Shakey. Jimmy McDonough
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Название: Shakey

Автор: Jimmy McDonough

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

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isbn: 9788418282195

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СКАЧАТЬ empezó a resultar demasiado pesada para el enclenque cuerpecillo de Neil, la familia Young alquiló un chalet en New Smyrna Beach por cien dólares al mes. Salieron de Canadá en coche el 26 de diciembre y llegaron a Florida el día de Año Nuevo de 1952, donde permanecieron hasta el mes de mayo, lo que le permitió a Neil recuperar fuerzas gracias al potente sol y extraer sus primeras impresiones acerca de Estados Unidos.

       Tenía mucho miedo. No podía moverme bien; tenía que pasar muchísimo tiempo tumbado y quieto, recostado en la cama apoyado en varios almohadones; y cuando me quedaba dormido, me caía y me hacía daño. Era muy pequeño y no tenía ni puta idea de qué pasaba, solo recuerdo estar allí tumbado, medio paralizado y que el médico vino a verme esa mañana, y ese mismo día nos subimos al coche. Yo iba tumbado en el asiento de atrás, durmiendo. Fuimos a Toronto de un tirón: mi padre al volante y mi madre de copiloto. Era una noche lluviosa, de tormenta. Me ingresaron en el hospital, y fue llegar a la sala de espera —ya con la ropa de hospital y toda la pesca— y venir a por mí para llevarme corriendo a la mesa de operaciones. En seguida me practicaron una punción lumbar, eso que hacen para sacar líquido raquídeo de la columna; fue lo que más me dolió… Seguramente porque no soportaba las agujas.

       La polio me dejó el cuerpo medio jodido y el lado izquierdo se quedó un poco tocado; tengo una sensación diferente a la del lado derecho. Si cierro los ojos, la verdad es que no te puedo decir dónde está mi lado izquierdo, pero al cabo de los años me he ido dando cuenta de que casi seguro que está muy cerca del lado derecho… Seguramente a su izquierda.

       Creo que por eso empezó a parecer que era ambidiestro, porque la polio me afectó el lado izquierdo y yo creo que era zurdo cuando nací. Así que lo que hice fue utilizar el lado débil como si fuera el dominante, ya que el fuerte había quedado dañado.

       Nunca me lo planteé en serio de pequeño, pero creo que, si le hubiera puesto empeño, la arquitectura habría sido pan comido. Lo único que no sé hacer es dibujar; puedo hacer bosquejos, pero son muy básicos, desprovistos de todo detalle. Siempre dibujaba el mismo barco: tenía una proa muy grande que se iba reduciendo poco a poco y acababa en una cosa minúscula con un motor; era como una cuña. La hice así para que sobresaliera del agua, para que pareciera que casi toda la proa fuera como volando, y que solo quedara en contacto con el agua aquella popa tan minúscula, pero no tuve en cuenta para nada cosas como el viento, por ejemplo, je, je. El plano tenía unos fallos garrafales. Me gustaba dibujar las cosas que quería construir; hacía planos para veleros, para lanchas motoras…

       Siempre me ha gustado construir cosas. Me gusta tener a gente trabajando, que haya actividad —la creatividad—, que haya gente trabajando y cobrando un sueldo por crear algo, y que se sienta a gusto con lo que hace.

       Me gustan Frank Lloyd Wright y Gaudí… Cosas de la arquitectura antigua, como la azteca; los indios y la arquitectura del tipi, que es muy básica, muy simple. ¿Te imaginas lo increíble que sería dar con algo que se pudiera usar de la misma manera que los indios usaban el tipi? Figúrate lo que supondría dar con una cosa así. La arquitectura no se limita a reflejar la idea de una persona, sino que abarca toda la época y el lugar a los que pertenece esa civilización. La arquitectura supera al artista en importancia, mientras que en otras ramas de las artes, los límites no están tan bien definidos, como, por ejemplo, en el rock and roll, ¿no?

       Recuerdo el viaje en coche a Florida y ver todos aquellos coches nuevos. Ir allí en el invierno del 52 y ver un flamante Pontiac del 53. Joder, tío, cómo flipé. Tenía aquellas dos barras laterales, era una cosa increíble. Los coches canadienses eran como los americanos, pero nunca veíamos tantos modelos nuevos. Además, a Canadá normalmente llega lo peor de la gama; la gente no se podía permitir nada mejor porque era demasiado caro. Recuerdo ver todos aquellos coches que solo había visto en fotos y que allí estaban por todas partes, los más molones. «¡Vaya flipada! ¡Mira eso!» Me sabía los nombres de todos los coches, todas las marcas, todos los modelos, el año de fabricación, si era el modelo más puntero o no; me conocía todos los putos coches que había en circulación.

      Me encantan los coches antiguos, de los años 40, de los 50. Menudos cochazos, son heavy metal; pero los coches nuevos también me encantan, porque me llevan a donde yo quiero. Me encanta viajar. Me enganché a aquellos viajes con cinco o seis años, creo que por culpa de papá. Siempre he tenido el gusanillo de la autopista. Me encanta.

      —Y los coches que viste aquí, ¿qué te hicieron pensar de Estados Unidos?

      —Pues que aquí los sueños se hacen realidad, je, je. ¿Qué quieres que te diga?

      «No éramos lo que se dice una familia unida», comentaba Scott Young. «Había demasiados choques de egos.» La familia de Neil, tanto la rama paterna como la materna, estaba compuesta por toda una serie de personajes muy independientes y sin pelos en la lengua que no siempre hacían buenas migas, especialmente las mujeres. La rivalidad entre Rassy y Merle, la mujer de Bob, continuaba inalterada. Para Rassy, Merle seguía siendo aquella puñetera extranjera que tiempo atrás mostró sus preferencias por su marido. Las reuniones familiares de Scott y Bob eran extenuantes. «Había un estrés bestial cuando Rassy estaba presente», decía Stephanie Fillingham, la prima de Neil. «Los niños poco menos que se escondían.»

      En una de aquellas visitas, Bob entró en la cocina de su hermano dispuesto a darle conversación a Rassy, sin más. «Le dije: “Buenos días, Rassy. ¿Qué tal todo?” Y me contestó: “¿A qué puñetas viene tanto sarcasmo?”.»

      Luego le tocó el turno a Merle, cuando uno de los críos empezó a llorar. «Rassy se puso hecha una furia, en plan: “Haz callar al niño, que va a molestar a Scott”. Santo cielo, menudas nos las hizo pasar Rassy. Y Merle no estaba dispuesta a aguantarla, así que recogimos y nos fuimos. Scott se quedó llorando en el porche. Decía que se estaban peleando las dos personas a las que más quería —Rassy y Merle— y nos rogó que nos quedáramos.»

      Escenas de este tipo pasaron factura al matrimonio. En un momento dado, Scott buscó refugio en la familia de Bob, cuya hija, Penny Lowe, recuerda que su tío se quedaba en la habitación contigua a la suya y que no paraba de llorar. «Me ponía furioso», contaba Scott. «O si no, me buscaba algún ligue que no me diera la murga como hacían en casa.»

      En 1954, mientras trabajaba en un encargo para Sports Illustrated, Young empezó una aventura con otra mujer y, en el siguiente viaje de trabajo, tras sincerarse con un fotógrafo que atravesaba por una situación similar, le envió a Rassy una carta muy larga pidiéndole el divorcio. Su hijo Bob recuerda ir en el coche con Rassy de camino al aeropuerto para recoger a su padre y ver a la otra mujer. «La llevamos de vuelta a Toronto», dijo Bob.

      Rassy y Scott se las arreglaron para hacer las paces y se mudaron a un dúplex en Rose Park Drive. Scott pasaba la mayor parte del tiempo enclaustrado en una pensión barata escribiendo su primera novela para adultos, The Flood. Atrás quedaban los tiempos idílicos de Omemee. «Fue una época horrible», escribe Scott. «El año estuvo plagado de lágrimas y recriminaciones, de separaciones y reencuentros.»

      Este ambiente sombrío era más que perceptible en The Flood y, al leerlo ahora, se advierten ciertas similitudes entre la prosa de Scott y las composiciones de Neil: el tono contenido pero a la vez intenso, los largos monólogos interiores, las descripciones del tiempo, tan detalladas como dramáticas; incluso la aparición de ese predicador grandilocuente que nos condena a todos en el nombre de Dios.

      Ambientada en un desastre real, la riada de Winnipeg de 1950, The Flood cuenta la historia del recién enviudado Martin Stewart, un relaciones públicas con dos hijos pequeños, Don y Mac. Martin tiene el corazón dividido entre su primer amor, Martha, ya casada, y Elaine, una joven maestra. СКАЧАТЬ