El capitaloceno. Francisco Serratos
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Название: El capitaloceno

Автор: Francisco Serratos

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

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isbn: 9786073043229

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СКАЧАТЬ esta contingencia es imposible en el caso del mar». Es por esto por lo que conviene detenerse un poco en la historia de los océanos para entender cómo pasaron a convertirse de una cornucopia a una amenaza con el cambio climático, tal vez la que más impactará vidas en este nuevo siglo debido al crecimiento de su inmensa masa: devorará ciudades enteras.

      Retomo las palabras de dos británicos porque su ansiedad ante el avance y enriquecimiento de otras naciones vecinas, gracias a la pesca y caza de ballenas para extraerles aceite, son síntoma de la urgencia que llevó a los europeos a usar las aguas oceánicas como pesquerías inagotables. El primero es un tal Henry Elking, autor de A View of Greenland Trade and Whale Fishery, publicado en 1722, y en el que se queja de cómo los neerlandeses, alemanes, franceses y españoles se estaban enriqueciendo gracias a la caza de ballenas y por ello urge a las autoridades británicas a autorizar viajes de caza en aguas septentrionales. Elking convenció a algunos emprendedores y se lanzó a los mares en 1724. En el curso de ocho años, comenta el historiador ambiental John F. Richards, Elking mató a ciento sesenta ballenas, pero resultaron insuficientes para obtener una plusvalía. El segundo británico es un columnista llamado Henry Schultes, quien también se queja en una pieza de 1823 de la lentitud de Inglaterra para entrar en la caza y pesca marítima, una oportunidad muy explotada por las naciones rivales antes mencionadas. Schultes escribió:

      Además de nuestro suelo productivo, los mares que nos rodean poseen una mina inagotable de riqueza —una cosecha madura en cualquier temporada del año— que no requiere labranza, semillas o estiércol, pago de renta o impuestos. Un acre de esos mares produce mucho más robusta, apetitosa y nutritiva comida que un acre de la tierra más rica; son campos que perpetuamente están listos para ser cosechados y sólo se necesita la voluntad del trabajador para levantar esa perenne cosecha dada a nosotros por la Providencia divina […] La mina que debemos explotar es en realidad inagotable; una somera inspección será suficiente para satisfacer a cualquier escéptico.

      Este tipo de ideas tenían buena referencia, ya que los rumores de una inexplicable abundancia de peces en los mares occidentales, anota Callum Roberts en The Unnatural History of the Sea, se remontan a varias décadas antes del descubrimiento de América. Los marineros y capitanes llegaban a los puertos europeos con anécdotas de copiosidad exagerada y es probable que Colón haya escuchado esos rumores con mucha atención y curiosidad; fueron esas historias las que animaron a los monarcas y a marineros a expandir los horizontes de extracción marítima. Uno de los primeros registros es, por ejemplo, el del marinero y explorador italiano Giovanni Cabot, quien bajo el mandato del rey Henry VII de Inglaterra, se dice que descubrió las costas nórdicas de América, específicamente la Isla de Terranova, en 1497; al volver a la isla británica, esparció los rumores de la gran abundancia de peces que encontró. El embajador de Italia, comenta Roberts, inmediatamente envió una misiva al duque de Milán que decía: «Afirman que en los mares aquellos hay un enjambre de peces que pueden ser sacados no sólo con una red, sino con una cubeta sumergida con piedras en el agua […] dicen que trajeron tanto pescado que este reino no tendría más necesidad de Islandia, que es de donde traen gran cantidad de un pez llamado pescado seco». Para 1504, barcos franceses, portugueses y vascos ya se encontraban pescando en las aguas cercanas de la isla de Terranova y, en la medida que los viajes se multiplicaban por el Atlántico, los marineros llegaban no sólo cargados de bitácoras pletóricas de anécdotas impresionantes sino también de toneladas de peces.

      Fue gracias a esta abundancia que los europeos occidentales cambiaron una dieta basada principalmente en fruta, legumbres, granos y vegetales. Si bien los mariscos eran una buena fuente de proteína bien conocida, su consumo en realidad era muy limitado después del Imperio Romano por varias razones poco conocidas, argumenta Brian Fagan en Fishing: How the Sea Fed Civilization, quien coincide con la teoría de Roberts en que el incipiente consumo y consecuente colapso de las pesquerías se debió a causas religiosas, sobre explotación gracias a nueva tecnología y de degradación ambiental de aguas dulces. El cristianismo, por su lado, promovía la dieta pescatoriana debido a la prohibición de carne roja en determinados días sacros. Los credos benedictinos, de la orden religiosa homónima que básicamente evangelizó Europa a partir del siglo VI, dictaban que la carne de pescado era menos «carnal» en el sentido de que disminuye las pasiones carnales. Estas creencias tuvieron un impacto inmediato en los mercados locales, pues la oferta de pescado incrementó drásticamente en la medida que los días de observancia aumentaron en el calendario durante la Edad Media y los pescadores, ante la demanda, comenzaron a desarrollar mejor tecnología de pesca. Además, esta transición dietética coincidió con el llamado «período cálido medieval», aproximadamente entre los años 1000 y 1200, lo que facilitó la cría y pesca de ciertas especies como el bacalao. Las redes a la deriva, aunadas a la mejora de los barcos pesqueros cuya capacidad aumentó considerablemente y la proliferación de acequias para agricultura, fueron poco a poco agotando los ríos británicos, alemanes y franceses. Algunos peces desaparecieron en ciertos tramos de agua, mientras que otros se tornaron precarios y por ello se convirtieron en delicias destinadas exclusivamente para la nobleza; los casos más famosos son los de Francia e Inglaterra que decretaron la exclusividad del esturión para los monarcas de esos reinos y la orden religiosa cisterciense, la cual se comunicaba con lenguaje de señas, usaba el mismo signo para el esturión que para el orgullo. Incluso los chefs medievales experimentaban con recetas para simular la carne de pescado con la de res; al menos media docena de libros de cocina de la época, añade Lorraine Boissoneault, incluyen recetas para convertir la ternera en imitación de esturión para señores y señoras adinerados.

      Así, ante la escasez de un alimento tan sano y además dotado de beneficios espirituales, esos monarcas contrataron marineros valientes dispuestos a aventurarse en los mares desconocidos. Los primeros bancos pesqueros fueron los mares septentrionales, recuérdese la carta del embajador italiano en Inglaterra: Islandia, Noruega y Dinamarca. Entre los años 950 y 1000, Islandia y Noruega, indica Fagan, desarrollaron una industria pesquera internacional, un fenómeno llamado «el horizonte pesquero» (fish event horizon) por el arqueólogo ambientalista James Barret, quien ha demostrado por medio de espinas encontradas en Londres que los pescados consumidos —sobre todo el bacalao— por los ingleses en esos años provenían en cantidades mayores de los mares del norte. Aunque el inglés era el mercado más dinámico, la pesca estaba en manos de otros países antes mencionados, pero sobre todo por la federación comercial de la Liga Hanseática a partir del siglo XIV, de ahí la queja de los columnistas citados anteriormente. A partir del siglo XV, los que dominarán la industria serían los Países Bajos gracias a la mejora de técnicas en la manufactura de madera de roble y pino —importada principalmente de Noruega, como más adelante explico— para la construcción de barcos de mayor eficiencia de transportación de mercancías, entre ellos el velero filibote (fluyt), el favorito de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, y la introducción de un barco llamado «haringbuis» especialmente diseñado para la pesca de arenques en los mares del norte; para el año 1600, apunta Fagan, había ochocientos de estos barcos con una capacidad de cubierta, cada uno, de entre 70 y 1 000 toneladas de carga. El arenque, probablemente el primer pez pescado industrialmente, representaba el 9% de la economía neerlandesa y era vendido hasta en ciudades del sur de Europa como Roma, pero las pesquerías del Báltico y del Mar del Norte, asediadas por cientos de barcos, fueron consecuentemente diezmadas.

      La copiosa biodiversidad de otros mares supliría la demanda y ya no sólo de esturión sino de otras nuevas especies de animales marinos que pronto entraron en el paladar y mercado europeos, como las tortugas del Caribe y los elefantes y lobos marinos, estos últimos encarecidamente cazados por su piel. La caza comercial de elefantes y leones marinos y focas se abrió por todo el Atlántico, primero en el norte y luego en el hemisferio sur a finales del siglo XVIII cuando la evidente abundancia atrajo a los navegantes. Tómese como simple ejemplo el testimonio del explorador francés François Péron cuando describió elocuentemente la caza en las Islas Shetland, en el Atlántico Norte: «En este lugar yermo la población de lobos marinos era tanta que se estimaba que podía proporcionar una ganancia de 100 mil pieles en un año», pero luego lamenta que en apenas dos años, de 1821 a 1822, fueron asesinados hasta trescientos veinte mil animales: «Mataron a todos y a СКАЧАТЬ