espejito y comencé a mirarme bajo la luz viva del patio, porque me urgía muchísimo saber si la rebelde punta de mi nariz se encontraba bien de polvo. Pero como la notase aún un poquito brillante saqué la mota de mi polverilla esmaltada, la sacudí y me di a empolvarme la nariz estirando la boca y con refinada atención. Entretanto, Abuelita seguía, con los lentes enarbolados en la mano, y con la voz de queja:

      —Te vas así, a pasear con Pancho, sin consultarme, sin advertirme… ¡Ah! ¡veo que eres muy independiente!…

      Aquí exhaló un profundo suspiro, hizo una pausa y continuó diciendo con la voz de queja hecha ya un lamento conmovedor:

      —¿Cómo va a ser natural que te vayas, María Eugenia, cuando esta tarde vienen visitas que ya se han anunciado y cuando esas personas vienen única y exclusivamente por ti, a saludarte, a conocerte?… ¡desairarlas de СКАЧАТЬ