Название: El libro negro del comunismo
Автор: Andrzej Paczkowski
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788417241964
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Sin embargo, los crímenes del comunismo no han sido sometidos a una evaluación legítima y normal tanto desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista moral. Sin duda, esta es una de las primeras ocasiones en que se intenta realizar un acercamiento al comunismo interrogándose acerca de esta dimensión criminal como si se tratara de una cuestión a la vez central y global. Se nos replicará que la mayoría de estos crímenes respondían a una «legalidad» aplicada por instituciones que pertenecían a regímenes en ejercicio, reconocidos en el plano internacional y cuyos jefes fueron recibidos con gran pompa por nuestros propios dirigentes. Pero ¿acaso no sucedió lo mismo con el nazismo? Los crímenes que exponemos en este libro no se definen de acuerdo con la jurisdicción de los regímenes comunistas, sino con la del código no escrito de los derechos naturales de la Humanidad.
La historia de los regímenes y de los partidos comunistas, de su política, de sus relaciones con sus sociedades nacionales y con la comunidad internacional, no se resumen en esa dimensión criminal, ni incluso en una dimensión de terror y de represión. En la URSS y en las «democracias populares» después de la muerte de Stalin, en China después de la de Mao, el terror se atenuó, la sociedad comenzó a recuperar su tendencia y la «coexistencia pacífica»; incluso si se trataba de «una continuación de la lucha de clases bajo otras formas» se convirtió en un dato permanente de la vida internacional. No obstante, los archivos y los abundantes testimonios muestran que el terror fue desde sus orígenes una de las dimensiones fundamentales del comunismo moderno. Abandonemos la idea de que determinado fusilamiento de rehenes, determinada matanza de obreros sublevados, determinada hecatombe de campesinos muertos de hambre solo fueron «accidentes» coyunturales, propios de determinado país o determinada época. Nuestra trayectoria supera cada terreno específico y considera la dimensión criminal como una de las dimensiones propias del conjunto del sistema comunista durante todo su período de existencia.
¿De qué vamos a hablar? ¿De qué crímenes? El comunismo ha cometido innumerables: primero, crímenes contra el espíritu, pero también crímenes contra la cultura universal y contra las culturas nacionales. Stalin hizo demoler centenares de iglesias en Moscú. Ceaucescu destruyó el corazón histórico de Bucarest para edificar en su lugar edificios y trazar avenidas megalómanas. Pol Pot ordenó desmontar piedra a piedra la catedral de Phnom Penh y abandonó a la jungla los templos de Angkor. Durante la Revolución cultural maoísta, los Guardias Rojos destrozaron o quemaron tesoros inestimables. Sin embargo, por graves que pudieran ser a largo plazo esas destrucciones para las naciones implicadas y para la Humanidad en su totalidad, ¿qué peso pueden tener frente al asesinato masivo de personas, de hombres, de mujeres, de niños?
Nos hemos limitado, por lo tanto, a los crímenes contra las personas, que constituyen la esencia del fenómeno de terror. Estos responden a una nomenclatura común incluso, aunque una práctica concreta se encuentre más acentuada en un régimen específico: la ejecución por medios diversos (fusilamientos, horca, ahogamiento, apaleamiento; y en algunos casos, gas militar, veneno o accidente automovilístico), la destrucción por hambre (hambrunas provocadas y/o no socorridas) y la deportación, o sea, la muerte que podía acontecer en el curso del transporte (marchas a pie o en vagones de ganado) o en los lugares de residencia y/o de trabajos forzados (agotamiento, enfermedad, hambre, frío). El caso de los períodos denominados de «guerra civil» es más complejo: no resulta fácil distinguir lo que deriva de la lucha entre el poder y los rebeldes y lo que es matanza de poblaciones civiles.
No obstante, podemos establecer un primer balance numérico que aún sigue siendo una aproximación mínima y que necesitaría largas precisiones pero que, según estimaciones personales, proporciona un aspecto de considerable magnitud y permite señalar de manera directa la gravedad del tema:
• URSS, 20 millones de muertos,
• China, 65 millones de muertos,
• Vietnam, 1 millón de muertos,
• Corea del Norte, 2 millones de muertos,
• Camboya, 2 millones de muertos,
• Europa oriental, 1 millón de muertos,
• América Latina, 150.000 muertos,
• Africa, 1,7 millones de muertos,
• Afganistán, 1,5 millones de muertos,
• Movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder, una decena de miles de muertos.
El total se acerca a la cifra de cien millones de muertos.
Este grado de magnitud oculta grandes diferencias entre las distintas situaciones. Resulta indiscutible que en términos relativos la «palma» se la lleva Camboya, donde Pol Pot, en tres años y medio, llegó matar de la manera más atroz —hambre generalizada, tortura— aproximadamente a la cuarta parte de la población total del país. Sin embargo, la experiencia maoísta sobrecoge por la magnitud de las masas afectadas. En cuanto a la Rusia leninista y estalinista hiela la sangre por su aspecto experimental pero perfectamente reflexionado, lógico y político.
Este acercamiento elemental no puede agotar la cuestión cuya profundización implica un salto «cualitativo», que descansa en una definición del crimen. Esta tiene que relacionarse con criterios «objetivos» y jurídicos. La cuestión del crimen cometido por un Estado fue abordada por primera vez desde un ángulo jurídico, en 1945, en el tribunal de Nüremberg instituido por los Aliados para juzgar los crímenes nazis. La naturaleza de esos crímenes quedó definida en el artículo 6 del estatuto del tribunal, que señala tres crímenes mayores: los crímenes contra la paz, los crímenes de guerra y los crímenes contra la Humanidad. Ahora bien, un examen de conjunto de los crímenes cometidos bajo el régimen leninista/estalinista, y después en el mundo comunista en general, nos lleva a reconocer en los mismos cada una de estas tres categorías.
Los crímenes contra la paz aparecen definidos por el artículo 6a y se refieren a «la dirección, la preparación, el desencadenamiento o la realización de una guerra de agresión, o de una guerra en que se violen tratados, pactos o acuerdos internacionales, o la participación en un plan concertado o en una conspiración para la realización de uno cualquiera de los actos precedentes». Stalin cometió sin ningún género de dudas este tipo de crimen, aunque solo fuera al negociar en secreto con Hitler, mediante los tratados de 23 de agosto y de 28 de septiembre de 1939, el reparto de Polonia y la anexión a la URSS de los Estados bálticos, de la Bukovina del norte y de Besarabia. El tratado del 23 de agosto, al liberar a Alemania del peligro de una guerra en dos frentes, provocó de forma directa el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial. Stalin perpetró un nuevo crimen contra la paz al agredir a Finlandia el 30 de noviembre de 1939. El ataque inopinado de Corea del Norte contra Corea del Sur el 25 de junio de 1950 y la intervención masiva del ejército de China comunista tienen las mismas características. Los métodos de subversión, utilizados de manera alternativa por los partidos comunistas dirigidos desde Moscú, podrían ser igualmente asimilados a los crímenes contra la paz, porque su acción ha desembocado en guerras. Así, un golpe de Estado comunista en Afganistán llevó, el 27 de diciembre de 1979, a una intervención militar masiva de la URSS, dando inicio a una guerra.
Los crímenes de guerra aparecen definidos en el artículo 6b como «las violaciones de las leyes y costumbres de la guerra. Estas violaciones comprenden, sin limitarse a estas conductas, el asesinato, los malos tratos o la deportación para realizar trabajos forzados o con cualquier otra finalidad, de las poblaciones civiles en los territorios ocupados, el asesinato o los malos tratos de los prisioneros de guerra o de las personas localizadas en el mar, СКАЧАТЬ