Название: El libro negro del comunismo
Автор: Andrzej Paczkowski
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788417241964
isbn:
El primer gran cambio en el reconocimiento oficial de los crímenes comunistas se sitúa el 24 de febrero de 1956. Esa tarde, Nikita Jrushchov, Primer secretario, sube a la tribuna del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el PCUS. La sesión es a puerta cerrada. Solo los delegados al congreso asisten a la misma. En medio de un silencio absoluto, aterrados, escuchan al Primer secretario del Partido destruir metódicamente la imagen del «padrecito de los pueblos», del «genial Stalin» que fue, durante treinta años, el héroe del comunismo mundial. Este informe, conocido desde entonces como el «informe secreto», constituye una de las inflexiones fundamentales del comunismo contemporáneo. Por primera vez, un dirigente comunista del más alto rango reconoció oficialmente, aunque solo para información de los comunistas, que el régimen que se había apoderado del poder en 1917 había conocido una «derivación» criminal.
Las razones que impulsaron al «señor K» a quebrantar uno de los mayores tabúes del régimen soviético eran múltiples. Su objetivo principal era imputar los crímenes del comunismo solo a Stalin y así circunscribir el mal y sajarlo a fin de salvar al régimen. Influía igualmente en su decisión la voluntad de desencadenar un ataque contra el clan de los estalinistas que se oponía con su poder en nombre de los métodos de su antiguo patrón, y por tanto, en el verano de 1957 estos hombres fueron apartados de todas sus funciones. Sin embargo, por primera vez desde 1934, su «muerte política» no se vio seguida por una muerte real, y se comprende, por este simple «detalle», que los motivos de Jrushchov eran más profundos. Él, que había sido el jefe máximo de Ucrania durante años y, por esa razón, había llevado a cabo y ocultado gigantescas matanzas, parecía cansado de toda esa sangre. En sus memorias29, donde, sin duda, se concede el papel de bueno de la historia, Jrushchov recuerda sus estados de ánimo: «el Congreso va a terminarse; serán adoptadas algunas resoluciones, todas formales. ¿Y qué? Aquellos que fueron fusilados por centenares de miles permanecerán sobre nuestras conciencias»30.
De repente increpa con dureza a sus camaradas:
¿Qué vamos a hacer con aquellos que fueron detenidos, liquidados? (…) Ahora sabemos que las víctimas de las represiones eran inocentes. Tenemos la prueba irrefutable de que «lejos de ser enemigos del pueblo, eran hombres y mujeres honrados, dedicados al Partido, a la Revolución, a la causa leninista de la edificación del socialismo y del comunismo. (…) Es imposible ocultar todo. Antes o después, aquellos que están en prisión, en los campos de concentración, saldrán y volverán a sus casas. Relatarán entonces a sus padres, a sus amigos, a sus camaradas lo que sucedió. (…) Por eso estamos obligados a confesar a los delegados todo sobre la manera en que se ha dirigido el Partido durante estos años. (…) ¿Cómo pretender que no sabíamos lo que sucedió? (…) Sabemos lo que era el reinado de la represión y de la arbitrariedad en el Partido y debemos decir al Congreso lo que sabemos. (…) En la vida de cualquiera que ha cometido un crimen llega un momento en que la confesión le asegura la indulgencia e incluso la absolución31.
En el caso de alguno de estos hombres que habían participado directamente en los crímenes perpetrados bajo Stalin y que, en su mayoría, debían su ascenso al exterminio de sus predecesores en la función emergía cierta forma de remordimiento. Ciertamente se trataba de un remordimiento obligado, interesado, propio de políticos, pero en cualquier caso un remordimiento. Era necesario que se detuviera la matanza. Jrushchov tuvo ese valor, incluso, aunque en 1956 no dudó en enviar los blindados soviéticos a Budapest.
En 1961, durante el XXII Congreso del PCUS, Jrushchov recordó no solamente a las víctimas comunistas sino también al conjunto de víctimas de Stalin, y propuso incluso que se erigiera un monumento en su memoria. Sin duda había traspasado el límite invisible más allá del cual se ponía en cuestión el principio mismo del régimen: el monopolio del poder absoluto reservado al Partido comunista. El monumento nunca vio la luz. En 1962 el Primer secretario autorizó la publicación de Un día en la vida de Iván Denissovich32 de Aleksandr Solzhenitsyn. El 24 de octubre de 1964, Jrushchov fue brutalmente depuesto de todas sus funciones pero no fue liquidado y murió en el anonimato en 1971.
Todos los analistas reconocen la importancia decisiva del «informe secreto» que suscitó una ruptura fundamental en la trayectoria del comunismo durante el siglo XX. François Furet, que precisamente acababa de abandonar el Partido Comunista Francés en 1954, escribió al respecto: «Ahora bien, lo que el “informe secreto” de febrero de 1956 trastorna de golpe, nada más conocerse, fue la condición de la idea comunista en el universo. La voz que denuncia los crímenes de Stalin no procede ya de Occidente sino de Moscú, y del sancta sanctorum de Moscú, el Kremlin. Ya no es la voz de un comunista que quebranta el destierro sino la del primero de los comunistas del mundo, el jefe del Partido en la Unión Soviética. En lugar, por lo tanto, de verse alcanzada por la sospecha que afecta el discurso de los antiguos comunistas, está revestida por la autoridad suprema de que el sistema ha dotado a su jefe. (…) El extraordinario poder de “informe secreto” sobre los espíritus procede del hecho de que carece de contradictores»33.
El suceso resultaba tanto más paradójico en la medida en que, desde sus orígenes, numerosos contemporáneos habían puesto en guardia a los bolcheviques contra los peligros de su actuación. Desde 1917-18, se habían enfrentado en el seno mismo del movimiento socialista los creyentes de la «Gran luz en el Este» y los que criticaban sin remisión a los bolcheviques. La disputa giraba esencialmente sobre el método de Lenin: violencia, crímenes y terror. Mientras que desde los años veinte hasta los años cincuenta, el lado sombrío de la experiencia bolchevique fue denunciado por numerosos testigos, víctimas u observadores cualificados, así como en innumerables artículos y obras, hubo que esperar a que los comunistas en el poder reconocieran por sí mismos —e incluso entonces de manera limitada— la realidad para que una fracción más amplia de la opinión pública comenzara a adquirir conciencia del drama. Se trataba de un reconocimiento tendencioso puesto que el «informe secreto» solo abordaba la cuestión de las víctimas comunistas. No obstante, era un reconocimiento que aportaba una primera confirmación de los testimonios y estudios anteriores y corroboraba lo que todos sospechaban desde hacía mucho tiempo: el comunismo había provocado en Rusia una inmensa tragedia.
De entrada, los dirigentes de muchos de los «partidos hermanos» no quedaron convencidos de que fuera preciso entrar por el camino de la revelación. Comparados con el precursor Jrushchov, dieron la impresión incluso de ir con retraso: hubo que esperar a 1979 para que el Partido Comunista Chino distinguiera en la política de Mao «grandes méritos» —hasta 1957— y «grandes errores» a continuación. Los vietnamitas no abordaron la cuestión más que con la distorsión de condenar el genocidio perpetrado por Pol Pot. En cuanto a Castro, negó las atrocidades cometidas bajo su égida.
Hasta este momento, la denuncia de los crímenes comunistas no había procedido más que de sus enemigos o de disidentes trotskistas o anarquistas. Y no había sido particularmente eficaz. La voluntad de testificar fue tan fuerte en los huidos de las matanzas comunistas como en los huidos de las matanzas nazis. Sin embargo, se les escuchó poco o nada, en particular en Francia donde la experiencia concreta del sistema concentracionario soviético no afectó directamente más que a algunos grupos СКАЧАТЬ