El libro negro del comunismo. Andrzej Paczkowski
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Название: El libro negro del comunismo

Автор: Andrzej Paczkowski

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788417241964

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СКАЧАТЬ por un fuerte contraste. Los vencedores de 1945 colocaron legítimamente el crimen —y en particular el genocidio de los judíos— en el centro de su condena del nazismo. Numerosos investigadores en el mundo entero trabajan desde hace décadas sobre este tema. Se le han consagrado miles de libros, decenas de películas, algunas de ellas muy célebres y con perspectivas muy distintas como Noche y niebla o Shoah, La decisión de Sophie o La lista de Schindler. Raúl Hilberg, por citarle solo a él, centró su obra más importante en la descripción detallada de las formas de asesinato de los judíos en el III Reich21.

      Ahora bien, no existen análisis de este tipo en relación con la cuestión de los crímenes comunistas. Mientras que los nombres de Himmler o de Eichman son conocidos en todo el mundo como símbolos de la barbarie contemporánea, los de Dzerzhinski, Yagoda o Yezhov son ignorados por la mayoría. En cuanto a Lenin, Hô Chi Minh e incluso Stalin aún siguen teniendo derecho a una sorprendente reverencia. ¡Un organismo del Estado francés, la Lotería, tuvo incluso la inconsciencia de asociar a Stalin y a Mao a una de sus campañas publicitarias! ¿A quién se le habría ocurrido utilizar a Hitler o a Goebbels en una operación similar?

      La atención excepcional otorgada a los crímenes hitlerianos está perfectamente justificada. Responde a la voluntad de los supervivientes de testificar, de los investigadores de comprender y de las autoridades morales y políticas de confirmar los valores democráticos. Pero ¿por qué ese débil eco en la opinión pública de los testimonios relativos a los crímenes comunistas? ¿Por qué ese silencio incómodo de los políticos? Y, sobre todo, ¿por qué ese silencio «académico» sobre la catástrofe comunista que ha afectado, desde hace ochenta años, a cerca de una tercera parte del género humano en cuatro continentes? ¿Por qué esa incapacidad para colocar en el centro del análisis del comunismo un factor tan esencial como el crimen, el crimen en masa, el crimen sistemático, el crimen contra la Humanidad? ¿Nos encontramos frente a una imposibilidad de comprender? ¿No se trata más bien de una negativa deliberada de saber, de un temor a comprender?

      Las razones de esta ocultación son múltiples y complejas. En primer lugar, ha tenido su papel la voluntad clásica y constante de los verdugos de borrar las huellas de sus crímenes y de justificar lo que no podían ocultar. El «informe secreto» de Jrushchov de 1956, que constituyó el primer reconocimiento de los crímenes comunistas por los mismos dirigentes comunistas, es también el de un verdugo que intenta a la vez enmascarar y cubrir sus propios crímenes —como dirigente del partido comunista en el período más acentuado del terror— atribuyéndolos solo a Stalin y prevaliéndose de la obediencia a las órdenes, para ocultar la mayor parte del crimen —solo habla de las víctimas comunistas, mucho menos numerosas que las demás— para hacer comentarios eufemísticos sobre estos crímenes —los califica de «abusos cometidos bajo Stalin»— y, finalmente, para justificar la continuidad del sistema con los mismos principios, las mismas estructuras y los mismos hombres.

      Jrushchov da testimonio de ello con crudeza cuando señala las oposiciones con las que chocó durante la preparación del «informe secreto», en particular por parte de uno de los hombres de confianza de Stalin: «Kaganovich era un tiralevitas de tal magnitud que habría degollado a su propio padre si Stalin se lo hubiera señalado con un parpadeo diciéndole que era en interés de la Causa: la causa del estalinismo, por supuesto. (…) Discutía conmigo a causa del miedo egoísta que le corría por la piel. Obedecía al deseo impaciente de escapar de toda responsabilidad. Aunque hubiera crímenes, Kaganovich solo deseaba una cosa: estar seguro de que sus huellas quedarían borradas»22. El hermetismo absoluto de los archivos en los países comunistas, el control total de la prensa, de los medios y de todas las salidas hacia el extranjero, la propaganda sobre los «éxitos del régimen», todo este aparato de bloqueo de la información pretendía en primer lugar impedir que saliera a la luz la verdad sobre los crímenes.

      No contentos con esconder sus crímenes, los verdugos combatieron por todos los medios a los hombres que intentaban informar. Porque algunos observadores y analistas intentaron iluminar a sus contemporáneos. Después de la Segunda Guerra Mundial, esto resultó particularmente claro en Francia en dos ocasiones. De enero a abril de 1949 se desarrolló en París el proceso que enfrentó a Víctor Kravchenko —exalto funcionario soviético que había escrito Yo escogí la libertad, donde describía la dictadura estalinista— con el periódico comunista dirigido por Louis Aragon, Les Lettres françaises, que cubrió de injurias a Kravchenko. De noviembre de 1950 a enero de 1951 se desarrolló, igualmente en París, otro proceso entre Les Lettres françaises (de nuevo) y David Rousset, un intelectual, antiguo trotskista, que había sido deportado a Alemania por los nazis y que, en 1946, había recibido el premio Renaudot por su libro El universo concentracionario. El 12 de noviembre de 1949, Rousset convocó a todos los antiguos deportados de los campos de concentración nazis para que formaran una comisión de investigación sobre los campos de concentración soviéticos, y fue atacado violentamente por la prensa comunista que negaba la existencia de aquellos campos. Con posterioridad a la convocatoria de Rousset, el 25 de febrero de 1950, en un artículo del Figaro littéraire titulado «En favor de la investigación sobre los campos de concentración soviéticos. ¿Qué es peor, Satanás o Belcebú?», Margaret Buber-Neumann informaba de su doble experiencia de deportada en campos de concentración nazis y soviéticos.

      Contra todos estos iluminadores de la conciencia humana, los verdugos desplegaron en un combate sistemático todo el arsenal de los grandes estados modernos capaces de intervenir en el mundo entero. A. Solzhenitsyn, V. Bukovski, A. Zinoviev, L. Plyuch fueron expulsados de su país. Andrei Sajarov fue exiliado a Gorki, el general Piotr Grigorenko fue internado en un hospital psiquiátrico, Markov resultó asesinado valiéndose de un paraguas envenenado.

      Frente a semejante poder de intimidación y de ocultación, las mismas víctimas dudaban a la hora de manifestarse y eran incapaces de reintegrarse en una sociedad donde campaban a sus anchas sus delatores y verdugos. Vassili Grossman23 recuerda esta desesperanza. A diferencia de la tragedia judía —donde la comunidad judía internacional ha adquirido el compromiso de conmemorar el genocidio—, durante mucho tiempo ha resultado imposible para las víctimas del comunismo y para sus causahabientes mantener una memoria viva de la tragedia, al estar prohibidas cualquier conmemoración o solicitud de reparación.

      Cuando no conseguían ocultar alguna verdad —la práctica de los fusilamientos, los campos de concentración, las hambrunas provocadas— los verdugos se las ingeniaban para justificar los hechos maquillándolos groseramente. Después de haber reivindicado el terror, lo erigieron en figura alegórica de la Revolución: «cuando se corta madera, saltan astillas», «no se puede hacer tortilla sin cascar huevos». A lo que Vladimir Bukovski replicaba que él había visto los huevos cascados pero que no había probado nunca la tortilla. Lo peor se alcanzó sin duda con la perversión del lenguaje. Mediante la magia de las palabras, el sistema concentracionario se convirtió en una obra de reeducación, y los verdugos de los educadores fueron dedicados a transformar a los hombres de la antigua sociedad en «hombres nuevos». A los zekos —término con el que se designa a los presos de los campos de concentración soviéticos— se les «rogaba», a la fuerza, que creyeran en un sistema que los convertía en esclavos. En China, el recluso de un campo de concentración es denominado «estudiante»: debe estudiar el pensamiento justo del partido y reformar su propio pensamiento defectuoso.

      Como suele suceder a menudo, la mentira no es lo contrario, stricto sensu, de la verdad y toda mentira se apoya en elementos de verdad. Los términos pervertidos se sitúan en una visión desplazada que deforma la perspectiva de conjunto: se nos enfrenta con un astigmatismo social y político. Ahora bien, una visión deformada por la propaganda comunista es fácil de corregir, pero es muy difícil volver a llevar al que ve defectuosamente a una concepción intelectual idónea. La primera impresión está cargada de prejuicios y así permanece. Como si se tratara de judokas, y gracias a su incomparable poder propagandístico —fundado en buena medida en la perversión del lenguaje—, los comunistas han utilizado la misma fuerza de las críticas dirigidas contra sus métodos terroristas СКАЧАТЬ