Camilo, señor de la vanguardia. William Gálvez
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СКАЧАТЬ como obrero en Cuba y Estados Unidos, hasta consolidarse definitivamente entre la gente humilde que habitaba su marco de operaciones guerrilleras y junto a Fidel, el Che y otros dirigentes de la Revolución.

      Camilo, por tanto, además de encarnar a uno de los más grandes combatientes de nuestra segunda guerra por la real independencia de la patria, fue también un exponente del pensamiento avanzado que guiaba el proceso revolucionario cubano, una de sus figuras más preclaras desde los tiempos de la lucha armada y uno de los más firmes impulsores en tomar y mantener el camino que culminara con la liberación definitiva de las clases sociales tradicionalmente explotadas por el capitalismo.

      La lectura de este libro proporciona la evidencia sin equívocos de que sus ideas quedaron históricamente enfiladas hacia las posiciones ideológicas más progresistas de la época contemporánea, a pesar de su muerte prematura y de que sus posibilidades para expresarse estuvieron condicionadas por el certero realismo que, siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de Fidel, teníamos el deber de adoptar en aquella coyuntura del año 1959, de manera que –como dijera posteriormente el propio Fidel–, se hiciera posible “sorprender al imperialismo por un flanco”.

      Esta es la figura que, paso a paso, se va perfilando para el lector, sin que ello quiera decir que con este título se agota la necesaria tarea investigativa que impone la personalidad y la significación de Camilo en la Revolución Cubana.

      Continuar esta tarea es muy importante para el trabajo educativo de nuestra juventud, porque unido al marxismo-leninismo, el conocimiento y estudio riguroso de nuestra historia deben representar un sustancial elemento formativo de su firmeza de carácter y de sus principios político-ideológicos.

      Para los jóvenes cubanos, obras como Camilo, señor de la vanguardia, deben figurar siempre entre sus mejores libros de cabecera, convertidos en preciados instrumentos de inspiración y compromiso para el presente y el futuro.

      En estas páginas, encontramos la descripción del hogar donde nació Camilo. Las dificultades económicas de la familia hablan por sí solas de su procedencia social de las capas más humildes y explotadas de nuestra población: “… tuvo que mudarse muy a menudo, por no contar con dinero para pagar el alquiler de la vivienda”.

      También, comprobamos que una de las primeras influencias políticas que recibió en su vida, como coinciden en señalar todos los que lo conocieron en aquellos tiempos, provino del ambiente obrero de su casa, en especial, de su padre Ramón Cienfuegos: “yo realizaba actividades sindicales en la Unión de Operarios y Sastres durante el gobierno de Menocal y ya había publicado un manifiesto a favor de los soviets que se intitulaba: La Revolución Rusa se extenderá por todo el mundo”.

      Pasando las hojas, aparece la convulsa década del cuarenta, marcada después de la Segunda Guerra Mundial, por el inicio de la llamada “guerra fría” y las campañas anticomunistas, que intensificaron en nuestro país la brutal represión contra los verdaderos líderes obreros, situación que no transcurrió ajena a la conciencia en formación de Camilo adolescente: “… el asesinato del inolvidable Jesús Menéndez, militante comunista (…) Camilo participó en actos de protesta por este asesinato”.

      La cada vez más difícil situación económica de la familia lo detuvo en octavo grado de la escuela y paralizó la vocación profesional de su vida: “En octubre de 1949, ingresa en la escuela anexa de San Alejandro. Solo permanece allí tres meses, pues no puede continuar los estudios. Debe comenzar a trabajar y su propósito de estudiar escultura queda atrás”. El libro nos ayuda a saber cómo experimentó en carne propia las penalidades de la clase obrera, a la que se incorporó realizando las tareas más modestas y peor remuneradas: “… su primer trabajo fue el de mozo de limpieza en la tienda de ropa El Arte”.

      En Estados Unidos, como emigrado por razones económicas, conoció la explotación de sus hermanos latinoamericanos, agrupados allí por las mismas causas: “… en Estados unidos realizó infinidad de trabajos: se empleó como mozo de limpieza, limpiador de cristales, empacador, dependiente de bares y restaurantes”. Pero, además, allí conoció el verdadero significado de los conceptos martianos sobre las entrañas del monstruo imperialista y ya en una carta que escribió en 1954, desenmascara el frívolo rostro maquillado de la sociedad de consumo: “… esto está cada vez peor… no hay trabajo, todo carísimo y, por ende, este frío que parte el alma a cualquiera”.

      La narración de su juventud nos lleva a fines de 1955 y principios de 1956, cuando participó en actividades de masas contra la tiranía. Fue herido de bala durante una manifestación estudiantil y fuertemente golpeado en otra, donde terminó detenido por el cuerpo represivo anticomunista que orientaba directamente la Embajada de Estados Unidos en Cuba: “… según nos subían al carro nos daban golpes. Ya dentro me dieron una patada en la cara. En el BRAC, nos tuvieron como seis horas, nos tomaron las huellas, mil preguntas y me retrataron con un cartelito que decía: comunista”.

      A partir de este momento –como bien situado queda en el libro–, Camilo completó su convicción de que la insurrección armada proclamada por Fidel contra la tiranía, constituía el único camino para liberar definitivamente a Cuba. Regresó a Estados Unidos y manifestó esa disposición en carta a un amigo, en mayo de 1956: “… mi único deseo, mi única ambición es ir a Cuba a estar en las primeras líneas cuando se combata por el rescate de la libertad”.

      Su nombre figuró entre los últimos de la lista del Granma, pues cuando llegó a México no iba enviado por el Movimiento 26 de Julio, solo conocía a uno de los expedicionarios y ya los preparativos estaban listos. En honor a la verdad, Camilo se hizo de un lugar en la expedición por su tenacidad y su singular capacidad de persuasión.

      Fue por estos días cuando expresó en una carta su célebre frase “esos que luchan, no importa dónde, son nuestros hermanos”, enunciadora desde entonces del espíritu internacionalista que lo animó hasta su muerte.

      En el libro, se narran cronológicamente sus hazañas extraordinarias, primero en la Sierra y después en los llanos del Cauto, hasta culminar en la proeza de la Invasión y en la campaña de Las Villas. De tal manera, en algo más de un año, se convierte en uno de los más destacados comandantes del Ejército Rebelde, grado máximo en nuestra guerra revolucionaria. Su audaz paso por los llanos orientales quedó sintetizado con palabras sencillas en su diario de campaña: “… hemos peleado unas cuantas veces y hemos ganado todas las peleas”.

      Pero no solo la dura tensión de las marchas y los combates ocupaban la atención de este jefe insurrecto, aún destinaba tiempo para atender los problemas sociales de la zona, en la que fue un azote para los explotadores y un defensor para los explotados: “… por la noche Camilo realiza un recorrido. Visita a los campesinos y al dueño de la arrocera. Le han informado que los jornales que este paga son miserables y le plantea la necesidad de que pague lo justo o de lo contrario las fuerzas rebeldes apoyarán a los obreros en una huelga”.

      A esta etapa corresponden algunos de los intercambios epistolares con el Che, que evidencian la estrecha amistad, la identificación ideológica y la mutua y fraterna consideración que los unía.

      El recuento de sus actividades en la entonces provincia de Las Villas, como parte de la épica Invasión, sirve quizá como punto decisivo para demostrar la extraordinaria madurez política que en 1958, con apenas 26 años de edad, había alcanzado Camilo.

      Al llegar con sus hombres a esa zona, aplicó ejemplarmente la línea trazada por Fidel de unidad con todos los revolucionarios que combatían a la tiranía, sin exclusiones de ningún tipo.

      Su íntima y fraterna relación con los comunistas de la región y las importantes tareas que confió a estos –cuando otros todavía recelaban de ellos por prejuicios ideológicos–, es una prueba irrebatible de la conciencia revolucionaria que, СКАЧАТЬ