Название: El libro negro del comunismo
Автор: Andrzej Paczkowski
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788417241964
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A pesar de todas estas dificultades para abordar la cuestión, numerosos observadores lo han intentado. De los años veinte a los años cincuenta —y a falta de datos más fiables cuidadosamente escondidos por el régimen soviético— la investigación descansaba esencialmente en el testimonio de los tránsfugas. Susceptibles de ser alimentados por la venganza, la difamación sistemática o de ser manipulados por un poder anticomunista, estos testimonios —sometidos a la crítica de los historiadores como todo testimonio— eran sistemáticamente rechazados por los turiferarios del comunismo. ¿Qué había que pensar, en 1959, de la descripción del Gulag proporcionada por un tránsfuga de alto rango del KGB, tal y como aparecía en un libro de Paul Barton?36 ¿Y qué pensar de Paul Barton, a su vez exiliado de Checoslovaquia, y cuyo verdadero nombre era Jiri Veltrusky, que fue uno de los organizadores de la insurrección antinazi de Praga en 1945, y se vio obligado a huir de su país en 1948? Lo cierto es que al contrastarse su información de 1959 con los archivos ahora abiertos queda de manifiesto que era completamente digna de confianza.
En los años setenta y ochenta, la gran obra de Solzhenitsyn —Archipiélago Gulag y después el ciclo de los «Nudos» de la revolución rusa37— provocó un verdadero trauma en la opinión pública. Fue, sin duda, más el trauma de la literatura, del cronista de genio, que la toma de conciencia general del horrible sistema que describía. Y, pese a todo, Solzhenitsyn tuvo dificultades para atravesar la costra de la mentira, él que fue comparado en 1975 por un periodista de un gran diario francés con Pierre Laval, Doriot y Déat, «que acogían a los nazis como liberadores»38. Su testimonio, no obstante, fue decisivo para desencadenar una primera toma de conciencia, igual que el de Shalamov sobre Kolimá, o el de Pin Yathay sobre Camboya. Aún más recientemente, Vladimir Bukovski, una de las principales figuras de la disidencia soviética bajo Brezhnev, lanzó un nuevo grito reclamando, bajo el título de El juicio de Moscú, la creación de un nuevo tribunal de Nüremberg para juzgar las actividades criminales del régimen. Su libro fue acogido en Occidente con un éxito de crítica. Simultáneamente, se publicaron obras de rehabilitación de Stalin39.
¿Qué motivación, a finales de este siglo XX, pudo impulsar la exploración de un terreno tan trágico, tan tenebroso y tan polémico? Hoy en día, no solamente los archivos confirman estos testimonios puntuales sino que permiten ir mucho más allá. Los archivos internos del sistema de represión de la antigua Unión Soviética, de las antiguas democracias populares y de Camboya, arrojan luz sobre una realidad aterradora: el carácter masivo y sistemático del terror, que, en muchos casos, ha desembocado en un crimen contra la Humanidad. Ha llegado el momento de abordar de una manera científica —documentada con hechos incontestables y liberada de las cuestiones político-ideológicas que pesaban sobre ella— la cuestión recurrente que todos los observadores se han planteado: «¿Qué lugar tiene el crimen en el sistema comunista?».
Con esta perspectiva, ¿cuál puede ser nuestra aportación específica? Nuestra acción responde, en primer lugar, a un deber histórico. Ningún tema es tabú para el historiador y las cuestiones y presiones de todo tipo —políticas, ideológicas, personales— no deben impedirle seguir el camino del conocimiento, de la exhumación y de la interpretación de los hechos, sobre todo cuando estos han estado durante mucho tiempo y de manera voluntaria hundidos en el secreto de los archivos y de las conciencias. Ahora bien, esta historia del terror comunista constituye uno de los elementos mayores de una historia europea que sostendría firmemente los dos extremos de la gran cuestión historiográfica del totalitarismo. Este ha conocido una versión hitleriana pero también una versión leninista y estalinista, y no es de recibo elaborar una historia hemipléjica, que ignore la vertiente comunista. De la misma manera, no resulta aceptable la respuesta que consiste en reducir la historia del comunismo a su única dimensión nacional, social y cultural. Tampoco puede quedar esta participación en el fenómeno totalitario limitada a Europa y al episodio soviético. Se aplica igualmente a la China maoísta, a Corea del Norte y a la Camboya de Pol Pot. Cada comunismo nacional ha estado unido por una especie de cordón umbilical a la matriz rusa y soviética contribuyendo a desarrollar ese movimiento mundial. La historia con la que nos enfrentamos es la de un fenómeno que se ha desarrollado en el mundo entero y que afecta a toda la Humanidad.
El segundo deber al que responde esta obra es un deber relacionado con la memoria. Honrar la memoria de los muertos constituye una obligación moral, sobre todo cuando se trata de las víctimas inocentes y anónimas de un Moloc de poder absoluto que ha buscado borrar hasta su recuerdo. Después de la caída del Muro de Berlín y del colapso del centro del poder comunista en Moscú, Europa, continente matriz de las experiencias trágicas del siglo XX, está en camino de recomponer una memoria común. Podemos contribuir a ella por nuestra parte. Los autores mismos de este libro son portadores de esa memoria. Uno de ellos estuvo relacionado con Europa central por su vida personal, y el otro con la idea y la práctica revolucionarias en virtud de compromisos contemporáneos a 1968 o más recientes.
Este doble deber, de memoria y de historia, se inscribe en marcos muy diversos. Aquí, afecta a países en que el comunismo no ha tenido prácticamente ningún peso, ni en la sociedad ni en el poder: Gran Bretaña, Australia, Bélgica, etc. Allí se manifiesta en países donde el comunismo ha sido un poder puesto en tela de juicio —los Estados Unidos después de 1946— o ha disfrutado de cierta importancia, incluso aunque no haya alcanzado el poder —Francia, Italia, España, Grecia, Portugal—. Además, todavía continúa imponiéndose con fuerza en los países en que el comunismo ha perdido un poder que había detentado durante varias décadas —Europa del Este, Rusia—. Finalmente, su pequeña llama vacila en medio de peligros allí donde el comunismo se encuentra todavía en el poder —China, Corea del Norte, Cuba, Laos, Vietnam.
Según las distintas situaciones, difiere la actitud de los contemporáneos frente a la historia y a la memoria. En los dos primeros casos se relacionan con una actitud relativamente simple de conocimiento y de reflexión. En el tercer caso, se enfrentan con la necesidad de reconciliación nacional, con o sin castigo de los verdugos. A este respecto, la Alemania reunificada ofrece, sin duda, el ejemplo más sorprendente y más «milagroso» —basta pensar en el desastre yugoslavo—. Pero la antigua Checoslovaquia —convertida en República Checa y en Eslovaquia—, Polonia y Camboya chocan igualmente con los sufrimientos derivados de la memoria y de la historia del comunismo. Un cierto grado de amnesia espontáneo u oficial, puede parecer indispensable para curar las heridas morales, psíquicas, afectivas, personales y colectivas provocadas por medio siglo o más de comunismo. Allí donde el comunismo aún continúa en el poder, los verdugos o sus herederos llevan a cabo o una negación sistemática, como en Cuba o en China, o incluso continúan reivindicando el terror como forma de gobierno —en Corea del Norte.
Este deber de la historia y de la memoria posee indudablemente un aspecto moral. Claro que algunos podrían increparnos: «¿Quién les autoriza a ustedes a decir lo que es el Bien y lo que es el Mal?».
Según criterios que le son propios, eso es lo que pretendía la Iglesia católica cuando, apenas a unos días de distancia, el papa Pío XI condenó mediante dos encíclicas distintas el nazismo —Mit Brennender Sorge el 14 de marzo СКАЧАТЬ