Название: El castillo de cristal I
Автор: Nina Rose
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9789561709249
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—Ve con cuidado.
—Siempre.
Era casi medianoche cuando Rylee salió por fin del taller de Greyson. Sus pantalones se le habían ensuciado con cera, pero afortunadamente no era muy notorio; además, el señor Greyson le había regalado varias velas perfumadas para que llevase al burdel —o más específicamente a Ruby, que parecía ser el amor platónico de medio Villethund.
—¡Qué hambre! —le dijo a Ánuk—, hagamos una parada donde Nan. Me muero por un trozo de su pastel de pollo.
—Y yo por un estofado de conejo.
La Posada de Nan era la más famosa del sector del puerto. Legendarias eran las sopas de mejillones y albacora cuyo ingrediente secreto ni el más experimentado paladar había podido descifrar. El lugar funcionaba como un enorme barco, donde Nan era la Capitana y su familia, su leal tripulación; pero también eran el tesoro más grande de la buena mujer y eso hacía que el lugar fuese seguro y cómodo.
Evanna “Nan” Pezzi tenía ojos despiertos y severos y sonrisa franca. Sus brazos estaban curtidos por los costales de harina y los cajones de verduras que cargaba sin resoplar, pero también estaban entrenados para abrazar a su familia como solo una matriarca de tomo y lomo era capaz de hacer. Su corazón era del tamaño de una montaña; era del tipo de persona que acogía a los desesperados y tristes, daba comida a los pobres —nunca sobras, lo consideraba un insulto— y protegía a sus clientes como extensiones de su familia. Por eso último en la posada jamás se armaban trifulcas, pues bastaba una palabra dura, un grito obsceno o un amago de puñetazo para que Nan abandonara su cocina y saliera a sacar a punta de patadas y cucharazos a quien fuera que estuviera alterando los ánimos.
Viuda hacia diez años, Nan tenía cinco hijos: las mellizas Netty y Lianna y sus muchachos Tristán, Moses y Leo; entre todos le habían regalado catorce nietos y dos bisnietos. Todos trabajaban allí pues no querían dejar a su madre sola; la amaban con el alma y deseaban aprovechar todo tiempo que tuviesen con ella. Ya habían perdido esa oportunidad con su padre y no querían repetir el mismo error.
Cuando entró, a Rylee la recibió el aroma a especias, vino dulce y sal y los ojos vivaces del pequeño hijo de Leo, Robi.
—“¡Daili!”—le sonrió sin poder pronunciar correctamente su nombre— ¡”benvenida” posada nana!
—Gracias pequeño señor —rió Rylee acuclillándose frente al pequeño—, ahora ve a la cocina y dile a Nan que quiero un trozo de pastel de pollo y un plato de estofado de conejo. ¿Puedes hacer eso por mí?
—“¡Clado!” —aseguró el pequeño Pezzi— ”¡Podllo” y conejo “pada” “Daili!” —se alejó gritando hacia la cocina.
Se sentó en una mesa vacía, la más alejada del fuego. El calor no era un problema cuando una tiene a un wolfire al lado, se dijo. Su pedido llegó un rato después, servido por Dominic, un muchacho de 17 años, hijo de Tristán, quien siempre se las arreglaba para llevarle la comida cuando iba y así tener una excusa para hablarle. Sin embargo, el pobre era tan torpe y tímido, que terminaba botando comida en la mesa y saludándola de forma incómoda antes de irse colorado como un tomate, con la cabeza gacha y chocando con todo el mundo.
—Pobre —dijo Ánuk mientras lo veía alejarse— me pregunto si alguna vez te alcanzará a preguntar cómo estás antes de botar alguna cosa.
El pastel estaba delicioso y, por lo rápido con que Ánuk lo devoró, también el conejo. Rylee se estiró satisfecha y se dispuso a disfrutar lo último de su cerveza cuando Moses llegó a su mesa, luciendo un poco pálido.
—¡Moses! ¿Cómo estás?
—Bien, Rylee, gracias. ¿Todo bien con la comida?
—Todo perfecto —le dijo mientras le pagaba.
—Bien, bien —se veía nervioso.
—Oye, ¿estás bien?, ¿pasa algo?
—Hay un cliente que está preguntando por la Chica Sombra. Dice… dice que tiene un trabajo importante que ofrecer.
—De acuerdo, iré a verlo, ¿dónde está? —dijo mientras se bebía la cerveza de golpe.
—Arriba. Rylee —le dijo deteniéndola mientras ella se levantaba de la silla—, él es extraño. Es un forastero, parece peligroso, me dieron escalofríos de solo oírlo hablar, nena, ten cuidado.
—Ánuk me protegerá.
—Me temo que este tipo puede lastimarlas a ambas si se lo propone —dijo con preocupación—. Si sucede algo, grita. Estaré al pendiente y mantendré a un par de los chicos al pie de las escaleras solo por si acaso. No confío en él.
—Gracias —desde que era pequeña, antes de irse a vivir a la ciudad, los Pezzi habían cuidado de ella. Ahora, aún sabiendo a qué se dedicaba, no la juzgaban tampoco, aunque siempre le decían que sus cualidades podían ser mejor utilizadas en trabajos más honrados.
Llegaron a los pies de la escalera que daba a la azotea, un lugar privado y exclusivo, lo que significaba que era costoso. Era para clientes adinerados que buscaban intimidad y aislamiento y que, a su vez, deseaban disfrutar de la vista al mar y el espacio relajante de la terraza abierta. Los gemelos de Netty, enormes y musculosos, estaban a cada lado y la miraron de forma significativa, comunicándole en silencio que estarían atentos a cualquier eventualidad.
A Rylee le sorprendió un poco la seguridad. Había tenido clientes peligrosos y complicados, pero esta vez los Pezzi parecían sentirse realmente amenazados por el tipo que la esperaba arriba. Subió los peldaños seguida de Ánuk, a quien podía escuchar olfateando el aire.
—No lo huelo, Rylee —susurró.
Silencio. Demasiado silencio. Había algo extraño en el ambiente, una sensación de ser observada.
—¿Hola? Me dijeron que me buscaba —le dijo al aire.
De ninguna parte, apareció a su lado una figura alta y delgada; Rylee sintió como si alguien hubiese abierto de repente una caja llena de hielo. Ánuk gruñó hacia el hombre, consternada a su vez por no haberlo sentido acercarse.
—Me dijeron que la famosa Chica Sombra era joven —su voz era suave y profunda—, pero es agradable ver que además es hermosa.
—La famosa Chica Sombra es eficiente también —agregó Rylee molesta—. Si no le importa me gustaría que habláramos sobre el trabajo que desea encargarme. Es tarde y estoy cansada.
—Ah, una joven directa —se admiró el hombre—. Muy bien, sentémonos —le indicó la pequeña mesa de la terraza. De manera cortés le ofreció la silla, la acomodó y se sentó frente a ella, bajándose la capucha negra y soltándose del cuello una bufanda del mismo color.
Rylee pudo ver entonces el rostro de su interlocutor. No debía tener más de cuarenta años, pero su pelo era blanco y reluciente, corto a excepción de una trenza que le colgaba tras la oreja izquierda. Era guapo, de rasgos suaves y afilados pero masculinos; una cicatriz marcaba su mejilla derecha y, extrañamente, lo hacía ver aún más atrayente. Sus ojos eran verdes, alargados y penetrantes; a Rylee le parecieron fríos y peligrosos. Se sentía intimidada СКАЧАТЬ