Shakey. Jimmy McDonough
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Название: Shakey

Автор: Jimmy McDonough

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

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isbn: 9788418282195

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СКАЧАТЬ cupé. El interior del bus, diseñado bajo la supervisión de Young para que se asemejara al esqueleto de un pájaro gigante, estaba profusamente decorado con madera tallada a mano, incluida la mismísima asa de la puerta del microondas. Sobre las grandes lunas delanteras reposaba un enorme ojo de águila de bronce. «Mira que este bus está jodido y pasado de rosca», me dijo Young con una sonrisa burlona. «Que es exactamente como estaba yo a mediados de los setenta cuando lo construí.»

      El conductor, Joe McKenna, se ocupaba de que Pocahontas estuviera impecable para cuando llegara Neil. Joe era un irlandés panzudo de canoso tupé y tenía una voz más grave que el croar de un sapo. A este apasionado del golf pocas cosas le inmutaban y parecía ejercer un efecto relajante en Neil, que una vez lo apodó «El Leprechaun de la Suerte». McKenna consiguió superar un cáncer después de que Young le ayudara a encontrar un tratamiento médico alternativo. «Neil Young me salvó la vida», me dijo. «Pon eso en tu libro.»

      Junto al volante colgaba un letrero donde se leía en letras mayúsculas y en negrita: NO DERRAMES LA SOPA. Yo no habría conducido ese autobús ni por todo el amor, dinero o drogas del mundo. Shakey no le quitaba los ojos de encima a Pocahontas. Se sabía todas sus abolladuras y marcas de memoria, y en caso de producirse una nueva, exigía ser informado de inmediato.

      Pensé que debía de tener una relación muy especial con los conductores del autobús, pero Bob Sterne, el tour manager, me sacó de dudas. «Francamente, creo que con el que tiene la relación muy especial es con el bus», dijo Sterne, un tipo robusto y barbudo que no se andaba con tonterías, al que se le pelaba la nariz continuamente y que lucía una camiseta de «Cruex, pomada para la tiña inguinal». Sterne y McKenna no eran lo que se dice uña y carne, ya que Sterne se pasaba la vida intentando averiguar lo que hacía el esquivo Young, y parte del trabajo de McKenna consistía en mantener a todo el mundo alejado de su patrón.

      Bob conocía de sobra esa tarea y tenía empapelada su oficina provisional en el L.A. Sports Arena con carteles del tipo «SI QUIERES UN PASE PARA EL BACKSTAGE, QUE TE DEN». Sterne era duro de roer por exigencias del guion. «Neil nunca hará lo que crees que va a hacer o lo que dijo la semana pasada; este no es un trabajo al alcance de cualquiera y los que vienen aquí solo por el sueldo duran poco.»

      A Young le encanta tener a todo el mundo en guardia. «Neil ha llegado a decirme: “Recoge todas las listas de canciones y tíralas a la basura”, y eso me lo decía quince minutos antes del concierto», comentaba Sterne. «Y no se refería solo a la lista de canciones del grupo, se refería también a la de los técnicos de luces, a la de los técnicos de sonido; a toda y cada una de las listas de canciones que había en el edificio.»

      Sentado en la oficina a poca distancia de Sterne estaba Tim Foster, el encargado del escenario y roadie principal de Young. Foster llevaba trabajando para Young —no de manera regular, pero sí con mucha frecuencia— desde 1973. Con un mentón como el de Dick Tracy, bigote y gorra de béisbol calada hasta los ojos, Foster era un tipo parco en palabras al que no se le escapaba una. «Tim nunca se pone nervioso», explicaba Sterne. «Sabe que para Neil no hay calendario que valga.»

      Tim Mulligan atravesaba el laberinto del backstage rumbo a la mesa de mezclas del estadio. El pelo largo, el bigote y las gafas de sol le daban un aspecto de Dobbie Brother en versión huraña a más no poder. Mulligan no se sorprende por nada; lleva décadas trabajando en los discos de Young y mezclando su sonido en directo. «Los productores y los ingenieros de sonido vienen y van», contaba Sterne, «pero Mulligan sigue ahí y se abstiene de opinar.» Tim vive solo en el rancho de Young, sin teléfono. «La lealtad de Mulligan es increíble», afirmaba «Ranger Dave» Cline, colaborador de Young desde tiempos inmemoriales. «Rezuma Neil por todos los poros, es lo que da sentido a su vida.»

      Tardé años en ganarme la simpatía de Mulligan, y ni aun entonces accedió a concederme una entrevista; se limitó a contestar unas pocas preguntas de manera lacónica. Hacer hablar a cualquier miembro del equipo de Young era como entrar en la Mafia. Sentían por él una devoción extraordinaria y, aunque todos habían sufrido ya en sus propias carnes los tremendos bandazos propios del carácter de Neil, la mayoría llevaba décadas en su puesto. Además, todos ellos eran muy peculiares. «Unos tipos curiosos», como diría Young. «Todos son Neil», decía Graham Nash. «Todos ellos representan una parte de la personalidad de Neil.»

      «A Neil le gusta rodearse de gente extravagante», comentaba Elliot Roberts, mánager de Young desde finales de los sesenta. «Creo que el estar rodeado de gente extravagante le hace pensar que su propia extravagancia no es para tanto y lo ve en plan: “Vale, estoy haciendo el pino, pero ¿qué me dices de estos dos tíos que tengo al lado que están haciendo el pino en pelotas?”.»

      Roberts iba ya por la llamada telefónica número noventa y seis del día y, a juzgar por el grado de agitación de su melena canosa, lo mismo podía estar devorando a un subordinado de cualquier discográfica que a punto de cerrar un negocio de un millón de dólares. No muy lejos de allí, merodeaba por el escenario enfundado en sus gafas de sol el barbudo de David Briggs —el productor de Young—, cigarro en mano cual auténtico macarra y con pinta de ser el mismísimo diablo. Briggs y Roberts eran los motores gemelos que alimentaban el hot-rod de Neil Young. Ambos infundían temor, incluso odio en ocasiones, poseían un instinto asesino y llevaban con Neil casi desde el principio. Roberts era un genio a la hora de exprimir al máximo la carrera de Young y Briggs hacía lo propio con su música. Decir que estos dos no siempre se entendían es quedarse corto.

      Roberts y Briggs eran dos de los personajes más extravagantes del conjunto, unos tipos difíciles y complicados, pero lo cierto es que esto podía hacerse extensivo a casi todo individuo y objeto que poblaba el universo de Young. «Hagamos un repaso a todo el tinglado que se ha montado Neil: el rancho, la gente con la que toca», comentaba Bryan Bell, un genio de la informática que trabajó mucho con Young a finales de los ochenta. «Digamos que la palabra “fácil” no tiene cabida en su vocabulario.»

      «Trabajar con Neil es maravilloso por muchas razones y muy difícil por el mismo número de razones», comentaba Roger Katz, antiguo capitán del barco de Young. «Es capaz de controlarlo casi todo.» En palabras de David Briggs: «Trabajar con Neil no es divertido en absoluto —la diversión no forma parte de la ecuación—, pero produce una gran satisfacción.»

      Le pregunté al técnico de guitarra de Young, Larry Cragg, cuál había sido la gira más dura. «Todas», respondió. «Todas han sido durillas, lo que hace que, por comparación, trabajar para cualquier otro sea pan comido. Las giras se salen de lo común, la música, las películas; todo se sale de lo común. Aquí hacemos las cosas de manera distinta. Es lo que hay.»

      Cragg le estaba haciendo unos ajustes al equipo de guitarra de Young, que ocupaba un pequeño espacio al fondo del escenario. Había unos cuantos amplis desperdigados: un Magnatone, un Baldwin Exterminator enorme a transistores, un reverb externo Fender y la protagonista absoluta: una pequeña caja deteriorada por el paso del tiempo, recubierta de tweed raído, cosecha de 1959. «El Deluxe», masculló el técnico de amplis Sal Trentino con mucho respeto. «Neil tiene cuatrocientos cincuenta y seis Deluxe idénticos, pero ninguno suena ni de lejos como este.» Young lleva en el ampli unas válvulas más grandes que las de serie, y Cragg tiene que colocar unos ventiladores portátiles en la parte trasera para evitar que se fundan. «La verdad es que está siempre a punto de petar, y así es como suena: a tope, con la señal saturada y como si fuera a reventar.»

      Young tiene su propia manera de percibir la electricidad. En Europa, donde la corriente eléctrica es de sesenta ciclos en lugar de cincuenta, como en Estados Unidos, es capaz de precisar la fluctuación en grados con total exactitud. Cragg no daba crédito: «Me dice, “Larry, la potencia que sale de los altavoces es de ciento diecisiete voltios, ¿correcto?”. Así que voy a medirlo y, efectivamente, así era. Es capaz de captar la diferencia.»

      Las СКАЧАТЬ